Suele decirse que las comparaciones son odiosas. Permítanme añadir que además hay algunas especialmente odiosas. Si no odiosa –el odio es una forma de esclavitud de la que mejor mantenerse alejado—sí al menos desatinada es la reiterada comparación entre Andalucía y Calabria y Sicilia con que estos días ha regalado a sus lectores el periodista Enric Juliana en el periódico catalán La Vanguardia, donde dice, literalmente que gracias al canciller alemán Helmut Kohl Andalucía no cayó en el abismo de estas dos regiones italianas, conocidas por muchas cosas pero especial y lamentablemente por el subdesarrollo y la existencia de mafias.
Juliana, huelga decirlo, es un periodista de talla excepcional, fino y en general riguroso analista. Siempre lo he leído con la admiración que profeso a quienes saber escribir y su machacona tendencia a interpretarlo todo desde la óptica catalana me ha suscitado más ternura que otra cosa y en todo caso un rasgo inherente a su forma, también catalana, de entender la vida. Por eso no creo que sus referencias a la “calabria hispánica” sean casuales, ni un desliz. Les reproduzco: “Sólo la economía sumergida, el comunitarismo y el colchón familiar explican la inexistencia de un estallido social y la ausencia de formas duras de delincuencia”. Formas duras de delincuencia: la mafia y la camorra. Odio no, pero un poquito de asco sí me han dado esas referencias. El mejor escriba echa un borrón y este es de los gordos.
Su artículo tiene aspectos interesantes. Por ejemplo, el título “Andalucía ante la paradoja de la satisfacción”, que es un concepto, como bien reconoce, de mi admirado Pérez Yruela, de cuya sensatez, sensibilidad y respeto por los demás no cabe esperar comparaciones tan estomagantes. También son de gran interés los datos que proporciona, relativos a los fondos europeos que ha recibido Andalucía desde 1986. En realidad, ya lo eran desde que los proporcionó mi no menos admirado Ignacio Martínez, que es el periodista que más afanosa y rigurosamente ha trabajado este proceso de transferencias de fondos y tal vez el único que se ha molestado en publicitarlos.
Para analizar la realidad de Andalucía me quedo con estos últimos análisis, nada complacientes, por cierto, y no con los tópicos emboscados con los que lamentablemente obsequia a los andaluces mi tocayo Enric Juliana. No, hombre, no. No es verdad que la inexistencia de una mafia en Andalucía sólo se explique por la economía sumergida, el comunitarismo y el colchón familiar.
Vamos a dejar la brocha gorda para encalar, por el amor de Dios. Lo que explica que no haya una mafia en Andalucía es la honestidad de los andaluces, que nunca, ni siquiera en la época tan dura en la que el Régimen franquista no daba a muchos más oportunidad que irse a trabajar (por ejemplo, ay, a Cataluña) se deslizaron hacia formas organizadas de delincuencia.
Otro brochazo nos da Juliana con la referencia al PER: dice que no es el problema y que sirve para que las familias humildes se aseguran una economía de subsistencia, otros sestean y otros la combinan con el trabajo en negro, fenómenos éstos que, como todo el mundo sabe, sólo se produce con el PER pues nunca se ha visto a un obrero barcelonés en paro ni sestear ni mucho menos combinar el subsidio con un trabajo en negro. Valientemente.
Y ya puestos, pues otro topicazo con la Administración descomunal –menos mal que no tenemos embajadas fuera de España ni policía propia, no es por señalar— y cómo no con las redes clientelares, pues de todos es sabido que la referencia al tres por ciento de tarifa general de comisiones ilegales se ha dado de siempre en Andalucía, atribuyéndose sin embargo a los gobiernos de CiU sin duda por un error, equiparable tal vez a la despistada, pero cristalina, gestión en el Palau.
Me provoca náuseas la catalanofobia rampante de muchos en España y me resulta paradójico que quien debería ser sensible al estereotipo injusto, precisamente por padecerlo, caiga con tanta fruición en la descalificación simplona de un pueblo al que por lo visto son otros los que salvan de caer en el crimen organizado y el subdesarrollo.
Náuseas, sí.