Enrique Cervera

Pues sí, otro blog de Comunicación

Rumbo a La Habana

Artículo publicado en  www.andalucesdiario.es el 30 de julio de 2013

Hace 40 años, cuando yo era un niño, a la crisis la llamaban entonces “del petróleo”. Es digna de admiración la imaginación de algunos, su capacidad para vestir una vez y otra con sedas de distintos colores (del petróleo, de las subprimes…) a la misma mona de la codicia y la especulación. Recuerdo una viñeta de aquella época en la que un rico de aquéllos que se representaban con puro y un sombrero de copa clamaba: ¡Estamos con el agua al cuello! Y era verdad, sólo que gritaba subido sobre los hombros de un pobretón (que se dibujaban con boina y malafeitados) al que hacía ya mucho tiempo que el agua había sumergido por completo y no podía hacer sino gluglu…

Me falla la memoria y no sé si la viñeta era de Gila o de Jaume Perich (entonces El Roto se llamaba Ops) pero sí sé que la he recordado al leer hoy que se derrumba la confianza de los empresarios en el Gobierno del Sr. Rajoy. Si se ha derrumbado la confianza de los empresarios, ¿por dónde andará la confianza de la gente sencilla, trabajadores, funcionarios, autónomos, estudiantes, anegada por el paro, los recortes y la pérdida de esperanza?

Algunos sostienen que la política es algo muy complejo y que mucho más lo es la gestión de la cosa pública. No diré yo que no, pero también las armas de fuego son algo muy sofisticado y sin embargo lo más importante en relación con ellas es sencillo y elemental: no pegarse un tiro en el pie, no utilizarla para amenazar, no comportarse con ella como un mono loco con un hacha.

De la misma manera, la política, al menos la política democrática, es también algo muy sencillo: un depósito de confianza. La confianza es el pilar de un buen gobierno. Si ese pilar se mina, se corroe y se derrumba, el Gobierno caerá más temprano que tarde, aunque chapotee durante algún tiempo convocando plenos el 1 de agosto o llamando delincuente al que hasta hace poco era amiguito del alma (y que obviamente volvería a serlo si cerrara el pico de nuevo).

Lamentablemente, los españoles han dejado de confiar en este Gobierno, como dejaron de confiar en el anterior y como es posible que no vuelvan a confiar en ninguno durante mucho tiempo, y eso es un drama para la democracia.

Leo en la misma información sobre la confianza empresarial que se ha deteriorado mucho más vertiginosamente que con el Gobierno anterior. Es natural: de ZP no esperaban nada, al menos nada bueno, pero del actual esperarían al menos que se atreviera a abrir la caja de puros que debe tener sobre la mesa (sí, he dicho “sobre”) y que tal vez mire de reojo porque no recuerde con exactitud si no será algunas de aquellas con algo más de peso que le subían al despacho los cajeros de Génova, 13, según han declarado ante el juez.

Uno puede, en fin, quebrar la confianza doblando la rodilla ante Bruselas y firmando luego la capitulación electoral sin pegar un sólo tiro, como hizo ZP dejando al PSOE con una derrota y una losa que le costará años levantar. O puede perder la confianza de los ciudadanos haciendo justo lo contrario que prometía (“lo tocaré todo menos la educación, la sanidad y las pensiones”) y pregonando transparencia en todo menos en alguna cosa, por ejemplo los sobres de color marrón que sin duda habrán dejado su rastro incluso después de pasar por la trituradora, igual que un barco deja un rastro de fuel o de heces cuando limpia sus sentinas en alta mal.

Confianza que no hay que pedir, confianza que hay que dar.

Confianza.

(–Papá, ¿llegaremos pronto a La Habana?

–Calla, niño, y sigue nadando…)

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La Cosa

Artículo publicado en el diario digital uruguayo www.180.com.uy.

En España, a la crisis económica hace ya tiempo que le sobra el apellido. La crisis, así sin más, se extiende como un río de lava por cada rincón del país y a donde no llega la abrasión del paro lo hace la asfixia del colapso empresarial o la humareda insoportable del desánimo. En ciertos bares del sur desde el que les escribo, algunos sortean la maldición de la palabra con un cartel, entre resignado y burlón: “Prohibido hablar de lo mala que está la cosa” o simplemente “Prohibido hablar de la cosa”, que recuerda aquel tradicional “Se prohíbe el cante”, al que tan dado eran determinados clientes cuando el vino ascendía a la cabeza.

Sí: la cosa, ese eufemismo polisémico que lo mismo vale para un monstruo de los cómics, que para un monstruo de verdad, como éste que asusta y golpea desde la mañana a la noche a la sociedad española. Los ciudadanos asisten atónitos a una marcha atrás imparable, un camino de retorno a la España en blanco y negro que pensaban haber dejado atrás con la llegada de la democracia.

La democracia. Arrastrada por la cosa, digo por la crisis, la democracia que tanto trabajo costó levantar aparenta diluirse como un azucarillo y cada día son más, muchos más, los que parecen carecer de fuerzas para creer en ella. La cosa, la crisis, desarboló al anterior Gobierno, el socialista de Zapatero, en cuanto comenzó a tomar medidas sometido al dictado de los mercados. Rajoy, oportunista él, se resarció de sus dos derrotas anteriores logrando una mayoría absoluta a lomos de la misma cosa, la crisis, que ahora le ha descabalgado y le arrastra por un lodazal de manifestaciones y cabreo ciudadano, conduciéndole al mismo calabozo del descrédito que su antecesor, sólo que a una velocidad terrible y vertiginosa. En un alarde de impotencia, el presidente español, que en el pecado lleva la penitencia, tan sólo acierta a decir que la realidad es la que le ha impedido cumplir su programa electoral. La realidad, ah, sí, ese pequeño detalle con el que al parecer no contaba.

Al amparo de la cosa, agazapada en las sombras del desencanto ciudadano, la número dos del partido en el Gobierno, el PP, y presidenta de la región de Castilla-La Mancha, María Dolores de Cospedal, ha adoptado una medida dirigida a estimular los sentimientos más bajos de la ciudadanía, a erizar de barricadas populistas el camino de la democracia. A muchos, sin embargo, les habrá parecido estupendo que suprima de un plumazo el sueldo de los parlamentarios de la región que ella misma preside. Acosados por la cosa, desplumado el colchón de solidaridad familiar gracias al que han venido sobreviviendo millones de ciudadanos en paro –cinco millones, se dice pronto, casi el 25% de la población activa española–, desesperados por la falta de expectativas, buena parte de la opinión pública ha acogido con agrado lo que considera el fin de un privilegio de la mal llamada clase política. De Cospedal ha argumentado que hay que demostrar a los ciudadanos que en política se está por amor a la patria y por vocación de servicio. Como ella, se entiende.

Aunque para ser justos hay que recordar que otros presidentes regionales conservadores, como los de Extremadura y Galicia, se han desmarcado de la medida, lo cierto es que De Cospedal no es cualquiera, sino la secretaria general del partido del Gobierno, la persona con más mando en la organización después del presidente Rajoy que en este caso, como en tantísimos otros, guarda un silencio, no se sabe si piadoso o simplemente cómplice (o ambos). Para muchos desempleados tal vez sea un alivio que algunos políticos –precisamente los que tienen que ejercer el control democrático a la Sra. De Cospedal— se vean privados de un sueldo y sufran como sufren ellos, y sufran como sufren las madres a las que en los colegios les han empezado a cobrar por llevar su propia comida en un ‘tupper’ para sus hijos.

En España, la inmensa mayoría de los políticos, por ejemplo los miles y miles de concejales de municipios pequeños o medianos, no cobran un euro por sus tareas públicas. Otros sí, como los que desempeñan cargos de parlamentarios en las Cámaras regionales, apenas 1.250 para un país de 48 millones de habitantes. Privarles de un sueldo no resuelve nada desde un punto de vista económico pero significa expulsar de la política a quienes carezcan de un elevado patrimonio o a quienes se resistan a aceptar dinero de quien pueda dárselo, pues no cabe duda de que a partir de ahora muchos grupos de presión –da igual si el pelaje es político, económico o religioso— se ofrecerán a los diputados para resolver el problema que sin ninguna duda se les plantea al exigírseles que hagan política en sus horas libres o vivan del aire si quieren dedicarse a lo público.

El descrédito de la política en España no ha nacido a la sombra de la crisis. Por el contrario, hunde sus raíces en la convulsa historia de ese país (Franco solía decirle ¡a sus ministros! que no se metieran en política) y se ha acrecentado con los múltiples casos de corrupción y con la descapitalización intelectual galopante de lo que deberían ser las élites políticas y que en muchos casos ya no son más que castas que se desenvuelven en lo público con una tosquedad impresionante. No es que sólo prime la sumisión al jefe como camino de ascensión y mantenimiento en la política, es que los propios jefes carecen en su gran mayoría de las dotes mínimas para el ejercicio de un auténtico liderazgo, más necesario que nunca ante una situación tan grave como la que se vive en la actualidad.

Nadie en España parece tomarse en serio la necesidad de fortalecer la credibilidad del sistema democrático. Antes al contrario, se adoptan medidas como la supresión de sueldos de los políticos, que no es más que un apunte para la supresión de la política democrática y para el surgimiento del populismo. Lo veremos. Y eso sí que será una mala cosa.

http://www.180.com.uy/articulo/29159_La-Cosa

 

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Rumbo a Grecia o rumbo a Francia

Es posible, sólo posible, que en algún paseo perdido durante este fin de semana, el coordinador general de IU en Andalucía y vicepresidente del Gobierno andaluz, Diego Valderas, haya barajado la posibilidad de que las circunstancias –ese pequeño contratiempo que sabotea las estrategias políticas— no le permitan hacer lo que persigue: sacar a Izquierda Unida del rincón de la protesta y convertirla en una fuerza de gobierno que garantice que los retrocesos del PSOE no se traduzcan, como hasta ahora, en un avance de la derecha sino en un giro hacia políticas más nítidamente progresistas. Tal vez se pregunte si le dejarán hacer: cambiar la inercia que conduce a la irrelevancia y el testimonialismo.

Hay una parte de la izquierda, que anida en IU pero cada vez más fuera de ella, que considera infinitamente más coherente instalarse en la denuncia de las contradiccionesinherentesalsistema (tengo una edad), que fajarse en amortiguar los efectos del puñetero sistema. Es un clásico más latino que marxista, Fiat iustitia et pereat mundus: mientras más se agudice y visible seas la perversidad del sistema, antes se acabará (y se verá que los puros de corazón teníamos razón). Y si por el camino mucha gente se queda sin un transplante o un colegio, se siente. Una izquierda que en parte se hace acompañar de música soviética y que despide con salvas de honor al camarada Kim Jom Il (me gustaría estar fabulando, pero no).

Hay otra izquierda, que está en el PSOE pero también fuera, que ha perdido toda referencia a los objetivos transformadores que la alumbraron, y se limita a capear el temporal, asumiendo acríticamente los dogmas del sistema tanto da que, como hace unos años, nos animen al apalancamiento financiero y al boom inmobiliario, como que ahora nos crucifiquen con el tridente de déficit-déficit-déficit, ag. Lamentablemente, es la Izquierda del 10 de mayo, fecha en la que ZP giró la nave socialista contra su base social, y me temo que la izquierda que explica que lo que pierde el PP en estos meses –y pierde fuelle a pasos agigantados— no lo gane el PSOE, posiblemente por no presentar una alternativa como la sí articuló Hollande. (Oui, on peut). Quizá para eso falte tiempo, o quizás falten ganas y determinación, ya veremos.

Como en el chiste en el que Dios ofrece su mano para salvar al náufrago, dan ganas de gritar: “¿No hay nadie más?”. Sí que hay, claro que hay: es más, estoy seguro que la mayoría de electores de izquierda –también de esa izquierda cuya fuerza se va por el sumidero del sistema electoral, como Equo y demás– están más en un terreno de nadie que en estos extremos que conducen, por activa o por pasiva, a la esterilización de la izquierda española, también andaluza. En caso de guerras –y esta crisis se parece bastante a una guerra, con sus daños inmensos, la desaparición del futuro y una enorme carga de rencor y desesperanzan–, la gente moderada, que suelen ser las de convicciones más solidas, corre el riesgo de caer atrapada entre dos lógicas tan enfrentadas como inútiles y que no hacen más que desactivar el potencial transformador que da sentido a las fuerzas de progreso.

La experiencia del Gobierno de coalición de izquierdas en Andalucía no es poca cosa y su futuro en buena medida determinará el futuro de la izquierda en España. La advertencia a los socialistas no ha podido ser más evidente (desde mayo del 2010, sus tres primeras derrotas en Andalucía, una detrás de otra). De otra parte, algunos en IU, posiblemente los mismos que han decidido que Valderas se merece un pulgar hacia abajo y empiezan a moverle la silla desde las redes sociales, deberían pensar que la famosa “acumulación de fuerzas” –que es como el viaje al centro del PP, no acaba nunca– hasta ahora ha consistido, esencialmente, en que IU recoge el voto de los cabreados del PSOE, que se vuelven al PSOE cada vez que se les pasa el cabreo. Es de temer que en un futuro, hasta ese escenario sea ya una quimera. Si fracasa el Gobierno PSOE-IU, la pulsión de las opciones populistas será aún más fuerte en toda España, seremos más Grecia que Francia. La izquierda española se merece más que eso. Y Diego Valderas y su arriesgada apuesta transformadora (pues nada resulta más difícil que transformarse a uno mismo) también. Así que mejor que lo dejen.

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L’incertitude (‘Toquen La Marsellesa’)

Buena parte de la prensa, no sólo española, ha recibido la victoria de François Hollande como un aldabonazo que siembra la incertidumbre en Europa. Puede ser. Lo que pasa es que muchos no lo verán mal.

Verán, si uno está plácidamente en su hamaca –“esto es vida”, que diría mi hijito— y algún sobresalto le provoca inquietud, la incertidumbre sobre lo que puede estar sucediendo fuera de nuestro control (¿es el perro, son ladrones?) se convierte en una sombra, un punto oscuro que siembra el desasosiego en nuestro corazoncito. Mal rollito, vamos. Pero si uno está subiendo, engrilletado de pies y manos, por la escalera (robusta y segura, eso sí) que le conduce al patíbulo, entonces, que se abra una puerta, se oigan voces lejanas, y asome una luz al otro lado del corredor de la muerte, pues sí, siembra inquietud pero también esperanza de que el camino seguro hacia la soga de la recesión (y al retroceso civil que acarrea, traducido en forma de paro y liquidación de los avances sociales madurados durante décadas) se detenga. Esa es la incertidumbre que viene desde la Bastilla, y no es la primera como bien saben las cabezas coronadas que daban seguridad a toda Europa hasta el 14 juillet 1789. Vive l’incertitude, mais oui!

No quería hablarles Francia. La mayoría hemos desembuchado la amalgama de sentimientos colgando en las redes sociales la escena de Casablanca en la que Viktor Laszlo desafía a la seguridad nazi, y francesa, por cierto, encarnada en el cínico e inolvidable capitán Renault: “Toquen La Marsellesa”). Pero si quería compartir apenas una pinceladita sobre otro asunto: la incertidumbre y la política.

¿Cuánto aprenderemos que si la política es como la vida la incertidumbre forma parte de ella, inexorablemente, y que la certezas son casi siempre sinónimo de fracaso? De casi todas las cosas que estábamos seguros hace apenas unos meses –no digamos unos años, no digamos hace unas poquitas décadas— apenas queda nada.

Los mismos que hace apenas unos telediarios resumían su programa en un sutilísimo “primero el déficit, segundo el déficit y tercero el déficit” (“Sutilidad”: dícese de algo que desconoce Cristóbal Montoro), ahora aseguran que no ha sido Hollande quien ha puesto la cuestión del crecimiento en la agenda europea, sino Mariano Rajoy. Vaya, vaya.

Y aquí, más cerca, quienes daban por segurísima la victoria de Arenas, ahora le echan la culpa al empedrado y al propio Javier, contra el que se ha abierto la veda, así que me lo imagino repasando compulsivamente la munición y tratando de averiguar quién de los que le rodea se está preparando para un papel en el probable remake a la andaluza de Los Idus de Marzo.

En fin, hace apenas cinco meses nada parecía más seguro que un largo período de hegemonía del PP en España, tras la explosión político-nuclear que asoló al PSOE el 20-N, mientras que anoche una cámara oculta nos hubiera mostrado a un Rajoy, en la soledad de sus tupperwares, implorando a Panoramix, el Druida galo, que algún socialista lo rescate del calabozo en el que Frau Merkel  lo tiene aun estricto régimen presupuestario de pan y agua, sistema de adelgazamiento electoral que amenaza con pulverizar los récords de la Dieta ZP en 18 meses.

Oí recientemente a alguien sostener que únicamente verán el Paraíso de la Recuperación aquellos que no duden ni titubeen aplicando las política de austeridad. Y sin embargo, yo, que estuve en Berlín (y había muchas formas de estar, pero me refiero a estar físicamente en 1989, detrás de los vopos que cuidaban, también muy seguros ellos, que no cayera aquel Muro), creo que el que menos duda, antes se la pega. Al tiempo.

PD: Perdón por mi intermitencia y gracias por vuestra insistencia, pero París bien vale una misa…

 

 

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Lo que la crisis te dio, la crisis te lo quitó

He recordado estos días mi corta pero nada agradable experiencia con los temblores de tierra. Yo las he vivido pocas veces, a Dios y a las capas tectónicas gracias. La vez que mejor recuerdo fue hace años en México DF junto a mi querida y admirada amiga Nino, jefa de protocolo de la Junta de Andalucía (y la mujer que con más estilo he visto pedir scotch con agua de seltz) y el desaparecido y añorado Juan Escámez. Sometidos a tal trance, así nos sucedió a nosotros, quienes lo padecen suelen quedarse quietos, agarrados a menudo a la mesa, al vaso del que iban a beber o a la silla en la que estaban sentados y generalmente atentos rumor que sigue al movimiento telúrico: una lámpara que aún se bambolea, un ficus que cimbrea, una tos tan falsa como nerviosa. Son sólo segundos, al poco todo pasa. Pero ya nada es igual y hay que salir fuera a ver qué tal ha quedado todo.

Los resultados de las elecciones andaluzas han debido llegar a los despachos de Madrid como un temblor inesperado y atemorizador. Un temblor suavito, muy del Sur, que hecho temblar los cimientos del Catálogo de Presunciones en el que se asienta (¿o mejor decir se asentaba?) la situación política española. Veamos algunas pocas, por si arrojara algo de luz.

Presunción Primera: España es azul. Nanay: Rajoy, con todo a favor, sacó el 20-N casi medio millón de votos menos que ZP (¿recuerdan?) en 2008. Eso quiere decir que su fortaleza política tenía más que ver con la debilidad del contrario que con otra cosa. Cuanto tu futuro depende de que el de enfrente siga equivocándose, estás en peligro.

Presunción Segunda: España se parece a sus medios de comunicación. Como dice mi hijo: ni de co. El mapa mediático español es el que es y hay que respetarlo, igual que la línea editorial de cada cual, pero quien se crea la ecuación opinión pública-opinión publicada= 0, yerra de medio a medio, pues la ausencia (con contadísimas excepciones) de medios que ven la política y la vida desde una perspectiva de centro izquierda distorsiona el panorama. Aunque es natural que nadie lo reconozca, este panorama tiene mucho que ver (no digo todo) con los “errores” en las encuestas, muchas veces más destinadas no a reflejar sino a condicionar a la opinión pública (no, no creo en los gnomos).

Presunción Tercera: el electorado del PSOE es mucho más crítico que el del PP. Sólo hasta cierto punto: es posible que el núcleo duro e inamovible del electorado conservador (el llamado suelo) sea más amplio que el del PSOE, pero esa fidelidad de voto se diluye entre los electores que no siempre votan PP y prefieren oscilar según vaya la cosa. El PP ganó muchos votos el 20-N culpando de todos los males a ZP y anunciando que con un Gobiernocomodiosmanda todo mejoraría. Tal vez funcionara ante un electorado espantado por los cinco millones de parados, pero es un argumento demasiado tosco como para que no se volviera en contra a las primeras de cambio. Es lo que ha sucedido: lo que la crisis te dio, la crisis te lo quitó.

Presunción Cuarta: el electorado apoya los recortes. Desconozco la regla de tres política que ha hecho olvidar al PP el hecho de que ZP sería malo malísimo para España, pero no comenzó a perder la confianza de los españoles hasta que se lanzó, con la fe de los conversos, a defender y a ejecutar la política de recortes impuesta por Merkel. Rajoy es presidente no porque sea un magnífico candidato (de ser así, se sabría, y en todo caso habría ganado en 2004 o 2008) sino porque ZP giró su Gobierno (y a su partido) contra su base social e hizo encallar la nave. ¿De dónde han sacado la idea de que el electorado iba a aplaudirle a Rajoy lo que le reprochó a Zapatero? Aun así, Arenas se dedicó a pasear a Fátima Báñez y a Cristóbal Montoro como grandes referentes. Entiendo que los hiciera salir al balcón de la calle San Fernando, qué menos en reconocimiento a su aportación al histórico triunfo (de unas décimas cuando se escrute el voto exterior, al tiempo).

Presunción Quinta: el electorado andaluz por fin se ha dado cuenta de que durante 30 años el PSOE les ha estado timando. Es el ‘adiós al Régimen’ (y dale). Naturalmente que en un partido que gobierna durante 30 años se desarrollan determinadas prácticas clientelares, salpicadas, como en el caso de los Ere, de repulsivos casos de corrupción. Pero en uno que gobierna 20 (como el PP en la Comunidad de Madrid o Valencia), también. Lo que sucede es que los electores suelen hacer un juicio más ponderado, valoran muchos más honestamente cómo les han ido las cosas (especialmente en su día a día: las relaciones con la Administración, la salud, la educación, las infraestructuras) y rechazan generalmente el maniqueísmo en el que caen los partidos. Y si malo es caer en este maniqueísmo discursivo, peor es interiorizarlo y creérselo.

Presunción Sexta: Andalucía es lo que Madrid cree que es. Anda ya. El insultómetro de estos dos días revela, por si hiciera falta, la verdadera concepción de Andalucía que anida en buena parte de la derecha española (y lamentablemente andaluza). No nos engañemos: si no pensaran así , no estaríamos asistiendo a este bochorno de descalificaciones y de mala educación (ahí tendría tajada el Ministro Wert, dónde andará, se le echa de menos). Tampoco sucedería así si imaginaran el daño que esa actitud históricamente ha hecho al PP de Andalucía, al que buena parte del electorado andaluz, con razón o sin ella pero sin que el PP haga nada por evitarlo, identifica con esa caverna mediática.

Ah, y luego vienen las réplicas.

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El juego del carácter

Se le atribuye a Heráclito (aunque igual fue su cuñada, vayamos a saber) la frase de que el carácter es el destino. Creo firmemente en ella (en la frase, no en la hipotética cuñada acuñadora de frases célebres) y pienso que las más de las veces quienes nos dedicamos a la comunicación –y más específicamente a la comunicación política–, prescindimos de este pequeño detalle, el carácter de las personas, siendo, como es, tan decisivo y clave para entender lo que sucede.

El carácter, por ejemplo, es clave para entender lo que podríamos llamar el fulgor y caída de Zapatero. Es verdad que ZP ascendió desde diputado raso de León a secretario general del PSOE, aparentemente contra pronóstico. Y ganó las elecciones generales de 2004 cuando todos los altos cargos del PP habían abandonado sus despachos oficiales con un alegre y confiado “hasta el lunes”. Menudo lunes. En menos de cuatro años, ZP pasó de no ser nadie a ganar unas elecciones. Y en menos de cuatro años, los que van desde marzo de 2008, cuando rozó la mayoría absoluta con 169 escaños, a noviembre de 2011, pasó del éxito incontestable al desprestigio político más evidente, lo que llevó a su partido prácticamente a esconderlo en la última campaña electoral (resultándome difícil, la verdad, discernir si era peor el remedio que la enfermedad). La crisis, sí, la crisis ahora y en el 2000 Bono que no acababa de gustar a nadie (tal vez ni a sí mismo y de ahí algunos cambios en su fisonomía), y la gestión del 11-M en 2004, y un Rajoy abúlico en 2008… sí, las circunstancias, claro, pero también el carácter de ZP, que nos ayuda a comprender los dientes de sierra de su trayectoria.

El carácter es lo que hizo a ZP jugársela doble o nada en 2000, apostando por sí mismo como secretario general en vez de confiar sus posibilidades de victoria a promesas de difícil cumplimiento por estar basadas en un liderazgo más formal que real (aspecto este último clave en la reciente derrota de Chacón más allá de un discurso impostado, también hablaremos de esto). Su carácter le hizo ganar en 2004 porque la gestión alevosa del 11-M que hizo el Gobierno de Aznar (que es el que empotró a Rajoy en la oposición, no se le olvide mientras hace abdominales) no hubiera conducido a una victoria socialista de no haber mediado previamente la apuesta antibelicista y sin ambages de ZP con el ‘No a la guerra’, aquella pancarta que tanto ofendía a la derecha e inquietaba a la intelligentsia del PSOE, entonces aún anclada mental y afectivamente en la brillante, pero ya acabada, etapa felipista. Sí, el carácter de Zapatero le hizo apostar por derechos sociales rompedores (de viejos dogmas) y ganar brillantemente las elecciones de 2008.

Fue el carácter de Zapatero (y desde luego no sus dotes estratégicas en materia de medios de comunicación, ámbito en el que cambió, encabritándolo además, a un pura sangre por una bicicleta) lo que le hizo triunfar en política. Su carácter explica la vertiginosidad de su éxito… y la de su fracaso. Su carácter le hizo elegir mal, a veces rematadamente mal, a buena parte de su equipo, dentro y fuera del Gobierno. A abducir al Partido Socialista como había hecho (y bien caro que le costó) Felipe González en su momento, eliminando un contrapeso tal vez molesto pero sencillamente imprescindible para la sostenibilidad de un proyecto político socialdemócrata e impidiendo, o dejando que otros impidieran, que hubiera libertad en la propia comisión ejecutiva federal del PSOE (lo acaba de reconocer Elena Valenciano, con una sinceridad encomiable y que dice mucho, por cierto, de su carácter).

El carácter de Zapatero, intuitivo, valiente, seguro de sí mismo (tal vez demasiado seguro de sí mismo) le llevó también a actuar con determinación en su propio suicidio político, dirigiendo  la nave del PSOE hacia los acantilados del enfrentamiento con su base social y asumiendo de sopetón un discurso absolutamente irreconocible para quienes le habían votado.

Sí, sin duda que él carácter de ZP explica por sí mismo buena parte de lo que ha sucedido en la política española en la última década y nos ayuda a comprender lo mejor lo que ha pasado.

Y ahora les propongo un juego: miren a Mariano Rajoy, hoy mismo triunfador incontestable del congreso del PP celebrado en Sevilla. Deténganse un minuto en pensar en su carácter, en lo que les sugiere, y luego traten de imaginar cómo va a evolucionar su carrera política y cómo terminará, cuando lo haga. Y el que sonría, ya tiene una pista.

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Ocho de treinta

Hoy comienza en Sevilla el Congreso nacional del PP. Recuerdo que estuve como periodista en el de 1991 y me hice amiguete de uno, con nombre de portero de fútbol, que pagaba mis copas y lo entendí enseguida: al poco se hizo famoso con el caso Naseiro.

Ahora es distinto: todos son parabienes y es natural. 2011 ha sido un año de grandes triunfos electorales, en mayo y noviembre, y se encuentran a un paso de lograr lonuncavisto, el poder en Andalucía (un paso que aun no ha dado: un descuido le cuesta la vida al artista). El congreso se celebra, pues, en el comienzo de la segunda etapa de la derecha en el poder en España. El PP ahora está muy fuerte. Pero, ¿está tan fuerte como parece, rodeado de tanto oropel mediático, financiero y hasta purpurado? Veamos.

Algunos tienen la tentación de explicarse esta situación reprochando a los ciudadanos un supuesto giro a la derecha, lo cual es una manera de echarle la culpa al empedrado. Si tal giro se hubiera producido, en todo caso sería responsabilidad de una izquierda que no ha sabido presentar un discurso creíble y no de unos ciudadanos egoistones y acomodaticios que ya no quieren votar al PSOE. Pero todos sabemos la verdad: que estos señores (y señoras) del PP que hoy se reúnen en Sevilla han ganado las elecciones con casi medio millón de votos menos que los que obtuvo ZP no hace ni cuatro años. Así que digamos las cosas como son: aunque el PP saque pecho no está tan fuerte como débil está la izquierda transformadora (que, como su propio nombre indica, es la que transforma cosas y no la que se pasa la vida quejándose de que no se transformen bastante).

Como todo en la vida, esto tiene su parte buena y su parte mala. La mala es que la primera transformación que exige una situación de estas características es la transformación de uno mismo, que es la más difícil, la más pavorosa, la que nos enfrenta a nuestros errores, a nuestros miedos y a nuestras limitaciones. También a las responsabilidades políticas de cada cual, que en este caso son tan grandes como abultada la derrota y el saco de errores cometido. Responsabilidades políticas que cuesta trabajo asumir y que, a lo que se ve, hay pánico a exigir.

La parte buena es que por mucho que sonrían hoy los del PP en su congreso de Sevilla –y motivos tienen, sin ninguna duda–, está esencialmente en la mano del PSOE que dentro de cuatro años las cosas hayan cambiado tanto como han cambiado en los cuatro años que han pasado desde que Aznar le volviera la cara al Rajoy biderrotado en el Congreso de Valencia.

Para que ello suceda –y claro que puede suceder: ¿acaso no es Rajoy presidente del Gobierno y es el mismo que hace tres años tenía que entrar en Génova por el garaje acosado por los suyos? ¡cosas veredes!—no valen subterfugios, ni echarle la culpa al empedrado ni decir comunicación cuando den realidad queremos decir sexo (¡digo política, que me he liado!).

El problema del PSOE en España (a lo de Andalucía hay que echarle de comer aparte, ya hablaremos) no es, contrariamente a lo que se dice a menudo, que no se haya sabido explicar lo que se hacía (fundamentalmente en política económica) sino que a partir del dichoso  mayo de 2010 se gobernó frontalmente contra la base social del PSOE, que le ha pasado factura en las urnas. Entre hacer lo que la Europa de los mercaderes imponía a España y colocar contra las cuerdas a un partido con más de 130 años de historia debió hallarse un punto políticamente intermedio que muchos en el Gobierno ni siquiera se molestaron en buscar (¿he hablado ya de la ministra Salgado?) y en el partido ni se atrevieron a pedir.

Esta es una de las reflexiones que con sinceridad tiene que compartir el PSOE con su base social, el centro izquierda, que es ampliamente mayoritario en España. Tan mayoritario que alguno de los que hoy con razón sonríen en el congreso del PP en Sevilla tal vez se esté preguntando, en su fuero interno, que cuánto tardarán esta vez los españoles en echarlos del Gobierno en el que, por algo será, sólo han estado 8 de los últimos 30 años de democracia.

 

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Discursos, mayúsculas y gnomos

Tras la celebración del congreso socialista del pasado fin de semana e incluso con anterioridad, no han sido pocas las voces de quienes, en aras de la libertad de los delegados, reclamaban el derecho de éstos a pronunciarse en el cónclave sin ataduras a posicionamientos previos, apostando por un papel trascendente y decisivo para el discurso de los candidatos (discurso con minúscula, luego me explico) . Sucinta y no sé si subliminalmente, viene a sostenerse que una opinión formada a última hora y a partir de un discurso es espontánea y libre, mientras que la fundamentada en un debate previo sería ejemplo de apriorismo, del prejuicio, del interés inconfesable y fruto de la presión del aparato. Puede ser, pero puede que no y conviene que, en aras de eliminar apriorismos, no caigamos en otros.

Mi inestimable y brillante Antonio Gutiérrez Rubí recuerda, por ejemplo, aquel “no estamos tan mal” de ZP en el 35º Congreso, al que pone como ejemplo de discurso decisivo y determinante del resultado de aquella cita política. Sin duda fue una intervención memorable, que marcó un punto de inflexión entre él y el resto de candidatos. Sin embargo, y lamentablemente, hace años que no creo en los gnomos: en mi opinión, más que aquel discurso lo que determinó la victoria de ZP en el año 2000 fue su profundo conocimiento de las entretelas del Partido Socialista, el trabajo previo entre la militancia (sí, previo ) de su equipo, con José Blanco al frente y, desde luego, la maniobra esa sí final y determinante de Alfonso Guerra para desplazar buena parte del apoyo de su candidata, Matilde Fernández, hacia ZP, al que consideraba mal menor frente a José Bono.

A fuer de ser sinceros, no creo más limpio ni más saludable desde una perspectiva democrática el que se vote en función de un discurso final que entusiasme que el que se haga motivado por un debate previo y sosegado, alejado de los condicionantes (no siempre inocentes, por cierto) del cónclave. Parece perfectamente legítimo que una asamblea del partido elija a su delegado con el siguiente criterio: “Hemos decidido que la mejor persona para ese puesto es X y no, no queremos que en el último momento nuestro delegado cambie la opinión de la mayoría en función de que le resulte más persuasivo o más brillante el discurso del candidato, que a saber quién se lo habrá escrito” (dicho sea esto último para abrir el debate, en un futuro post, sobre si existen los gnomos o no y si escriben discursos por las noches).

Naturalmente que pueden existir presiones en la elección del delegado (y llegar a un congreso donde todo esté cocinado, dejando el agua de borrajas el proceso democrático que debe sustentarlo), pero también puede haberlas en el propio momento de votar y por eso existen las cabinas electorales. Una cosa y otra son auténticos fraudes democráticos pero conviene, además de prevenir tales males, ofrecer terapias adecuadas y no parecen serlo que los delegados a un congreso elijan desentendiéndose de lo que opinan y han expresado quienes les han elegido. Ni mandato imperativo, porque es verdad que el congreso ha de ser soberano, ni tampoco si te vi no me acuerdo (categoría política más extendida de lo que pudiera parecer).

Sinceramente opino que Carme Chacón entró derrotada al 38º Congreso del PSOE. Y no porque no pudiera ganar sino porque en el proceso previo, más allá de sus deficiencias democráticas (y acusaciones cruzadas hubo en las dos direcciones), los militantes se habían decantado, con acierto o sin él, ya se verá, por el indudable prestigio de Alfredo Pérez Rubalcaba antes que por el innegable cambio que representaba la figura de Carme Chacón. Y en ese proceso de toma de decisiones, influyeron muchos factores, la inmensa mayoría de ellos legítimos, entre los que destaca también el prestigio, también mayor entre la militancia, de los apoyos de Alfredo.

Con todo el respeto a esa perspectiva un tanto bucólica y no sé si cinematográfica, según la cual lo más democrático es que los delegados decanten su opinión en función de un discurso seductor, final y decisivo, no está tan claro que ello sea mejor que el que decidan a partir de las conclusiones de un proceso democrático, donde el Discurso Político, ahora sí con mayúsculas, sea más, mucho más, que una buena intervención y constituya el armazón de un proyecto coherente, nada oportunista y realmente persuasivo.

 

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