Enrique Cervera

Pues sí, otro blog de Comunicación

Discursos, mayúsculas y gnomos

Tras la celebración del congreso socialista del pasado fin de semana e incluso con anterioridad, no han sido pocas las voces de quienes, en aras de la libertad de los delegados, reclamaban el derecho de éstos a pronunciarse en el cónclave sin ataduras a posicionamientos previos, apostando por un papel trascendente y decisivo para el discurso de los candidatos (discurso con minúscula, luego me explico) . Sucinta y no sé si subliminalmente, viene a sostenerse que una opinión formada a última hora y a partir de un discurso es espontánea y libre, mientras que la fundamentada en un debate previo sería ejemplo de apriorismo, del prejuicio, del interés inconfesable y fruto de la presión del aparato. Puede ser, pero puede que no y conviene que, en aras de eliminar apriorismos, no caigamos en otros.

Mi inestimable y brillante Antonio Gutiérrez Rubí recuerda, por ejemplo, aquel “no estamos tan mal” de ZP en el 35º Congreso, al que pone como ejemplo de discurso decisivo y determinante del resultado de aquella cita política. Sin duda fue una intervención memorable, que marcó un punto de inflexión entre él y el resto de candidatos. Sin embargo, y lamentablemente, hace años que no creo en los gnomos: en mi opinión, más que aquel discurso lo que determinó la victoria de ZP en el año 2000 fue su profundo conocimiento de las entretelas del Partido Socialista, el trabajo previo entre la militancia (sí, previo ) de su equipo, con José Blanco al frente y, desde luego, la maniobra esa sí final y determinante de Alfonso Guerra para desplazar buena parte del apoyo de su candidata, Matilde Fernández, hacia ZP, al que consideraba mal menor frente a José Bono.

A fuer de ser sinceros, no creo más limpio ni más saludable desde una perspectiva democrática el que se vote en función de un discurso final que entusiasme que el que se haga motivado por un debate previo y sosegado, alejado de los condicionantes (no siempre inocentes, por cierto) del cónclave. Parece perfectamente legítimo que una asamblea del partido elija a su delegado con el siguiente criterio: “Hemos decidido que la mejor persona para ese puesto es X y no, no queremos que en el último momento nuestro delegado cambie la opinión de la mayoría en función de que le resulte más persuasivo o más brillante el discurso del candidato, que a saber quién se lo habrá escrito” (dicho sea esto último para abrir el debate, en un futuro post, sobre si existen los gnomos o no y si escriben discursos por las noches).

Naturalmente que pueden existir presiones en la elección del delegado (y llegar a un congreso donde todo esté cocinado, dejando el agua de borrajas el proceso democrático que debe sustentarlo), pero también puede haberlas en el propio momento de votar y por eso existen las cabinas electorales. Una cosa y otra son auténticos fraudes democráticos pero conviene, además de prevenir tales males, ofrecer terapias adecuadas y no parecen serlo que los delegados a un congreso elijan desentendiéndose de lo que opinan y han expresado quienes les han elegido. Ni mandato imperativo, porque es verdad que el congreso ha de ser soberano, ni tampoco si te vi no me acuerdo (categoría política más extendida de lo que pudiera parecer).

Sinceramente opino que Carme Chacón entró derrotada al 38º Congreso del PSOE. Y no porque no pudiera ganar sino porque en el proceso previo, más allá de sus deficiencias democráticas (y acusaciones cruzadas hubo en las dos direcciones), los militantes se habían decantado, con acierto o sin él, ya se verá, por el indudable prestigio de Alfredo Pérez Rubalcaba antes que por el innegable cambio que representaba la figura de Carme Chacón. Y en ese proceso de toma de decisiones, influyeron muchos factores, la inmensa mayoría de ellos legítimos, entre los que destaca también el prestigio, también mayor entre la militancia, de los apoyos de Alfredo.

Con todo el respeto a esa perspectiva un tanto bucólica y no sé si cinematográfica, según la cual lo más democrático es que los delegados decanten su opinión en función de un discurso seductor, final y decisivo, no está tan claro que ello sea mejor que el que decidan a partir de las conclusiones de un proceso democrático, donde el Discurso Político, ahora sí con mayúsculas, sea más, mucho más, que una buena intervención y constituya el armazón de un proyecto coherente, nada oportunista y realmente persuasivo.

 

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