Enrique Cervera

Pues sí, otro blog de Comunicación

Las medallas y las andadas

Artículo publicado en  www.andalucesdiario.es el 9 de septiembre 2013

Saúl Cravioto, medallista olímpico español, no cobra su beca ADO desde enero de este año. Por no tener, no tiene quien le pague el traslado de su piragua a las aguas donde debe entrenar. Su caso no es sólo excepcional, sino el común entre los deportistas de élite españoles, salvo que jueguen en los deportes, como el fútbol, el baloncesto o el tenis, alrededor de los cuales se mueven ingentes cantidades de dinero, y que son los que hemos exhibido en Buenos Aires, pugnando por la designación Olímpica de Madrid.

Sin embargo, hemos oído hasta la saciedad que nada más ni nada mejor se podía hacer en defensa de esa candidatura.

No voy a hablarles del COI. Carezco de un rolex en mi muñeca y de un yate en la Costa Azul, carezco de apellidos largos (siete letras cada uno no está mal, pero si no hay un guioncito por medio eres un nadie en eso de la buena cuna), así que carezco de los atributos más característicos del glorioso y abnegado cuerpo de electores olímpicos.

Tampoco voy a hablarles del deporte base. Ni siquiera de que hay miles y miles de jóvenes atletas, que algún día podrían ser medallistas e hincharnos de orgullo patrio mientras asciende la banderita tú eres roja, banderita tú eres gualda, que se ven obligados a abandonar la práctica deportiva porque las ayudas públicas a los clubes de base han desaparecido dramáticamente, y las empresas patrocinadoras son víctimas de la política de suicidio económico que aquí llamamos eufemística (y ya creo que repulsivamente) la necesariaconsolidaciónfiscal.

Ni siquiera voy a hablarles de cuántas becas ADO o cuántas ayudas a pequeños clubes podrían haberse sufragado con el coste de los 150 delegados españoles que el pasado sábado, siete de septiembre de 2013, deambulaban por un lujoso hotel porteño, con los ojos enrojecidos creyéndose, de verdad, que nada más y nada mejor podría haber hecho España para lograr esa designación. Como si fuera un banco español, no doy crédito. No doy crédito de que incluso pensaran que nada mejor podría hacerse después de la mamarrachada de Mrs. Bottle hablando en inglés (perdóneseme la metáfora) de las maravillas de tomar un café con leche in the Plaza Mayor. De repente hemos vuelto a la España de English Spoken y My Taylor is Rich.

Oh, my God.

Lo más preocupante no es que a Madrid no le concedan una candidatura olímpica, mucho más compitiendo con ciudades como Tokio, capital de un país de gran influencia y cuyo presupuesto era 65 veces mayor. Ni siquiera que la denieguen por tercera vez pues eso es lo natural cuando uno presenta una y otra vez el mismo proyecto, cada vez más envejecido.Es como si yo creyera que Scarlett va a volver a cenar conmigo (sí, han leído bien, aunque no sea alcalde puedo decir bobadas) sólo porque yo le insista una y otra vez…

No, lo preocupante es el salto atrás en autoestima y en sentido común que hemos dado lo españoles en los últimos años. La crisis nos ha castigado la moral de tal manera que desde el otro lado del Atlántico llegaba anoche a nuestros hogares, a través de la radio y la televisión, un quejío y un lamento que nos devolvía a esa España acomplejada, a esa España de cerrado y sacristía, que creíamos haber dejado atrás. Esa España del nos odian porque somos los mejores. Esa Spain is different.

El “nada más ni mejor podríamos hacer” dio paso al “no nos echan cuenta”, “gran injusticia”, “incomprensible” y “desprecio”. Faltó la conjura judeomasónica, que si a nosotros nos honra a ellos les envilece (para los jovencit@s, les recomiendo Saint Goggle).

Nada mejor podíamos hacer. Vaya.

Ni siquiera ahorrarnos la imagen de la alcaldesa de la capital, hablando muy despacito, abriendo mucho la boca, como en el chiste de los dos españoles que se encuentran en Londres.

Nada mejor que hacer: ni siquiera que el vibrante speech (discurso, n. del t. para Mrs. Bottle) del Sr. Rajoy, que esta vez no compareció en plasma o en 1 de agosto arrastrado por el Financial Times.

Nada mejor que hacer: ni siquiera que nuestros medallistas olímpicos no tengan que estar viviendo de sus padres. Nada mejor que hacer: ni siquiera que clubes de éxito en balonmano o en ciclismo desaparezcan por falta de recursos. Nada mejor que hacer: ni siquiera que el cuñado del Príncipe de Asturias aparezca cada dos por tres en la prensa internacional por beneficiarse de su cargo y vivir en un palacete mientras a sus compatriotas los desahucian de sus modestas viviendas.

Nada mejor que hacer: ni siquiera ser un país limpio, donde losbanqueros no se jubilen con decenas de millones de euros de indemnización, donde la corrupción no anide en los despachos oficiales, donde no sólo se la persiga cuando hace daño al rival político, donde los responsables públicos no sufran lagunas de memoria y vuelvan a su casa en el mismo coche oficial, donde el principal éxito de los jueces no sea haber expulsado del cuerpo a quien osó perseguir los todavíaimpunes crímenes del franquismo.

Nada que mejorar. Ni siquiera hacer algo para rebajar la escandalosa cifra de parados, la mayoría ya sin ayuda, una auténtica bomba de relojería en la estabilidad social de nuestro país, que veremos cómo está a este ritmo cuando llegue el jodido 2020.

No. Nada podríamos haber hecho mejor.

No, es que nos tienen manía.

Vuelta a las andadas…

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Rumbo a La Habana

Artículo publicado en  www.andalucesdiario.es el 30 de julio de 2013

Hace 40 años, cuando yo era un niño, a la crisis la llamaban entonces “del petróleo”. Es digna de admiración la imaginación de algunos, su capacidad para vestir una vez y otra con sedas de distintos colores (del petróleo, de las subprimes…) a la misma mona de la codicia y la especulación. Recuerdo una viñeta de aquella época en la que un rico de aquéllos que se representaban con puro y un sombrero de copa clamaba: ¡Estamos con el agua al cuello! Y era verdad, sólo que gritaba subido sobre los hombros de un pobretón (que se dibujaban con boina y malafeitados) al que hacía ya mucho tiempo que el agua había sumergido por completo y no podía hacer sino gluglu…

Me falla la memoria y no sé si la viñeta era de Gila o de Jaume Perich (entonces El Roto se llamaba Ops) pero sí sé que la he recordado al leer hoy que se derrumba la confianza de los empresarios en el Gobierno del Sr. Rajoy. Si se ha derrumbado la confianza de los empresarios, ¿por dónde andará la confianza de la gente sencilla, trabajadores, funcionarios, autónomos, estudiantes, anegada por el paro, los recortes y la pérdida de esperanza?

Algunos sostienen que la política es algo muy complejo y que mucho más lo es la gestión de la cosa pública. No diré yo que no, pero también las armas de fuego son algo muy sofisticado y sin embargo lo más importante en relación con ellas es sencillo y elemental: no pegarse un tiro en el pie, no utilizarla para amenazar, no comportarse con ella como un mono loco con un hacha.

De la misma manera, la política, al menos la política democrática, es también algo muy sencillo: un depósito de confianza. La confianza es el pilar de un buen gobierno. Si ese pilar se mina, se corroe y se derrumba, el Gobierno caerá más temprano que tarde, aunque chapotee durante algún tiempo convocando plenos el 1 de agosto o llamando delincuente al que hasta hace poco era amiguito del alma (y que obviamente volvería a serlo si cerrara el pico de nuevo).

Lamentablemente, los españoles han dejado de confiar en este Gobierno, como dejaron de confiar en el anterior y como es posible que no vuelvan a confiar en ninguno durante mucho tiempo, y eso es un drama para la democracia.

Leo en la misma información sobre la confianza empresarial que se ha deteriorado mucho más vertiginosamente que con el Gobierno anterior. Es natural: de ZP no esperaban nada, al menos nada bueno, pero del actual esperarían al menos que se atreviera a abrir la caja de puros que debe tener sobre la mesa (sí, he dicho “sobre”) y que tal vez mire de reojo porque no recuerde con exactitud si no será algunas de aquellas con algo más de peso que le subían al despacho los cajeros de Génova, 13, según han declarado ante el juez.

Uno puede, en fin, quebrar la confianza doblando la rodilla ante Bruselas y firmando luego la capitulación electoral sin pegar un sólo tiro, como hizo ZP dejando al PSOE con una derrota y una losa que le costará años levantar. O puede perder la confianza de los ciudadanos haciendo justo lo contrario que prometía (“lo tocaré todo menos la educación, la sanidad y las pensiones”) y pregonando transparencia en todo menos en alguna cosa, por ejemplo los sobres de color marrón que sin duda habrán dejado su rastro incluso después de pasar por la trituradora, igual que un barco deja un rastro de fuel o de heces cuando limpia sus sentinas en alta mal.

Confianza que no hay que pedir, confianza que hay que dar.

Confianza.

(–Papá, ¿llegaremos pronto a La Habana?

–Calla, niño, y sigue nadando…)

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