Entrevisté en Sevilla a José Ignacio Wert a finales de los años 80, recuerdo que fue en un todavía no remozado Hotel Colón. Se acababa de publicar una encuesta de la empresa que entonces presidía (él, claro) en la que el gobierno andaluz de José Rodríguez de la Borbolla quedaba como Dios. Mi periódico (me temo que a mayor abundamiento o en un do ut des por una filtración, hora no caigo) me mandó a entrevistar a Wert que hacía poco que había abandonado su escaño en Coalición Popular y se había incorporado a sus labores profesionales como sociólogo. Fue una entrevista amable: yo en categoría de periodista jovenzuelo y él en la de democristiano sinuoso (valga la redundancia) aparentemente de vuelta de la política y desde luego encantadísimo de haberse conocido. Me resultó un tipo interesante. Posteriormente, durante años, le he oído en la Cadena SER como contertulio. Le considero (catalogar suena más bien a coleóptero y cosas así) un buen polemista y lamento que, siendo un tipo de apariencia brillante, nos sirva ahora como ejemplo de que en política se suele ascender hasta el nivel máximo de incompetencia. Con respeto absoluto a su persona, su aun breve trayectoria como ministro de Educación nos va a permitir alumbrar tres errores de Manual de Comunicación Política.
Error 1. En el cálculo. Es el primer fallo del político: no calibrar adecuadamente el impacto que en términos de opinión pública va a tener una decisión, en este caso la reforma alevosa de los temarios de los opositores. Wert ha querido dar una patada a las comunidades autónomas que no se han avenido al estrangulamiento de la oferta de empleo público y lo ha hecho en el culo de miles de opositores, que ya llevaban meses preparando sus exámenes. El ministro ha preferido darse el gustazo (‘pues te vas a enterar’) en vez de calcular, en términos de coste-beneficio (coste político-beneficio económico), el resultado de su decisión. Si ligamos esta actitud irreflexiva con elreciente fallo clamoroso de justificar los cambios en la asignatura Educación por la Ciudadanía apelando al contenido de un manual que no era tal, podremos caer en la conclusión de que sigue encantado de conocerse. Error al cuadrado.
Error 2. Negación de la realidad. Es el siguiente escalón en la escalera del descrédito. Cualquier podría haber caído en la cuenta de que una decisión como la del cambio de temario provocaría una irritación en afectados y en sus familias. Wert, sin embargo, en vez de aceptar esa evidencia y admitir que resulta dolorosa para un determinado colectivo, ha negado la mayor: no son tantos, ni mucho menos 60.000. La actitud es casi pintoresca pues aunque fuera la mitad, ya serían muchas, y en realidad son muchas más si se atiende al círculo de personas del entorno de los afectados: los padres, madres, hermanos, parejas y amigos que les ven hincar los codos diez horas al día. Y también yerra al no contemplar el aspecto cualititativo del colectivo afectado: jóvenes con un cierto grado de formación, que no encuentran empleo ni tienen perspectiva de alcanzarlo. Como en el chiste, al ministro sólo le falta decir “si no aguantan una broma, que se vayan del pueblo”. Error al cubo.
Error 3: Insensibilidad. El ministro no sólo parece no conocer el alcance ni las consecuencias de su decisión, sino que además, se permite frivolizar sobre la actitud que deben adoptar los afectados. Los saltos de alegría que en su opinión deberían dar los opositores a los que lo estudiado ya no servirá para nada son equivalentes a los hillilos de plastilina de Rajoy o a la monotonía de tener un trabajo fijo del primer ministro italiano Monti. Un político insensible es un político alejado de la realidad y eso es lo último que los ciudadanos quieren. Error elevado a la cuarta potencia.
Eso sí: como ministro de Educación, Wert vale su peso en oro: hay que ver todo lo que nos ha enseñado en apenas unos días.