El pasado domingo, al concluir el congreso del PSOE, me crucé en el garaje del Hotel Renacimiento de Sevilla con la candidata perdedora, Carme Chacón. Le acompañaban unas pocas personas y ese halo de soledad y cierto recogimiento que acompañan a menudo los duelos y las derrotas. Casi sin detenerme, le dije “Carme” (creo que de nuevo podemos llamarla por su nombre, que es muy hermoso también en catalán), “mucho ánimo”. Y Carme, con la que apenas me habré cruzado un par de veces mi vida, supongo que alguna vez en Ferraz y seguro que no en los pasillos del Congreso de los diputados (que en general los ministros recorren acompañados de una cohorte de asesores que muchas veces le sientan tan bien como a un Cristo dos pistolas y no hablo de oídas) me devolvió una mirada franca y una sonrisa sincera: “Suerte también para vosotros en Andalucía”.
Particularmente, creo que a Carme Chacón le hubiera ido algo mejor en el congreso federal del PSOE de haber mantenido esa sonrisa natural y comprensiva en vez de un discurso y una pose artificiosos, que poco o nada le aportaron, al menos nada bueno. Ya he dejado escrita en este blog mi opinión un tanto escéptica sobre el carácter determinante o no de un discurso en un congreso, pues éste no es más que el colofón de un proceso político condicionado por múltiples factores, más allá del efectismo de una buena intervención.
En todo caso, retomo la cuestión a raíz de un artículo estupendo de Josep Ramoneda, Política y Sentido, en el que, tras preguntarse que quién engañó a Carmen Chacón, despotrica sobre los asesores de comunicación, señalando que hay que liberar a la política de ellos porque tratan a los ciudadanos como tontos y a los políticos como monigotes (él dice ‘personajes de comic’, pero yo digo monigote porque dibujo muy mal).
Desde luego, me sorprende que Ramoneda, por lo general tan sutil y concienzudo, recurra a un estereotipo grotesco (el asesor liante que cosifica al político y se limita a encadenar una retahíla de mensajitos en twitter). Haberlos, haylos, como también hay articulistas del género tonto y no por eso voy a privarme del placer de leer, siempre que pueda, a personas tan brillantes como Josep Ramoneda (y no ironizo: describo).
Sí comparto que entre los asesores y gurús (vaya palabro) de la comunicación menudean los que muestran una actitud ventajista y también quienes, desde la política, hacen lecturas simplistas. Un ejemplo: cuando Barack Obama ganó las elecciones, después de dos brillantes campañas –en las primarias contra Hilary Clinton y en las presidenciales contra McCain- fueron muchos los que atribuyeron su éxito a cuestiones más bien de índole técnico y, concretamente, a sus llamativos discursos y a su innovadora y atractiva forma de relacionarse con los ciudadanos a través de las redes sociales. Desde luego, comparto esta última apreciación y como tantos otros me aprendí el nombre de Jon Favreau, jovencito jefe de los speechwriters del presidente negro, e indagué en esta fascinante fauna, que a veces se reúne en enmoquetados aquelarres de comunicación (si os fijáis en sus caras, todos parecen felices).
Lo que sucede es que, cuando hace apenas un año, Obama sufrió la tradicional derrota electoral de los presidentes USA a mediados de su mandato, a nadie, y desde luego a ningún asesor de comunicación, se le ocurrió atribuir el revés electoral a sus discursos poco persuasivos o a una tosca campaña en las redes sociales. Cara-gano-yo, cruz-pierdes- tú, ése es el ventajismo al que hacía referencia.
Dicho esto, y con todo el respeto de Ramoneda: a un político que le confunde y engaña su asesor, imagínate la que le pueden liar en una Cumbre Europea. Moraleja: si te engaña tu asesor, mejor que no trascienda: nadie te votaría.