Tal vez para algunos resulte paradójico el resultado de las últimas encuestas y más concretamente de la que hoy mismo publica El País según la cual, pese a comenzar a percibirse un cierto deterioro del PP, sin embargo aumenta la brecha con respecto al PSOE, que continúa su descenso a un ritmo superior al de los conservadores. Hay algunas claves que nos permiten entender la situación.
Clave 1: El efecto derrota. Al conocerse el resultado del último sondeo del CIS, Alfredo Pérez Rubalcaba reaccionó subrayando que por primera vez un partido (el PP) retrocedía en la primera encuesta tras ganar unas elecciones. Eso es tan cierto como que el PSOE retrocede aún más, como consecuencia del previsible efecto derrota, algo perfectamente comprensible y esperable en un partido desalojado del poder tras ocho años de mandato. El PSOE, además, se encontraba en la fase final del ciclo político capitaneado por Rodríguez Zapatero y se ha visto abocado a un proceso congresual a cara de perro, lo cual, inicialmente, habrá contribuido a la desorientación y zozobra de su electorado. Claro que ya escampará, pero aún falta.
Clave 2. El pastor cuida su rebaño (y alimenta la moral de su electorado). Las encuestas reflejan una gran solidez del electorado del PP, algo natural tras la reciente y anhelada victoria (aunque haya tenido casi que caerse el mundo para que Rajoy lo logre), pero además éste lo mima con medidas que le hacen celebrar su victoria a la espera de que lleguen las vacas gordas económicas (si es que llegan). En efecto, la gran bandera electoral del PP fue la recuperación de la economía, pero eso no le está impidiendo que gran parte de sus ministros se apresten desde el minuto uno al desmontaje de avances sociales en materia de aborto (retrotrayendo la situación legal a la de hace 27 años), educación para la Ciudadanía o la píldora del día después (anunciando un informe técnico que, ya lo verán, se traducirá en que si te se rompe un preservativo, pues se siente). Se trata de una política perfectamente previsible por parte de un partido sólo formalmente aconfesional como el PP y que, a la vez, contrasta con la actitud timorata de los últimos años de ZP en el Gobierno, cuando creyó que podría sobrevivir políticamente sin mantener la complicidad de su electorado. Un error que el PP no está cometiendo (ni cabía esperar que cometiera).
Clave 3. La batalla de Despeñaperros. Las encuestas reflejan una evidencia, también perfectamente previsible: la maquinaria electoral del PP no se ha permitido un minuto de descanso porque el epílogo electoral que resta es de los que hacen época, la conquista de Andalucía. El candidato Rajoy, que hoy sería registrador de la propiedad si el candidato Arenas no le hubiera apoyado tras su segunda derrota en 2008, dijo en campaña electoral que haría todo lo que hiciera falta para que el PP gane en Andalucía, tras 30 años de frustración. Eso incluye retrasar todo lo posible el gran tajo a las políticas sociales, que por increíble que parezca aun no se ha producido.
Nada nuevo bajo el sol pero relevante de cara a las autonómicas de marzo pues algunos cálculos socialistas (más que eso, voluntaristas) se basaban en un fenómeno hasta ahora inédito: un deterioro súbito y vertiginoso del PP, un partido que acaba de formar gobierno, una no menos rápida cristalización de ese descontento y un desplazamiento del voto en sentido contrario (hacia el PSOE). La lógica de las cosas apunta a que un proceso parecido a ese se terminará produciéndose, pero queda la duda de la velocidad a la que lo haga, lo cual dependerá de tres factores: lo que haga el PP, lo que haga el PSOE y ese pequeño cúmulo de detalles que llamamos “los acontecimientos”. Ay, los acontecimientos.