Enrique Cervera

Pues sí, otro blog de Comunicación

Cuando el sol sale por una oficina de empleo

Artículo publicado en el diario digital uruguayo www.180.com.uy.

Madrid, España. Primerísima hora de una fría mañana de invierno. En la atestada oficina de empleo, unas decenas, tal vez cientos, de los casi seis millones de parados que existen en España, alrededor del 26% de la población activa, según los últimos datos de la Unión Europea, cumplen con su rutina burocrática: solicitar un empleo pese a que el mercado de trabajo registra un encefalograma casi plano; renovar el cobro del subsidio o pedir las últimas prórrogas del mismo, apenas 426 euros al mes, antes de que se agote definitivamente. Las escenas del lugar son las imaginables: muchos tienen la mirada perdida, otros tratan de sacudirse la somnolencia, hay quien cuchichea en voz baja y la sensación que cunde es que en esa oficina de empleo, en realidad más conocida por los españoles como ‘oficina del paro’, no sólo se agolpan personas sin trabajo sino que también se adensa y acumula una gran nube de desesperanza, alargada y asfixiante, como la prolongada crisis.

Repentinamente, y de entre los desempleados, se levanta una chica, se lleva la boquilla de un clarinete a los labios y comienza a desgranar unos acordes conocidos. Antes de que la sala y los despachos se queden en silencio para dejar paso a la música, otro clarinete, dos violines, alguna flauta travesera y otros instrumentos musicales componen una improvisada orquesta que rodea a una chica, manos en los bolsillos y corazón en la garganta, que hace suya una hermosa y sencilla canción que habla del final del invierno y celebra la llegada del sol. “Here comes the sun”, la tierna canción de George Harrison para el álbum Abbey Road de The Beatles. Son apenas cinco minutos –la vida es eterna en cinco minutos, como escribió en otra hermosa canción Víctor Jara–, que en las redes sociales españolas muchos han coincidido en calificar como estremecedores, pues en la sencillez del acto, una emotiva demostración de afecto y solidaridad con los desempleados, reside precisamente el valor del mismo: un contrapunto de esperanza donde muchos millones de españoles y extranjeros que viven en este país sólo hallan desaliento.

Cinco minutos que han causado un fuerte impacto en las redes sociales españolas en este comienzo de año 2013 y que apenas unas horas después habían alcanzado las webs de diarios como el británico The Guardian, el italiano La Repubblica o el portal de finanzas de Yahoo. Ahora mismo, cuando escribo estas líneas, apenas cuatro días después de haber sido colgado en el portal de videos de youtube, rondaba el millón de visitas.

El recurso al flashmob –un evento llamativo, generalmente basado en la música y celebrado en un lugar público—está siendo empleado cada vez con más frecuencia como instrumento de protesta en la crisis española. Hace sólo unas semanas, los sanitarios de un hospital de la ciudad de Granada, en Andalucía, sur de España, se lanzaron a la calle ataviados con sus batas blancas en protesta por los recortes, bailando al ritmo de un clásico de ‘Village People’. También tuvieron una fuerte repercusión otros flashmob, en esta ocasión de inspiración flamenca, que eligieron sucursales de importantes bancos para denunciar que mientras el Gobierno desmantela el Estado del Bienestar trabajosamente levantado por los españoles en los últimos 30 años, la banca, una parte de la cual ha tenido que ser nacionalizada para enjugar sus pérdidas, está recibiendo cuantiosísimas ayudas. Y es que para muchos ciudadanos resulta incomprensible que mientras la llamada troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional) impone severísimos recortes en el gasto público, que tienen yugulada la economía y genera enormes bolsas de paro, simultáneamente España incremente su déficit –y alargue la agonía—destinando miles de millones de euros para rescatar entidades financieras desastrosamente gestionadas.

Pero detrás de la voz de privilegio de Sheila Blanco –la chica de las manos en los bolsillos y el corazón en la garganta—, del flashmob de la oficina de empleo, impulsado por el programa radiofónico Carne Cruda 2.0, y del resto de actuaciones de este tipo, lo que se esconde o en realidad se anuncia es el surgimiento de nuevas formas de protesta no sólo vinculadas a la creatividad sino a formas de expresión radicalmente alejadas de la política tradicional, cuyo prestigio en España especialmente a raíz de la crisis está a la altura de buena parte de la banca: la de la suela de los zapatos.

En realidad, asistimos a nuevas formas de comunicación que encajan como anillo al dedo en los nuevos códigos, en el nuevo lenguaje y en la nueva sensibilidad de los ciudadanos. Que el movimiento 15-M, surgido en la primavera de hace apenas dos años y conocido, es verdad que un poco pretenciosamente como “Spanish Revolution”, no cuajara inmediatamente en una formulación político-electoral no puede interpretarse, todo lo contrario, como una consolidación del status quo político actual. Antes al contrario, tanto aquellas manifestaciones como estas expresiones creativas surgidas de la propia sociedad civil española son muestras de que por debajo de la sucia espuma de la crisis económica, discurren corrientes muy profundas de pensamiento, sensibilidad y acción social que permitan albergar la esperanza de que más temprano que tarde, como en la canción de George Harrison, vuelva el sol al horizonte y las sonrisas a los rostros.

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Más que un libro

ImpulsosHabía pensado escribir: “Acabo de terminar un libro”. Pero enseguida he tachado (en mi cabeza, dónde habrán ido a parar mis gomas de nata), pues sin haberme dado cuenta, de nuevo había vuelto a comenzar a leerlo: Con los años había aprendido a dibujar en el aire las formas más inverosímiles tan sólo con las volutas de humo que salían de su boca.

A ver, yo quería escribirles de un libro, de ese libro que no más terminas vuelves a abrir, y de paso reflexionar con el improbable lector sobre esa fórmula de financiación que llamamos crowdfunding y que bien podríamos llamar colecta masiva o a lo bruto, pero que conocemos en su nombre inglés y muy probablemente sea así para siempre por los mismos motivos por los que cuando un amigo (o un presidente del Gobierno) no da señales de vida nos preguntamos: ¿este tío está missing o qué c. le pasa?

Lo que sucede es que no es un libro cualquiera. Entiéndanme bien: de alguna manera sí, es un libro común, tiene sus tapas y fue encuadernado a mano en una imprenta (de Badajoz, por más señas, lo cual da verosimilitud a su existencia, pues a nadie se le ocurriría inventarse tal detalle). Tan libro es que huele a libro, ese olor característico mezcla de pasta de papel, tinta e inteligencia derramada. El olor es algo más en lo que ‘Impulsos’ (olvidé decirles que también tiene título, también en ese aspecto es un libro común) gana por goleada al más moderno ebook, que si huele a algo es porque vas leyéndolo en el metro, mal acompañado o al menos demasiado acompañado.

Así que es un libro en apariencia normal pero no un libro cualquiera, si es que semejante categoría existe. Es un libro con apenas 99 hermanos, cada uno rigurosamente ordenado, los que acompañan al número 74 que me trajo el cartero. Y sí, se trata de un libro un poco especial no sólo porque lo comprara antes de saber lo que me depararía pues en eso compite con muchos otros, los libros inesperados, que son los mejores, porque acompañan a la vida en su rasgo más hermoso e inevitable: la imprevisibilidad y la sorpresa.

En realidad, no sé si aquel crowdfunding de antes del verano constituyó una compra. Leí en una red social (si Facebook quiere que le haga publicidad, tendrá que pagarme aunque sea poco) pues en realidad era un trato: si me ayudas a publicar este libro, te daré un ejemplar (lo que sería el número 74 lo supe mucho más tarde). Pero admito que si el trato hubiera sido: si me ayudas a publicar este libro te mandaré una canción de Edith Piaff por una determinada red social (lo mismo que dije de Facebook, lo digo de Spotify, paso de hacerles publicidad gratuita), también hubiera ayudado con una contribución tan modesta como la que solicitaban May Gañán y Josemaría Mejorada, sus autores. En eso también es ‘Impulsos’ un libro común: tiene autores pues ambos han realizado al alimón texto e ilustraciones. Pero la esencia del crowdfunding (como la de la colecta) no es comprar, sino compartir (y ésta era la sencilla reflexión que quería compartir, yo también, con quien se haya asomado al otro lado de la pantalla desde la que les escribo).

Ah, sí, el texto y las ilustraciones. Esto sí que hace distinto a este librito nacido del crowdfunding, de una imprenta de Badajoz (madre mía, qué extraños compañeros de cama hacen las letras) y sobre todo de la sensibilidad infinita de sus autores. Sólo de gente muy especial (alarguen mmmmmucho la m de ‘muy’) puede nacer un libro cargado de tanta ternura, de un humor tan sutil y de una mirada que es capaz de atravesar sin apenas detenerse las esferas sólo en apariencia separadas de la alegría, la tristeza, el amor o el vacío del tiempo que se cree perdido (como si hubiera otro…)

Son 20 cuentos y uno más añadido (misterios y técnicas secretas del crowdfunding, me temo) en el que increíblemente descubrí cómo se hizo el mundo (¡cuánto horror nos hubiéramos ahorrado de haber sabido la historia verdadera!). Veinte cuentos deliciosos, que sencillamente no serían lo mismo sin las ilustraciones que los acompañan, tan sencillas, delicadas y auténticas, que recogen escenas extraordinarias con chicas tomando el sol o totalmente habituales como toros friendo huevos. Cuentos en los que a veces aparecen nombres que nos arrastran no sabemos bien a dónde (Jael, Serena, Turquoise) y en otros sólo personajes anónimos (extraños o, es verdad, no tanto) que transitan pequeñas historias, alguna tan breve como el vuelo homicida de un cuchillo, que se deslizan a nuestro corazón y a nuestra conciencia dormida o quién sabe si mal enterrada. Historias en Nueva York, en una dehesa de vaquitas flacas o simplemente en el umbral de una casa en la que alguien creyó ser feliz. Y con ese alguien, inevitablemente nosotros, pues ‘Impulsos’ nos sitúa frente al espejo de nuestras propias emociones, algunas a flor de piel y otras que creíamos sepultadas entre las herrumbres de la memoria y que ellos, May y Josemaria, rescatan con sus palabras y sus trazos, para nuestro placer.

El libro lo prologa un tipo que se llama Jorge Morel, igual que el guitarrista argentino que vive en NY y a Verkami.com el portal de crowdfunding para creadores al que estos dos artistas acudieron tampoco le haré publicidad gratuita, faltaría más.

Consejo final: dejen de leerme a mí y búsquenlos a ellos. Merecen la pena.

 

 

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