Enrique Cervera

Pues sí, otro blog de Comunicación

El juego del carácter

Se le atribuye a Heráclito (aunque igual fue su cuñada, vayamos a saber) la frase de que el carácter es el destino. Creo firmemente en ella (en la frase, no en la hipotética cuñada acuñadora de frases célebres) y pienso que las más de las veces quienes nos dedicamos a la comunicación –y más específicamente a la comunicación política–, prescindimos de este pequeño detalle, el carácter de las personas, siendo, como es, tan decisivo y clave para entender lo que sucede.

El carácter, por ejemplo, es clave para entender lo que podríamos llamar el fulgor y caída de Zapatero. Es verdad que ZP ascendió desde diputado raso de León a secretario general del PSOE, aparentemente contra pronóstico. Y ganó las elecciones generales de 2004 cuando todos los altos cargos del PP habían abandonado sus despachos oficiales con un alegre y confiado “hasta el lunes”. Menudo lunes. En menos de cuatro años, ZP pasó de no ser nadie a ganar unas elecciones. Y en menos de cuatro años, los que van desde marzo de 2008, cuando rozó la mayoría absoluta con 169 escaños, a noviembre de 2011, pasó del éxito incontestable al desprestigio político más evidente, lo que llevó a su partido prácticamente a esconderlo en la última campaña electoral (resultándome difícil, la verdad, discernir si era peor el remedio que la enfermedad). La crisis, sí, la crisis ahora y en el 2000 Bono que no acababa de gustar a nadie (tal vez ni a sí mismo y de ahí algunos cambios en su fisonomía), y la gestión del 11-M en 2004, y un Rajoy abúlico en 2008… sí, las circunstancias, claro, pero también el carácter de ZP, que nos ayuda a comprender los dientes de sierra de su trayectoria.

El carácter es lo que hizo a ZP jugársela doble o nada en 2000, apostando por sí mismo como secretario general en vez de confiar sus posibilidades de victoria a promesas de difícil cumplimiento por estar basadas en un liderazgo más formal que real (aspecto este último clave en la reciente derrota de Chacón más allá de un discurso impostado, también hablaremos de esto). Su carácter le hizo ganar en 2004 porque la gestión alevosa del 11-M que hizo el Gobierno de Aznar (que es el que empotró a Rajoy en la oposición, no se le olvide mientras hace abdominales) no hubiera conducido a una victoria socialista de no haber mediado previamente la apuesta antibelicista y sin ambages de ZP con el ‘No a la guerra’, aquella pancarta que tanto ofendía a la derecha e inquietaba a la intelligentsia del PSOE, entonces aún anclada mental y afectivamente en la brillante, pero ya acabada, etapa felipista. Sí, el carácter de Zapatero le hizo apostar por derechos sociales rompedores (de viejos dogmas) y ganar brillantemente las elecciones de 2008.

Fue el carácter de Zapatero (y desde luego no sus dotes estratégicas en materia de medios de comunicación, ámbito en el que cambió, encabritándolo además, a un pura sangre por una bicicleta) lo que le hizo triunfar en política. Su carácter explica la vertiginosidad de su éxito… y la de su fracaso. Su carácter le hizo elegir mal, a veces rematadamente mal, a buena parte de su equipo, dentro y fuera del Gobierno. A abducir al Partido Socialista como había hecho (y bien caro que le costó) Felipe González en su momento, eliminando un contrapeso tal vez molesto pero sencillamente imprescindible para la sostenibilidad de un proyecto político socialdemócrata e impidiendo, o dejando que otros impidieran, que hubiera libertad en la propia comisión ejecutiva federal del PSOE (lo acaba de reconocer Elena Valenciano, con una sinceridad encomiable y que dice mucho, por cierto, de su carácter).

El carácter de Zapatero, intuitivo, valiente, seguro de sí mismo (tal vez demasiado seguro de sí mismo) le llevó también a actuar con determinación en su propio suicidio político, dirigiendo  la nave del PSOE hacia los acantilados del enfrentamiento con su base social y asumiendo de sopetón un discurso absolutamente irreconocible para quienes le habían votado.

Sí, sin duda que él carácter de ZP explica por sí mismo buena parte de lo que ha sucedido en la política española en la última década y nos ayuda a comprender lo mejor lo que ha pasado.

Y ahora les propongo un juego: miren a Mariano Rajoy, hoy mismo triunfador incontestable del congreso del PP celebrado en Sevilla. Deténganse un minuto en pensar en su carácter, en lo que les sugiere, y luego traten de imaginar cómo va a evolucionar su carrera política y cómo terminará, cuando lo haga. Y el que sonría, ya tiene una pista.

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Ocho de treinta

Hoy comienza en Sevilla el Congreso nacional del PP. Recuerdo que estuve como periodista en el de 1991 y me hice amiguete de uno, con nombre de portero de fútbol, que pagaba mis copas y lo entendí enseguida: al poco se hizo famoso con el caso Naseiro.

Ahora es distinto: todos son parabienes y es natural. 2011 ha sido un año de grandes triunfos electorales, en mayo y noviembre, y se encuentran a un paso de lograr lonuncavisto, el poder en Andalucía (un paso que aun no ha dado: un descuido le cuesta la vida al artista). El congreso se celebra, pues, en el comienzo de la segunda etapa de la derecha en el poder en España. El PP ahora está muy fuerte. Pero, ¿está tan fuerte como parece, rodeado de tanto oropel mediático, financiero y hasta purpurado? Veamos.

Algunos tienen la tentación de explicarse esta situación reprochando a los ciudadanos un supuesto giro a la derecha, lo cual es una manera de echarle la culpa al empedrado. Si tal giro se hubiera producido, en todo caso sería responsabilidad de una izquierda que no ha sabido presentar un discurso creíble y no de unos ciudadanos egoistones y acomodaticios que ya no quieren votar al PSOE. Pero todos sabemos la verdad: que estos señores (y señoras) del PP que hoy se reúnen en Sevilla han ganado las elecciones con casi medio millón de votos menos que los que obtuvo ZP no hace ni cuatro años. Así que digamos las cosas como son: aunque el PP saque pecho no está tan fuerte como débil está la izquierda transformadora (que, como su propio nombre indica, es la que transforma cosas y no la que se pasa la vida quejándose de que no se transformen bastante).

Como todo en la vida, esto tiene su parte buena y su parte mala. La mala es que la primera transformación que exige una situación de estas características es la transformación de uno mismo, que es la más difícil, la más pavorosa, la que nos enfrenta a nuestros errores, a nuestros miedos y a nuestras limitaciones. También a las responsabilidades políticas de cada cual, que en este caso son tan grandes como abultada la derrota y el saco de errores cometido. Responsabilidades políticas que cuesta trabajo asumir y que, a lo que se ve, hay pánico a exigir.

La parte buena es que por mucho que sonrían hoy los del PP en su congreso de Sevilla –y motivos tienen, sin ninguna duda–, está esencialmente en la mano del PSOE que dentro de cuatro años las cosas hayan cambiado tanto como han cambiado en los cuatro años que han pasado desde que Aznar le volviera la cara al Rajoy biderrotado en el Congreso de Valencia.

Para que ello suceda –y claro que puede suceder: ¿acaso no es Rajoy presidente del Gobierno y es el mismo que hace tres años tenía que entrar en Génova por el garaje acosado por los suyos? ¡cosas veredes!—no valen subterfugios, ni echarle la culpa al empedrado ni decir comunicación cuando den realidad queremos decir sexo (¡digo política, que me he liado!).

El problema del PSOE en España (a lo de Andalucía hay que echarle de comer aparte, ya hablaremos) no es, contrariamente a lo que se dice a menudo, que no se haya sabido explicar lo que se hacía (fundamentalmente en política económica) sino que a partir del dichoso  mayo de 2010 se gobernó frontalmente contra la base social del PSOE, que le ha pasado factura en las urnas. Entre hacer lo que la Europa de los mercaderes imponía a España y colocar contra las cuerdas a un partido con más de 130 años de historia debió hallarse un punto políticamente intermedio que muchos en el Gobierno ni siquiera se molestaron en buscar (¿he hablado ya de la ministra Salgado?) y en el partido ni se atrevieron a pedir.

Esta es una de las reflexiones que con sinceridad tiene que compartir el PSOE con su base social, el centro izquierda, que es ampliamente mayoritario en España. Tan mayoritario que alguno de los que hoy con razón sonríen en el congreso del PP en Sevilla tal vez se esté preguntando, en su fuero interno, que cuánto tardarán esta vez los españoles en echarlos del Gobierno en el que, por algo será, sólo han estado 8 de los últimos 30 años de democracia.

 

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