Artículo publicado en www.andalucesdiario.es el 30 de julio de 2013
Hace 40 años, cuando yo era un niño, a la crisis la llamaban entonces “del petróleo”. Es digna de admiración la imaginación de algunos, su capacidad para vestir una vez y otra con sedas de distintos colores (del petróleo, de las subprimes…) a la misma mona de la codicia y la especulación. Recuerdo una viñeta de aquella época en la que un rico de aquéllos que se representaban con puro y un sombrero de copa clamaba: ¡Estamos con el agua al cuello! Y era verdad, sólo que gritaba subido sobre los hombros de un pobretón (que se dibujaban con boina y malafeitados) al que hacía ya mucho tiempo que el agua había sumergido por completo y no podía hacer sino gluglu…
Me falla la memoria y no sé si la viñeta era de Gila o de Jaume Perich (entonces El Roto se llamaba Ops) pero sí sé que la he recordado al leer hoy que se derrumba la confianza de los empresarios en el Gobierno del Sr. Rajoy. Si se ha derrumbado la confianza de los empresarios, ¿por dónde andará la confianza de la gente sencilla, trabajadores, funcionarios, autónomos, estudiantes, anegada por el paro, los recortes y la pérdida de esperanza?
Algunos sostienen que la política es algo muy complejo y que mucho más lo es la gestión de la cosa pública. No diré yo que no, pero también las armas de fuego son algo muy sofisticado y sin embargo lo más importante en relación con ellas es sencillo y elemental: no pegarse un tiro en el pie, no utilizarla para amenazar, no comportarse con ella como un mono loco con un hacha.
De la misma manera, la política, al menos la política democrática, es también algo muy sencillo: un depósito de confianza. La confianza es el pilar de un buen gobierno. Si ese pilar se mina, se corroe y se derrumba, el Gobierno caerá más temprano que tarde, aunque chapotee durante algún tiempo convocando plenos el 1 de agosto o llamando delincuente al que hasta hace poco era amiguito del alma (y que obviamente volvería a serlo si cerrara el pico de nuevo).
Lamentablemente, los españoles han dejado de confiar en este Gobierno, como dejaron de confiar en el anterior y como es posible que no vuelvan a confiar en ninguno durante mucho tiempo, y eso es un drama para la democracia.
Leo en la misma información sobre la confianza empresarial que se ha deteriorado mucho más vertiginosamente que con el Gobierno anterior. Es natural: de ZP no esperaban nada, al menos nada bueno, pero del actual esperarían al menos que se atreviera a abrir la caja de puros que debe tener sobre la mesa (sí, he dicho “sobre”) y que tal vez mire de reojo porque no recuerde con exactitud si no será algunas de aquellas con algo más de peso que le subían al despacho los cajeros de Génova, 13, según han declarado ante el juez.
Uno puede, en fin, quebrar la confianza doblando la rodilla ante Bruselas y firmando luego la capitulación electoral sin pegar un sólo tiro, como hizo ZP dejando al PSOE con una derrota y una losa que le costará años levantar. O puede perder la confianza de los ciudadanos haciendo justo lo contrario que prometía (“lo tocaré todo menos la educación, la sanidad y las pensiones”) y pregonando transparencia en todo menos en alguna cosa, por ejemplo los sobres de color marrón que sin duda habrán dejado su rastro incluso después de pasar por la trituradora, igual que un barco deja un rastro de fuel o de heces cuando limpia sus sentinas en alta mal.
Confianza que no hay que pedir, confianza que hay que dar.
Confianza.
(–Papá, ¿llegaremos pronto a La Habana?
–Calla, niño, y sigue nadando…)