Es posible, sólo posible, que en algún paseo perdido durante este fin de semana, el coordinador general de IU en Andalucía y vicepresidente del Gobierno andaluz, Diego Valderas, haya barajado la posibilidad de que las circunstancias –ese pequeño contratiempo que sabotea las estrategias políticas— no le permitan hacer lo que persigue: sacar a Izquierda Unida del rincón de la protesta y convertirla en una fuerza de gobierno que garantice que los retrocesos del PSOE no se traduzcan, como hasta ahora, en un avance de la derecha sino en un giro hacia políticas más nítidamente progresistas. Tal vez se pregunte si le dejarán hacer: cambiar la inercia que conduce a la irrelevancia y el testimonialismo.
Hay una parte de la izquierda, que anida en IU pero cada vez más fuera de ella, que considera infinitamente más coherente instalarse en la denuncia de las contradiccionesinherentesalsistema (tengo una edad), que fajarse en amortiguar los efectos del puñetero sistema. Es un clásico más latino que marxista, Fiat iustitia et pereat mundus: mientras más se agudice y visible seas la perversidad del sistema, antes se acabará (y se verá que los puros de corazón teníamos razón). Y si por el camino mucha gente se queda sin un transplante o un colegio, se siente. Una izquierda que en parte se hace acompañar de música soviética y que despide con salvas de honor al camarada Kim Jom Il (me gustaría estar fabulando, pero no).
Hay otra izquierda, que está en el PSOE pero también fuera, que ha perdido toda referencia a los objetivos transformadores que la alumbraron, y se limita a capear el temporal, asumiendo acríticamente los dogmas del sistema tanto da que, como hace unos años, nos animen al apalancamiento financiero y al boom inmobiliario, como que ahora nos crucifiquen con el tridente de déficit-déficit-déficit, ag. Lamentablemente, es la Izquierda del 10 de mayo, fecha en la que ZP giró la nave socialista contra su base social, y me temo que la izquierda que explica que lo que pierde el PP en estos meses –y pierde fuelle a pasos agigantados— no lo gane el PSOE, posiblemente por no presentar una alternativa como la sí articuló Hollande. (Oui, on peut). Quizá para eso falte tiempo, o quizás falten ganas y determinación, ya veremos.
Como en el chiste en el que Dios ofrece su mano para salvar al náufrago, dan ganas de gritar: “¿No hay nadie más?”. Sí que hay, claro que hay: es más, estoy seguro que la mayoría de electores de izquierda –también de esa izquierda cuya fuerza se va por el sumidero del sistema electoral, como Equo y demás– están más en un terreno de nadie que en estos extremos que conducen, por activa o por pasiva, a la esterilización de la izquierda española, también andaluza. En caso de guerras –y esta crisis se parece bastante a una guerra, con sus daños inmensos, la desaparición del futuro y una enorme carga de rencor y desesperanzan–, la gente moderada, que suelen ser las de convicciones más solidas, corre el riesgo de caer atrapada entre dos lógicas tan enfrentadas como inútiles y que no hacen más que desactivar el potencial transformador que da sentido a las fuerzas de progreso.
La experiencia del Gobierno de coalición de izquierdas en Andalucía no es poca cosa y su futuro en buena medida determinará el futuro de la izquierda en España. La advertencia a los socialistas no ha podido ser más evidente (desde mayo del 2010, sus tres primeras derrotas en Andalucía, una detrás de otra). De otra parte, algunos en IU, posiblemente los mismos que han decidido que Valderas se merece un pulgar hacia abajo y empiezan a moverle la silla desde las redes sociales, deberían pensar que la famosa “acumulación de fuerzas” –que es como el viaje al centro del PP, no acaba nunca– hasta ahora ha consistido, esencialmente, en que IU recoge el voto de los cabreados del PSOE, que se vuelven al PSOE cada vez que se les pasa el cabreo. Es de temer que en un futuro, hasta ese escenario sea ya una quimera. Si fracasa el Gobierno PSOE-IU, la pulsión de las opciones populistas será aún más fuerte en toda España, seremos más Grecia que Francia. La izquierda española se merece más que eso. Y Diego Valderas y su arriesgada apuesta transformadora (pues nada resulta más difícil que transformarse a uno mismo) también. Así que mejor que lo dejen.