Enrique Cervera

Pues sí, otro blog de Comunicación

Los tres malos mensajes de un candidato

Fíjense si Javier Arenas debe estar poco seguro del acierto de su decisión de no comparecer en el debate de anoche en Canal Sur, que ha terminado por renunciar a la catarata de justificaciones más o menos improvisadas (el primer problema es que IU se quedaba fuera, recuerden) y ha optado por responsabilizar a los demás de una decisión que claramente es solo suya: “Me han echado”. No sé qué se le habrá pasado por la cabeza al candidato ganador para presentarse como víctima increíble.

En política, como en la vida, se mandan mensajes con lo que se dice pero también con lo que se trasluce, con lo que uno calla y con lo que hace o deja de hacer. Con esta decisión, Arenas manda tres malos mensajes que, modestamente, se podía haber ahorrado.

Primer Mensaje Malo. “Antepongo mis intereses a los de Andalucía”. En una sociedad avanzada, los debates entre los candidatos son un síntoma de calidad democrática y un bien en sí mismos considerados. Cualquier político responsable sabe que no debe dañar ese patrimonio común, y mucho menos supeditarlo a una coyuntura. Arenas no debería esperar a ser presidente de la Junta de Andalucía –si es que ello sucede— para comportarse con la altura de miras que se espera de tan alta responsabilidad. Ha sido un error mayúsculo contemplar una institución democrática –y los debates ya lo son, aunque en España aún estén en fase de consolidación— simplemente a la luz de su propio interés electoral. Resulta impropio de un político de la veteranía de Arenas ofrecer a los rivales una herramienta para poner en duda la solidez de sus convicciones democráticas y de su valor y determinación.

Segundo Mensaje Malo: “No quiero arriesgar” (luego hay algo que puede estar en riesgo). Sorpresa. Arenas va en volandas de las encuestas, de la crisis, de la división interna socialista y del coro que le proclama como campeón (esta vez sin segundas o sin cachondeíto, que es como se dice aquí Abajo, con A de Andalucía). Aunque Griñán diga que Arenas no acude porque se ve ganador (es dudoso, por cierto, que el candidato socialista deba decir tales cosas de su rival), es probable que precisamente suceda lo contrario: que no acaba de verse ganador y que no quiera hacer nada que pueda poner en riesgo su victoria. No acudir al debate tiene un coste, aunque sólo sea pasar dos días de la campaña dando explicaciones, y si Arenas lo ha asumido es porque ese coste es menor al riesgo de acudir y obtener un mal resultado. Y donde Arenas lee “riesgo” el PSOE debería leer “oportunidad”.

Tercer Mensaje Malo: “Hay campaña”. Además del daño emergente (Arenas ha quedado mal no yendo al debate, y obligando a los suyos a justificarlo, en general de mala gana y a la defensiva) hay que calibrar el lucro cesante, es decir, lo que Arenas podría haber ganado de haber tomado la decisión contraria: dejarse de historias y debatir. Con todo a favor, con la munición impagable de los eres (que sin duda es de mucho más calibre que la derivada de la brillante gestión pública en el Territorio Gürtel o en el Territorio Urdangarín, ahí sí que no hay problemas con la Intervención, hagan juego señores), Arenas no se ha mostrado capaz de liquidar la campaña derrotando a Griñán. Simplemente no se ha atrevido y la imagen de un boxeador aparentemente pletórico que no quiere enfrentarse con otro que compite magullado y con una mano atada a la espalda no es buena. Lo que sin duda querían los suyos era que Arenas noqueara a Griñán y con él dejara en la lona a los 30 años de gobiernos socialistas. En vez de eso, se ha quedado en su esquina sin romper a sudar y gritando improperios a los árbitros.

Es posible que parte de su electorado crea que Canal Sur no es neutral (la misma a la que le resultan objetivos, veraces y hasta encantadores los noticieros de Telemadrid, así es la vida), pero una parte mucho mayor querría haber visto a su líder acudiendo al debate y ganándolo, aunque fuera en campo contrario. Intentarlo era su obligación y escudarse en un eventual trato discriminatorio no sólo bastante increíble (buenos están en Canal Sur para ir maltratando a nadie, como está el patio y las encuestas) sino un síntoma, otro más, de debilidad, tanto más llamativa por inesperada. Hay pues, partido aún. Y, como dice esa pluma brillantísima de Antonio Avendaño, sólo queda por ver si hay jugadores. Tic, tac.

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Perros

En 1980 (sí ha leído bien: 1980) representamos en el instituto público en el que estudiaba una pequeña obra de un autor argentino ya fallecido, Osvaldo Dragún, el impulsor del llamado Teatro Abierto. Lamento muy sinceramente no recordar el nombre del profesor que nos propuso la obra pero sí recuerdo el texto casi casi de memoria. Era la “Historia del hombre que se convirtió en perro”, un breve y crudo episodio que marca la vida de un desempleado que, harto de no encontrar trabajo, acepta el único que le ofrecen. Sí, lo han adivinado: un trabajo de perro, literalmente de perro, de perro guardián de la fábrica, pues no había otro trabajo que pudieran ofrecerle (ni él tomar). Comida de perro, caseta de perro, diez pesos y, eso sí, la promesa de que cuando hubiera una baja en la empresa, nuestro desdichado trabajador recuperaría un trabajo a dos patas.

No era su fuerza de trabajo lo que compraban en la empresa sino su dignidad a cambio de una miseria… y una promesa: que todo volvería a su lugar cuando dejaran de estar “de economía”, (aquí y ahora lo llamaríamos crisis). Pero la crisis no acababa…

Ha venido a mi memoria aquella obrita que representamos en el convulso tiempo de la adolescencia, y los profesores que en la escuela pública nos brindaron la oportunidad de conocerla, y con ella el compromiso y la preocupación social de tantos intelectuales y gente de la cultura por la dignidad de los que menos tienen. Y también la he recordado porque los criterios que hoy oímos en boca de sesudos analistas que pontifican sobre cómo arreglar la economía que ellos mismos llevaron a la ruina no son muy distintos a los que obligaron a nuestro desdichado protagonista a aceptar el trabajo de perro, con condiciones naturalmente caninas, porque no había otro y era imprescindible para y hasta superar la crisis.

Hace sólo unos días, un dirigente patronal dijo en público lo que muchos de apellidolargoycamisascaras (esto último prometo contárselo algún día porque es real como la vida misma) musitan en las zonas de confort a las que no llega el eco amargo de la crisis, el desempleo y las privaciones que acarrea no sólo el paro, sino los recortes brutales que apenas empiezan a asomar y que afectarán a la salud de los enfermos o la educación de los españoles del mañana, que volverá a depender de los recursos de cada uno, exactamente igual que cuando Europa terminaba en los Pirineos.

No, no se les volverá a escapar aquello de irse a Laponia, se le fue la boca al chico, pero apenas han tardado una semana en anunciar que quitarán el subsidio a quien rechace tres ofertas de trabajo que realice unas de esas ETT a las que el PP va a convertir en seguro que eficacísimas colaboradoras de los servicios públicos de empleo. Tres ofertas de trabajo, sí, y ya sabemos que eso incluirá la que obligue a quien no tenga más remedio a trabajar como un perro, aunque no sea de perro.

Ya sé que algunos, veo que demasiados (y según las encuestas aún más) pensarán que esto es lo que hay. Es posible que sea lo que hay. Por eso me voy a quedar con una frase casi póstuma del autor de nuestra obrita, rescatada de la memoria anoche, cuando mi hijo refunfuñaba por el papel de Aladino que le ha tocado en el cole. Quince días antes de morir, Osvaldo Dragún decía: “Hay que creer en lo que no existe. Hay que luchar por eso”.

No, no quieran saber cómo terminó nuestro protagonista. O mejor sí.

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Malos tiempos para la estocástica

En muchas disciplinas científicas se utiliza el término de “variables estocásticas” para aludir a variables de difícil previsión por depender de otras. Por ejemplo, los índices de la bolsa. De alguna manera, un comportamiento estocástico es un comportamiento inesperado. A mí me gusta la palabreja, la verdad, y si hundimos la mano en las herrumbres de su pasado (todos tenemos un pasado, también las palabras) nos encontramos con que este término servía para designar en la antigua Grecia a los videntes.

En política, como en la vida, también existen comportamientos inesperados, evidencia que yo suelo atribuir a una vieja convicción que resumo en un aserto quizás algo grosero pero creo que acertado. Es éste: “La gente cuando vota tiene muy mala leche” lo que explica que en ocasiones sucedan cosas que parecían poco menos que imposibles y que para muchos resultan también inexplicables. Comportamientos inesperados que hacen que en muchas ocasiones las encuestas, o por decirlo más concretamente, quienes las hacen y las interpretan, queden como Cagancho en Almagro.

Aplicado a la realidad más próxima, resultaría estocástico (y yo diría que hasta supercalifrástico) que el PSOE ganara las próximas elecciones andaluzas. Estadísticamente, sin embargo, lo hizo siempre entre mayo de 1982 y mayo de 2011. Lo hizo, incluso, cuando todas las encuestas les pronosticaban (sí, igualito que ahora) una derrota. Lo más estocástico fue en marzo de 1996, cuando el PP pasó de estar a cuatro escaños del PSOE (resultado de 1994) a estar a 12, rotundo éxito de Javier Arenas que ha logrado ocultar a base de repetir tenazmente siempre-que-me-presento-mejoro-los-resultados y sobre todo a base de que en el PSOE haya poca memoria histórica (o afán de borrarla, claro).

Yo viví aquella campaña como periodista, en la caravana del candidato Chaves, por el que nadie daba un duro. De haber conocido la palabrita, hubiera pensado que el que volviera a ganar resultaría superestocástico y hasta espialidoso. Hemos dicho que lo estocástico es algo inexplicable, cuando en realidad se trata de fenómenos inexplicados, que no es lo mismo. Aquel comportamiento inexplicado del electorado andaluz, que devolvió a Chaves lo que le había quitado dos años antes, tenía en realidad, una explicación compleja, que atendía a múltiples variables: desde la fenomenal campaña de obstrucción institucional que pasó a la historia como “la pinza” (y que dibujó a sus protagonistas como políticos irresponsables), hasta la movilización del electorado progresista, galvanizado por un tal Felipe González.

Aquella movilización, sin embargo, distó mucho de ser espontánea y tuvo mucho de inducida por el PSOE, que puso toda la carne en el asador (incluido un acto público con Escuredo y Borbolla en San Fernando), combatiendo electoralmente casa por casa, con mítines en cada pueblo y cada barrio (no, no había twitter…). Un PSOE en el que aún estaba vigente el Estado de Guerra (con mayúscula y con minúscula) motivado por el brutal enfrentamiento entre partidarios de Alfonso y de Felipe, pero que se sacudió ese marasmo y combatió hasta el último minuto, seguramente porque no sabía que su victoria era imposible.

Sinceramente, desconozco las variables (aunque alguna me la puedo imaginar, han estado entretenidillos en otros menesteres) que explican que el PSOE-A apenas haya comenzado su campaña electoral cuando apenas faltan 23 días para que ésta termine. Tal vez sea para coger al enemigo por sorpresa, pero no doy crédito que uno pinche en la web del PSOE y se lea “29 de febrero, no hay eventos”. A ese ritmo lo que no hay es lugar para lo estocástico, desde luego.

 

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Escuela de Portavoces (o el Efecto Laponia)

Quienes nos hemos dedicado al oficio de intentar atrapar en una frase o incluso en una sola palabra un concepto complejo, que además resulte sonoro y que la gente tienda a repetir y propagar (ahora lo llaman viralidad) sabemos de la dificultad de este empeño, que en no pocas ocasiones alumbra una pamplina (véase la retahíla, parece que interminable, de González Pons, por poner un ejemplo preclaro, aunque no único). Tan complicado es, que hay quien, con notoria sagacidad, ha tirado por el camino de en medio y en vez de buscar una frase o palabra emblemática, considera que una pequeña y sencilla historia puede cumplir mejor esa tarea (se llama storytelling y hay quien se hace rico con eso, abundando también la chorrada, la verdad).

Por eso no deja de llamar la atención la capacidad de algunos para saltar la barrera mediática y demostrar sus dotes comunicativas. Por ejemplo , el responsable de Economía y Política Financiera de la CEOE, José Luis Feito, y el Jefe Superior de Policía de Valencia, Antonio Moreno, dos personas que, justo es reconocerlo, han triunfado en lo suyo, pues de lo contrario el primero estaría de contable en una empresa con problemas y el segundo en la inspección de Guardia de la comisaría de Dancharinea. Ambos, además, han demostrado ser, permítaseme el símil futbolístico, dos espléndidos rematadores, con golazos es verdad que en propia puerta, detalle éste en que sólo repararán los envidiosos.

Por supuesto que las declaraciones de ambos merecen análisis de más enjundia. Por ejemplo, lo que podríamos llamar el “Efecto Laponia” resume en dos palabras la avanzada y sutil concepción de las relaciones laborales que alberga parte de nuestra patronal, escuela, por cierto, de la que salió en su día el muy sonriente ministro Montoro. De Antonio Moreno, en fin, hemos sabido con una sola palabra (“el enemigo”) cuál es su concepción del orden público democrático y su manera de entender y gestionar lo que en el peor de los casos es una simple colisión de derechos (el de circular y el de manifestarse), que no suele resolverse arrastrando de los pelos a jovencitas o empujándolas de dos en dos contra vehículos en marcha. Penoso.

Pero quisiera aprovechar la ocasión para poner de relieve el indudable peligro que tiene poner (o dejar que salte al ruedo, cual maletilla embravecido) de portavoz a quien no reúne las más elementales características para ello. Peligro y coste en términos de opinión pública, que es tanto como hablar de pérdida de prestigio, influencia y capacidad de persuasión. En este caso, a la patronal y al Gobierno.

A la CEOE porque con el Efecto Laponia se le ha visto el pelo de la dehesa, que es lo mismo que decir que tras su discurso por la eficiencia económica y por la creación de empleo, se esconde una brutal insensibilidad social: o tragas o a Laponia. Una imagen terrorífica también para el Gobierno del PP, al que no hace falta estar muy listo (ejem) para asociarlo a quienes tanto le aplauden.

Y en el caso del Jefe Superior de Policía de Valencia lo que ha aflorado es su tosquedad policial, propia de quien está acostumbrado a hablar a agentes uniformados y menos o nada a la opinión pública a través de los medios de comunicación. Poner a este señor, desprovisto de su uniforme, ante los periodistas ha sido un error de Manual, que ha multiplicado por cien el efecto político y mediático de la actuación policial. Se lo tiene merecido la Delegada del Gobierno en Valencia, que puso a dar la cara al Jefe de Policía para que no se la partieran (mediáticamente hablando, por favor) a ella, que es la responsable de una actuación policial que no fue ni proporcional, ni congruente ni necesaria.

Error sobre error del Gobierno, que se suman a las declaraciones de la Delegada del Gobierno en Madrid, advirtiendo que el ministro Rubalcaba  no cumplía la ley y ella sí lo hará impidiendo (a porrazos, se entiende) nuevas concentraciones en Sol. Errores de comunicación que han dejado ver, posiblemente mucho antes de lo que pretendía el Ejecutivo, la decisión del Gobierno de meter al país en cintura y que acepte sin rechistar la política de recortes. Se han lucido.

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El juego del carácter

Se le atribuye a Heráclito (aunque igual fue su cuñada, vayamos a saber) la frase de que el carácter es el destino. Creo firmemente en ella (en la frase, no en la hipotética cuñada acuñadora de frases célebres) y pienso que las más de las veces quienes nos dedicamos a la comunicación –y más específicamente a la comunicación política–, prescindimos de este pequeño detalle, el carácter de las personas, siendo, como es, tan decisivo y clave para entender lo que sucede.

El carácter, por ejemplo, es clave para entender lo que podríamos llamar el fulgor y caída de Zapatero. Es verdad que ZP ascendió desde diputado raso de León a secretario general del PSOE, aparentemente contra pronóstico. Y ganó las elecciones generales de 2004 cuando todos los altos cargos del PP habían abandonado sus despachos oficiales con un alegre y confiado “hasta el lunes”. Menudo lunes. En menos de cuatro años, ZP pasó de no ser nadie a ganar unas elecciones. Y en menos de cuatro años, los que van desde marzo de 2008, cuando rozó la mayoría absoluta con 169 escaños, a noviembre de 2011, pasó del éxito incontestable al desprestigio político más evidente, lo que llevó a su partido prácticamente a esconderlo en la última campaña electoral (resultándome difícil, la verdad, discernir si era peor el remedio que la enfermedad). La crisis, sí, la crisis ahora y en el 2000 Bono que no acababa de gustar a nadie (tal vez ni a sí mismo y de ahí algunos cambios en su fisonomía), y la gestión del 11-M en 2004, y un Rajoy abúlico en 2008… sí, las circunstancias, claro, pero también el carácter de ZP, que nos ayuda a comprender los dientes de sierra de su trayectoria.

El carácter es lo que hizo a ZP jugársela doble o nada en 2000, apostando por sí mismo como secretario general en vez de confiar sus posibilidades de victoria a promesas de difícil cumplimiento por estar basadas en un liderazgo más formal que real (aspecto este último clave en la reciente derrota de Chacón más allá de un discurso impostado, también hablaremos de esto). Su carácter le hizo ganar en 2004 porque la gestión alevosa del 11-M que hizo el Gobierno de Aznar (que es el que empotró a Rajoy en la oposición, no se le olvide mientras hace abdominales) no hubiera conducido a una victoria socialista de no haber mediado previamente la apuesta antibelicista y sin ambages de ZP con el ‘No a la guerra’, aquella pancarta que tanto ofendía a la derecha e inquietaba a la intelligentsia del PSOE, entonces aún anclada mental y afectivamente en la brillante, pero ya acabada, etapa felipista. Sí, el carácter de Zapatero le hizo apostar por derechos sociales rompedores (de viejos dogmas) y ganar brillantemente las elecciones de 2008.

Fue el carácter de Zapatero (y desde luego no sus dotes estratégicas en materia de medios de comunicación, ámbito en el que cambió, encabritándolo además, a un pura sangre por una bicicleta) lo que le hizo triunfar en política. Su carácter explica la vertiginosidad de su éxito… y la de su fracaso. Su carácter le hizo elegir mal, a veces rematadamente mal, a buena parte de su equipo, dentro y fuera del Gobierno. A abducir al Partido Socialista como había hecho (y bien caro que le costó) Felipe González en su momento, eliminando un contrapeso tal vez molesto pero sencillamente imprescindible para la sostenibilidad de un proyecto político socialdemócrata e impidiendo, o dejando que otros impidieran, que hubiera libertad en la propia comisión ejecutiva federal del PSOE (lo acaba de reconocer Elena Valenciano, con una sinceridad encomiable y que dice mucho, por cierto, de su carácter).

El carácter de Zapatero, intuitivo, valiente, seguro de sí mismo (tal vez demasiado seguro de sí mismo) le llevó también a actuar con determinación en su propio suicidio político, dirigiendo  la nave del PSOE hacia los acantilados del enfrentamiento con su base social y asumiendo de sopetón un discurso absolutamente irreconocible para quienes le habían votado.

Sí, sin duda que él carácter de ZP explica por sí mismo buena parte de lo que ha sucedido en la política española en la última década y nos ayuda a comprender lo mejor lo que ha pasado.

Y ahora les propongo un juego: miren a Mariano Rajoy, hoy mismo triunfador incontestable del congreso del PP celebrado en Sevilla. Deténganse un minuto en pensar en su carácter, en lo que les sugiere, y luego traten de imaginar cómo va a evolucionar su carrera política y cómo terminará, cuando lo haga. Y el que sonría, ya tiene una pista.

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Ocho de treinta

Hoy comienza en Sevilla el Congreso nacional del PP. Recuerdo que estuve como periodista en el de 1991 y me hice amiguete de uno, con nombre de portero de fútbol, que pagaba mis copas y lo entendí enseguida: al poco se hizo famoso con el caso Naseiro.

Ahora es distinto: todos son parabienes y es natural. 2011 ha sido un año de grandes triunfos electorales, en mayo y noviembre, y se encuentran a un paso de lograr lonuncavisto, el poder en Andalucía (un paso que aun no ha dado: un descuido le cuesta la vida al artista). El congreso se celebra, pues, en el comienzo de la segunda etapa de la derecha en el poder en España. El PP ahora está muy fuerte. Pero, ¿está tan fuerte como parece, rodeado de tanto oropel mediático, financiero y hasta purpurado? Veamos.

Algunos tienen la tentación de explicarse esta situación reprochando a los ciudadanos un supuesto giro a la derecha, lo cual es una manera de echarle la culpa al empedrado. Si tal giro se hubiera producido, en todo caso sería responsabilidad de una izquierda que no ha sabido presentar un discurso creíble y no de unos ciudadanos egoistones y acomodaticios que ya no quieren votar al PSOE. Pero todos sabemos la verdad: que estos señores (y señoras) del PP que hoy se reúnen en Sevilla han ganado las elecciones con casi medio millón de votos menos que los que obtuvo ZP no hace ni cuatro años. Así que digamos las cosas como son: aunque el PP saque pecho no está tan fuerte como débil está la izquierda transformadora (que, como su propio nombre indica, es la que transforma cosas y no la que se pasa la vida quejándose de que no se transformen bastante).

Como todo en la vida, esto tiene su parte buena y su parte mala. La mala es que la primera transformación que exige una situación de estas características es la transformación de uno mismo, que es la más difícil, la más pavorosa, la que nos enfrenta a nuestros errores, a nuestros miedos y a nuestras limitaciones. También a las responsabilidades políticas de cada cual, que en este caso son tan grandes como abultada la derrota y el saco de errores cometido. Responsabilidades políticas que cuesta trabajo asumir y que, a lo que se ve, hay pánico a exigir.

La parte buena es que por mucho que sonrían hoy los del PP en su congreso de Sevilla –y motivos tienen, sin ninguna duda–, está esencialmente en la mano del PSOE que dentro de cuatro años las cosas hayan cambiado tanto como han cambiado en los cuatro años que han pasado desde que Aznar le volviera la cara al Rajoy biderrotado en el Congreso de Valencia.

Para que ello suceda –y claro que puede suceder: ¿acaso no es Rajoy presidente del Gobierno y es el mismo que hace tres años tenía que entrar en Génova por el garaje acosado por los suyos? ¡cosas veredes!—no valen subterfugios, ni echarle la culpa al empedrado ni decir comunicación cuando den realidad queremos decir sexo (¡digo política, que me he liado!).

El problema del PSOE en España (a lo de Andalucía hay que echarle de comer aparte, ya hablaremos) no es, contrariamente a lo que se dice a menudo, que no se haya sabido explicar lo que se hacía (fundamentalmente en política económica) sino que a partir del dichoso  mayo de 2010 se gobernó frontalmente contra la base social del PSOE, que le ha pasado factura en las urnas. Entre hacer lo que la Europa de los mercaderes imponía a España y colocar contra las cuerdas a un partido con más de 130 años de historia debió hallarse un punto políticamente intermedio que muchos en el Gobierno ni siquiera se molestaron en buscar (¿he hablado ya de la ministra Salgado?) y en el partido ni se atrevieron a pedir.

Esta es una de las reflexiones que con sinceridad tiene que compartir el PSOE con su base social, el centro izquierda, que es ampliamente mayoritario en España. Tan mayoritario que alguno de los que hoy con razón sonríen en el congreso del PP en Sevilla tal vez se esté preguntando, en su fuero interno, que cuánto tardarán esta vez los españoles en echarlos del Gobierno en el que, por algo será, sólo han estado 8 de los últimos 30 años de democracia.

 

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Tres ideas con el enemigo a las puertas

Los socialistas tienen uno menos de 40 días para afrontar las elecciones andaluzas. Sin ninguna duda, el desavío ya está hecho, pero alguien debería tomar la determinación de aprovechar este tiempo, que puede dar más de lo que parece, si se afronta con determinación, generosidad, humildad  e inteligencia. Además, no les queda otra. Yo les dejo tres ideas para dejar al enemigo en las puertas.

  1. Pedir perdón. Sí, es lo que se suele hacer cuando uno hace algo mal, daña a alguien aunque sea sin querer o defrauda las expectativas generadas. Ante el espectáculo de las últimas semanas, lo del ruido de la democracia es una verdad que no puede esconder otra mayor: que los socialistas se han olvidado de los ciudadanos y la han emprendido a garrotazos entre ellos. Si la crisis de Sevilla podía resolverse cambiando a Carmen por Carmen y al 7 por el 9 (con todo el respeto y afecto a los cuatro, no creo que hayan conmocionado al electorado, la verdad), entonces nunca tenía que haberse producido. Si aún piensan que quien tiene que pedir perdón es el de enfrente, entonces es que no han aprendido nada. Un dirigente cabal como Antonio Hernando ha reconocido que este lío perjudica mucho a los socialistas. Si nadie del PSOE andaluz pide perdón y admite un error  tan manifiesto, se extenderá la sensación de que a las primeras de cambio volverán a repetirlo. Sólo faltan 39 días para la cita con las urnas: yo no perdería ni un minuto más.
  2. Aux armes, citoyens. Con el enemigo a las puertas (y es sólo una forma de hablar, en una democracia sólo hay rivales), en las almenas de la ciudadela socialista no puede haber tiradores inexpertos, ni gente muy respetable pero a la que le den miedo las balas (o la velocidad que llevan, tanto da), ni personas que carecen de las dotes de liderazgo, capacidad de persuasión y prestigio que se necesita en toda batalla política y mucho más en las decisivas. Lamentablemente, las listas se han hecho más pensando en el congreso pasado (y en los que han de venir) que en lograr la adhesión de los ciudadanos. Pese a ello, en la war room del PSOE, alguien debería tomar la decisión de reunir, de dentro y de fuera de las listas, a los siete u ocho dirigentes más capaces, más auténticamente respetados entre la militancia y más prestigiados ante la sociedad y hacer de ellos los portavoces de la campaña, gente capaz de convertirse en catalizadores de la respuesta socialista, hasta donde ésta pueda llegar.
  3. El programa oculto no puede ser el del PSOE. Claro que el PP con sus primeras medidas en el Gobierno, y sobre todo con ese desparpajo –los elegantes dicen cinismo– de hacer lo contrario a lo prometido, están dejando munición que pueden emplear los socialistas. Pero eso no basta, precisamente porque el PP justifica tales medidas con su supuesta inevitabilidad y con la herencia recibida, la losa de los cinco millones de parados. Por eso el PSOE, si quiere recuperar algo del terreno perdido, tiene que proponer algo distinto, generar ideas propias, vínculos que enlacen con el electorado progresista, que no olvidemos es ampliamente mayoritario en Andalucía, como reflejan todas las encuestas. Nada de un programa denso y esclerotizado, que a estas alturas de la batalla nadie leerá (si es que alguna vez eso se ha hecho). Al contrario, seis ideas, sólo seis ideas fuerza nacidas de la cabeza y del corazón para seis semanas de campaña, seis aldabonazos dirigidos a los núcleos esenciales de sus votantes, media docena de mensajes claros, mirando a los ojos de los ciudadanos y no al ombligo propio.

(Y sí, claro que se puede)

 

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Cara, gano yo, cruz, pierdes tú

El pasado domingo, al concluir el congreso del PSOE, me crucé en el garaje del Hotel Renacimiento de Sevilla con la candidata perdedora, Carme Chacón. Le acompañaban unas pocas personas y ese halo de soledad y cierto recogimiento que acompañan a menudo los duelos y las derrotas. Casi sin detenerme, le dije “Carme” (creo que de nuevo podemos llamarla por su nombre, que es muy hermoso también en catalán), “mucho ánimo”. Y Carme, con la que apenas me habré cruzado un par de veces mi vida, supongo que alguna vez en Ferraz y seguro que no en los pasillos del Congreso de los diputados (que en general los ministros recorren acompañados de una cohorte de asesores que muchas veces le sientan tan bien como a un Cristo dos pistolas y no hablo de oídas) me devolvió una mirada franca y una sonrisa sincera: “Suerte también para vosotros en Andalucía”.

Particularmente, creo que a Carme Chacón le hubiera ido algo mejor en el congreso federal del PSOE de haber mantenido esa sonrisa natural y comprensiva en vez de un discurso y una pose artificiosos, que poco o nada le aportaron, al menos nada bueno. Ya he dejado escrita en este blog mi opinión un tanto escéptica sobre el carácter determinante o no de un discurso en un congreso, pues éste no es más que el colofón de un proceso político condicionado por múltiples factores, más allá del efectismo de una buena intervención.

En todo caso, retomo la cuestión a raíz de un artículo estupendo de Josep Ramoneda, Política y Sentido, en el que, tras preguntarse que quién engañó a Carmen Chacón, despotrica sobre los asesores de comunicación, señalando que hay que liberar a la política de ellos porque tratan a los ciudadanos como tontos y a los políticos como monigotes (él dice ‘personajes de comic’, pero yo digo monigote porque dibujo muy mal).

Desde luego,   me sorprende que Ramoneda, por lo general tan sutil y concienzudo, recurra a un estereotipo grotesco (el asesor liante que cosifica al político y se limita a encadenar una retahíla de mensajitos en twitter). Haberlos, haylos, como también hay articulistas del género tonto y no por eso voy a privarme del placer de leer, siempre que pueda, a personas tan brillantes como Josep Ramoneda (y no ironizo: describo).

Sí comparto que entre los asesores y gurús (vaya palabro) de la comunicación menudean los que muestran una actitud ventajista y también quienes, desde la política, hacen lecturas simplistas. Un ejemplo: cuando Barack Obama ganó las elecciones, después de dos brillantes campañas –en las primarias contra Hilary Clinton y en las presidenciales contra McCain- fueron muchos los que atribuyeron su éxito a cuestiones más bien de índole técnico y, concretamente, a sus llamativos discursos y a su innovadora y atractiva forma de relacionarse con los ciudadanos a través de las redes sociales. Desde luego, comparto esta última apreciación y como tantos otros me aprendí el nombre de Jon Favreau, jovencito jefe de los speechwriters del presidente negro, e indagué en esta fascinante fauna, que a veces se reúne en enmoquetados aquelarres de comunicación (si os fijáis en sus caras, todos parecen felices).

Lo que sucede es que, cuando hace apenas un año, Obama sufrió la tradicional derrota electoral de los presidentes USA a mediados de su mandato, a nadie, y desde luego a ningún asesor de comunicación, se le ocurrió atribuir el revés electoral a sus discursos poco persuasivos o a una tosca campaña en las redes sociales. Cara-gano-yo, cruz-pierdes- tú, ése es el ventajismo al que hacía referencia.

Dicho esto, y con todo el respeto de Ramoneda: a un político que le confunde y engaña su asesor, imagínate la que le pueden liar en una Cumbre Europea. Moraleja: si te engaña tu asesor, mejor que no trascienda: nadie te votaría.

 

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