Enrique Cervera

Pues sí, otro blog de Comunicación

Cuando el sol sale por una oficina de empleo

Artículo publicado en el diario digital uruguayo www.180.com.uy.

Madrid, España. Primerísima hora de una fría mañana de invierno. En la atestada oficina de empleo, unas decenas, tal vez cientos, de los casi seis millones de parados que existen en España, alrededor del 26% de la población activa, según los últimos datos de la Unión Europea, cumplen con su rutina burocrática: solicitar un empleo pese a que el mercado de trabajo registra un encefalograma casi plano; renovar el cobro del subsidio o pedir las últimas prórrogas del mismo, apenas 426 euros al mes, antes de que se agote definitivamente. Las escenas del lugar son las imaginables: muchos tienen la mirada perdida, otros tratan de sacudirse la somnolencia, hay quien cuchichea en voz baja y la sensación que cunde es que en esa oficina de empleo, en realidad más conocida por los españoles como ‘oficina del paro’, no sólo se agolpan personas sin trabajo sino que también se adensa y acumula una gran nube de desesperanza, alargada y asfixiante, como la prolongada crisis.

Repentinamente, y de entre los desempleados, se levanta una chica, se lleva la boquilla de un clarinete a los labios y comienza a desgranar unos acordes conocidos. Antes de que la sala y los despachos se queden en silencio para dejar paso a la música, otro clarinete, dos violines, alguna flauta travesera y otros instrumentos musicales componen una improvisada orquesta que rodea a una chica, manos en los bolsillos y corazón en la garganta, que hace suya una hermosa y sencilla canción que habla del final del invierno y celebra la llegada del sol. “Here comes the sun”, la tierna canción de George Harrison para el álbum Abbey Road de The Beatles. Son apenas cinco minutos –la vida es eterna en cinco minutos, como escribió en otra hermosa canción Víctor Jara–, que en las redes sociales españolas muchos han coincidido en calificar como estremecedores, pues en la sencillez del acto, una emotiva demostración de afecto y solidaridad con los desempleados, reside precisamente el valor del mismo: un contrapunto de esperanza donde muchos millones de españoles y extranjeros que viven en este país sólo hallan desaliento.

Cinco minutos que han causado un fuerte impacto en las redes sociales españolas en este comienzo de año 2013 y que apenas unas horas después habían alcanzado las webs de diarios como el británico The Guardian, el italiano La Repubblica o el portal de finanzas de Yahoo. Ahora mismo, cuando escribo estas líneas, apenas cuatro días después de haber sido colgado en el portal de videos de youtube, rondaba el millón de visitas.

El recurso al flashmob –un evento llamativo, generalmente basado en la música y celebrado en un lugar público—está siendo empleado cada vez con más frecuencia como instrumento de protesta en la crisis española. Hace sólo unas semanas, los sanitarios de un hospital de la ciudad de Granada, en Andalucía, sur de España, se lanzaron a la calle ataviados con sus batas blancas en protesta por los recortes, bailando al ritmo de un clásico de ‘Village People’. También tuvieron una fuerte repercusión otros flashmob, en esta ocasión de inspiración flamenca, que eligieron sucursales de importantes bancos para denunciar que mientras el Gobierno desmantela el Estado del Bienestar trabajosamente levantado por los españoles en los últimos 30 años, la banca, una parte de la cual ha tenido que ser nacionalizada para enjugar sus pérdidas, está recibiendo cuantiosísimas ayudas. Y es que para muchos ciudadanos resulta incomprensible que mientras la llamada troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional) impone severísimos recortes en el gasto público, que tienen yugulada la economía y genera enormes bolsas de paro, simultáneamente España incremente su déficit –y alargue la agonía—destinando miles de millones de euros para rescatar entidades financieras desastrosamente gestionadas.

Pero detrás de la voz de privilegio de Sheila Blanco –la chica de las manos en los bolsillos y el corazón en la garganta—, del flashmob de la oficina de empleo, impulsado por el programa radiofónico Carne Cruda 2.0, y del resto de actuaciones de este tipo, lo que se esconde o en realidad se anuncia es el surgimiento de nuevas formas de protesta no sólo vinculadas a la creatividad sino a formas de expresión radicalmente alejadas de la política tradicional, cuyo prestigio en España especialmente a raíz de la crisis está a la altura de buena parte de la banca: la de la suela de los zapatos.

En realidad, asistimos a nuevas formas de comunicación que encajan como anillo al dedo en los nuevos códigos, en el nuevo lenguaje y en la nueva sensibilidad de los ciudadanos. Que el movimiento 15-M, surgido en la primavera de hace apenas dos años y conocido, es verdad que un poco pretenciosamente como “Spanish Revolution”, no cuajara inmediatamente en una formulación político-electoral no puede interpretarse, todo lo contrario, como una consolidación del status quo político actual. Antes al contrario, tanto aquellas manifestaciones como estas expresiones creativas surgidas de la propia sociedad civil española son muestras de que por debajo de la sucia espuma de la crisis económica, discurren corrientes muy profundas de pensamiento, sensibilidad y acción social que permitan albergar la esperanza de que más temprano que tarde, como en la canción de George Harrison, vuelva el sol al horizonte y las sonrisas a los rostros.

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El corredor del suicidio

Artículo publicado en el diario digital uruguayo www.180.com.uy.

Cuando la comitiva judicial llegó al domicilio de Amaia en Baracaldo (Vizcaya, España), se encontró la puerta abierta. Acudían al monótono acto de “ejecutar” –así se dice en la jerga judicial— el desahucio de una vivienda por impago, uno más de los 400.000 registrados en España desde el comienzo de la crisis, uno más en la media superior a los quinientos diarios que se registran en este país en la actualidad. Pero no fue un desahucio más: es de imaginar que avanzaron por la vivienda desierta hasta alcanzar el balcón, abierto de par en par, desde donde pudieron contemplar el cuerpo moribundo de Amaia, 53 años, ex concejal socialista vasca, madre de un hijo de 21 años, que se había arrojado al vacío de cuatro pisos, angustiada hasta el límite por la pérdida de su hogar.

La noticia del suicidio ha supuesto un aldabonazo en una España abatida por la crisis, atónita ante la escalofriante riada de parados que ya inunda y ahoga a las clases medias, que en gran medida han dejado de serlo. No ha sido el primer suicidio: apenas unas semanas atrás, cuando una comitiva similar acudió al populoso barrio granadino de La Chana, José Miguel, el librero que iba a ser desahuciado pendía de una soga con la que se había ahorcado apenas unos minutos antes. Y un número indeterminado de casos similares, oscurecidos por la tendencia de los medios a no informar de los suicidios, comienzan a poblar las redes sociales, azuzando la sensación de que la crisis económica es un monstruo cruel que amenaza a la gran mayoría de los españoles a la vuelta de la esquina.

La indignación contra la llamada clase política crece exponencialmente, acompañando a la que puede detectarse contra las entidades bancarias, a cuyas prácticas poco rigurosas, sobre todo de algunas entidades que han tenido que ser rescatadas con dinero público, se sitúa en el origen de la crisis española. Unos y otros, políticos y banqueros, se han visto en la tesitura de reaccionar ante el peligro de que un estallido social sacuda España de punta a cabo, pues hace mucho que todas las señales de alarma dejaron no de sonar, sino de llamar la atención pues la cifra de parados –144.000 más en el último trimestre hasta rozar los cinco millones– no hace sino aumentar.

Ojalá no sea así, pero todo apunta a que antes o después alguien más pondrá fin a su vida acuciado por la crisis, incapaz de encontrar trabajo y de afrontar sus deudas. Volverá el horror del suicidio y volverán los jueces encargados de desahuciar a clamar por una reforma legal que evite estas tragedias. Volverán las manifestaciones –‘no ha sido suicidio, ha sido un homicidio’, gritaban los vecinos de Amaia— y volverán los políticos a mostrarse compungidos, sin hacer nada para solucionar la situación.

La dación en pago que reclaman muchos colectivos, es decir, entregar la casa al banco a cambio de cancelar la hipoteca, tampoco está regulada legalmente en España, de manera que muchas familias desahuciadas no sólo se quedan sin un techo donde cobijarse, sino que además siguen debiendo dinero a las entidades financieras, que prestaban dinero sin mayor rigor ni miramientos y en época del llamado boom inmobiliario (y boom de los precios), con lo que la deuda les persigue y amenaza a todos sus bienes, presentes y futuros. Resulta impresionante la barbaridad del procedimiento: ante el impago de algunas cuotas, el banco procede al embargo y saca la vivienda a subasta. Como el mercado está por los suelos, el precio obtenido es muy inferior al de la hipoteca o incluso nadie puja, con lo que la entidad se queda con la vivienda aproximadamente por la mitad de su precio. La otra mitad, más las normalmente muy elevadas costas del proceso judicial, las sigue debiendo el deudor expulsado de su casa. Viviendas vacías y familias sin casa, es el triste resumen de todo.

La agudeza de la crisis en España y su persistencia en el tiempo hace que el colchón de solidaridad familiar haya ido adelgazando hasta desaparecer. El número de familias con todos los miembros en paro supera los 1,7 millones y el desempleo avanza a galope tendido por las hasta ahora amplias clases medias, aunque se ceba en los jóvenes e inmigrantes. En el caso de estos últimos, la falta de un contrato de trabajo amenaza, además, con privarlo de su permiso de residencia, con lo que su riesgo de exclusión social es aún mayor.

Los suicidios de Amaia y José Miguel han conmocionado a España y urgido a Gobierno y oposición a acordar medidas que eviten la sangría de desahucios y de las tragedias personales asociadas a él. Sin embargo, en un ejercicio de insensibilidad que podría estar cebando un auténtico estallido social en España, el diálogo ha terminado en fracaso. El Gobierno conservador se ha limitado a establecer una moratoria de dos años de la que además apenas podrán beneficiarse una pequeña parte de los afectados. Pero incluso para aquellos a los que esta cicatera medida pueda beneficiar, dicha moratoria en los desahucios tal vez no signifique otra cosa que otros dos años más en el corredor del suicidio.

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Más que un libro

ImpulsosHabía pensado escribir: “Acabo de terminar un libro”. Pero enseguida he tachado (en mi cabeza, dónde habrán ido a parar mis gomas de nata), pues sin haberme dado cuenta, de nuevo había vuelto a comenzar a leerlo: Con los años había aprendido a dibujar en el aire las formas más inverosímiles tan sólo con las volutas de humo que salían de su boca.

A ver, yo quería escribirles de un libro, de ese libro que no más terminas vuelves a abrir, y de paso reflexionar con el improbable lector sobre esa fórmula de financiación que llamamos crowdfunding y que bien podríamos llamar colecta masiva o a lo bruto, pero que conocemos en su nombre inglés y muy probablemente sea así para siempre por los mismos motivos por los que cuando un amigo (o un presidente del Gobierno) no da señales de vida nos preguntamos: ¿este tío está missing o qué c. le pasa?

Lo que sucede es que no es un libro cualquiera. Entiéndanme bien: de alguna manera sí, es un libro común, tiene sus tapas y fue encuadernado a mano en una imprenta (de Badajoz, por más señas, lo cual da verosimilitud a su existencia, pues a nadie se le ocurriría inventarse tal detalle). Tan libro es que huele a libro, ese olor característico mezcla de pasta de papel, tinta e inteligencia derramada. El olor es algo más en lo que ‘Impulsos’ (olvidé decirles que también tiene título, también en ese aspecto es un libro común) gana por goleada al más moderno ebook, que si huele a algo es porque vas leyéndolo en el metro, mal acompañado o al menos demasiado acompañado.

Así que es un libro en apariencia normal pero no un libro cualquiera, si es que semejante categoría existe. Es un libro con apenas 99 hermanos, cada uno rigurosamente ordenado, los que acompañan al número 74 que me trajo el cartero. Y sí, se trata de un libro un poco especial no sólo porque lo comprara antes de saber lo que me depararía pues en eso compite con muchos otros, los libros inesperados, que son los mejores, porque acompañan a la vida en su rasgo más hermoso e inevitable: la imprevisibilidad y la sorpresa.

En realidad, no sé si aquel crowdfunding de antes del verano constituyó una compra. Leí en una red social (si Facebook quiere que le haga publicidad, tendrá que pagarme aunque sea poco) pues en realidad era un trato: si me ayudas a publicar este libro, te daré un ejemplar (lo que sería el número 74 lo supe mucho más tarde). Pero admito que si el trato hubiera sido: si me ayudas a publicar este libro te mandaré una canción de Edith Piaff por una determinada red social (lo mismo que dije de Facebook, lo digo de Spotify, paso de hacerles publicidad gratuita), también hubiera ayudado con una contribución tan modesta como la que solicitaban May Gañán y Josemaría Mejorada, sus autores. En eso también es ‘Impulsos’ un libro común: tiene autores pues ambos han realizado al alimón texto e ilustraciones. Pero la esencia del crowdfunding (como la de la colecta) no es comprar, sino compartir (y ésta era la sencilla reflexión que quería compartir, yo también, con quien se haya asomado al otro lado de la pantalla desde la que les escribo).

Ah, sí, el texto y las ilustraciones. Esto sí que hace distinto a este librito nacido del crowdfunding, de una imprenta de Badajoz (madre mía, qué extraños compañeros de cama hacen las letras) y sobre todo de la sensibilidad infinita de sus autores. Sólo de gente muy especial (alarguen mmmmmucho la m de ‘muy’) puede nacer un libro cargado de tanta ternura, de un humor tan sutil y de una mirada que es capaz de atravesar sin apenas detenerse las esferas sólo en apariencia separadas de la alegría, la tristeza, el amor o el vacío del tiempo que se cree perdido (como si hubiera otro…)

Son 20 cuentos y uno más añadido (misterios y técnicas secretas del crowdfunding, me temo) en el que increíblemente descubrí cómo se hizo el mundo (¡cuánto horror nos hubiéramos ahorrado de haber sabido la historia verdadera!). Veinte cuentos deliciosos, que sencillamente no serían lo mismo sin las ilustraciones que los acompañan, tan sencillas, delicadas y auténticas, que recogen escenas extraordinarias con chicas tomando el sol o totalmente habituales como toros friendo huevos. Cuentos en los que a veces aparecen nombres que nos arrastran no sabemos bien a dónde (Jael, Serena, Turquoise) y en otros sólo personajes anónimos (extraños o, es verdad, no tanto) que transitan pequeñas historias, alguna tan breve como el vuelo homicida de un cuchillo, que se deslizan a nuestro corazón y a nuestra conciencia dormida o quién sabe si mal enterrada. Historias en Nueva York, en una dehesa de vaquitas flacas o simplemente en el umbral de una casa en la que alguien creyó ser feliz. Y con ese alguien, inevitablemente nosotros, pues ‘Impulsos’ nos sitúa frente al espejo de nuestras propias emociones, algunas a flor de piel y otras que creíamos sepultadas entre las herrumbres de la memoria y que ellos, May y Josemaria, rescatan con sus palabras y sus trazos, para nuestro placer.

El libro lo prologa un tipo que se llama Jorge Morel, igual que el guitarrista argentino que vive en NY y a Verkami.com el portal de crowdfunding para creadores al que estos dos artistas acudieron tampoco le haré publicidad gratuita, faltaría más.

Consejo final: dejen de leerme a mí y búsquenlos a ellos. Merecen la pena.

 

 

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La Cosa

Artículo publicado en el diario digital uruguayo www.180.com.uy.

En España, a la crisis económica hace ya tiempo que le sobra el apellido. La crisis, así sin más, se extiende como un río de lava por cada rincón del país y a donde no llega la abrasión del paro lo hace la asfixia del colapso empresarial o la humareda insoportable del desánimo. En ciertos bares del sur desde el que les escribo, algunos sortean la maldición de la palabra con un cartel, entre resignado y burlón: “Prohibido hablar de lo mala que está la cosa” o simplemente “Prohibido hablar de la cosa”, que recuerda aquel tradicional “Se prohíbe el cante”, al que tan dado eran determinados clientes cuando el vino ascendía a la cabeza.

Sí: la cosa, ese eufemismo polisémico que lo mismo vale para un monstruo de los cómics, que para un monstruo de verdad, como éste que asusta y golpea desde la mañana a la noche a la sociedad española. Los ciudadanos asisten atónitos a una marcha atrás imparable, un camino de retorno a la España en blanco y negro que pensaban haber dejado atrás con la llegada de la democracia.

La democracia. Arrastrada por la cosa, digo por la crisis, la democracia que tanto trabajo costó levantar aparenta diluirse como un azucarillo y cada día son más, muchos más, los que parecen carecer de fuerzas para creer en ella. La cosa, la crisis, desarboló al anterior Gobierno, el socialista de Zapatero, en cuanto comenzó a tomar medidas sometido al dictado de los mercados. Rajoy, oportunista él, se resarció de sus dos derrotas anteriores logrando una mayoría absoluta a lomos de la misma cosa, la crisis, que ahora le ha descabalgado y le arrastra por un lodazal de manifestaciones y cabreo ciudadano, conduciéndole al mismo calabozo del descrédito que su antecesor, sólo que a una velocidad terrible y vertiginosa. En un alarde de impotencia, el presidente español, que en el pecado lleva la penitencia, tan sólo acierta a decir que la realidad es la que le ha impedido cumplir su programa electoral. La realidad, ah, sí, ese pequeño detalle con el que al parecer no contaba.

Al amparo de la cosa, agazapada en las sombras del desencanto ciudadano, la número dos del partido en el Gobierno, el PP, y presidenta de la región de Castilla-La Mancha, María Dolores de Cospedal, ha adoptado una medida dirigida a estimular los sentimientos más bajos de la ciudadanía, a erizar de barricadas populistas el camino de la democracia. A muchos, sin embargo, les habrá parecido estupendo que suprima de un plumazo el sueldo de los parlamentarios de la región que ella misma preside. Acosados por la cosa, desplumado el colchón de solidaridad familiar gracias al que han venido sobreviviendo millones de ciudadanos en paro –cinco millones, se dice pronto, casi el 25% de la población activa española–, desesperados por la falta de expectativas, buena parte de la opinión pública ha acogido con agrado lo que considera el fin de un privilegio de la mal llamada clase política. De Cospedal ha argumentado que hay que demostrar a los ciudadanos que en política se está por amor a la patria y por vocación de servicio. Como ella, se entiende.

Aunque para ser justos hay que recordar que otros presidentes regionales conservadores, como los de Extremadura y Galicia, se han desmarcado de la medida, lo cierto es que De Cospedal no es cualquiera, sino la secretaria general del partido del Gobierno, la persona con más mando en la organización después del presidente Rajoy que en este caso, como en tantísimos otros, guarda un silencio, no se sabe si piadoso o simplemente cómplice (o ambos). Para muchos desempleados tal vez sea un alivio que algunos políticos –precisamente los que tienen que ejercer el control democrático a la Sra. De Cospedal— se vean privados de un sueldo y sufran como sufren ellos, y sufran como sufren las madres a las que en los colegios les han empezado a cobrar por llevar su propia comida en un ‘tupper’ para sus hijos.

En España, la inmensa mayoría de los políticos, por ejemplo los miles y miles de concejales de municipios pequeños o medianos, no cobran un euro por sus tareas públicas. Otros sí, como los que desempeñan cargos de parlamentarios en las Cámaras regionales, apenas 1.250 para un país de 48 millones de habitantes. Privarles de un sueldo no resuelve nada desde un punto de vista económico pero significa expulsar de la política a quienes carezcan de un elevado patrimonio o a quienes se resistan a aceptar dinero de quien pueda dárselo, pues no cabe duda de que a partir de ahora muchos grupos de presión –da igual si el pelaje es político, económico o religioso— se ofrecerán a los diputados para resolver el problema que sin ninguna duda se les plantea al exigírseles que hagan política en sus horas libres o vivan del aire si quieren dedicarse a lo público.

El descrédito de la política en España no ha nacido a la sombra de la crisis. Por el contrario, hunde sus raíces en la convulsa historia de ese país (Franco solía decirle ¡a sus ministros! que no se metieran en política) y se ha acrecentado con los múltiples casos de corrupción y con la descapitalización intelectual galopante de lo que deberían ser las élites políticas y que en muchos casos ya no son más que castas que se desenvuelven en lo público con una tosquedad impresionante. No es que sólo prime la sumisión al jefe como camino de ascensión y mantenimiento en la política, es que los propios jefes carecen en su gran mayoría de las dotes mínimas para el ejercicio de un auténtico liderazgo, más necesario que nunca ante una situación tan grave como la que se vive en la actualidad.

Nadie en España parece tomarse en serio la necesidad de fortalecer la credibilidad del sistema democrático. Antes al contrario, se adoptan medidas como la supresión de sueldos de los políticos, que no es más que un apunte para la supresión de la política democrática y para el surgimiento del populismo. Lo veremos. Y eso sí que será una mala cosa.

http://www.180.com.uy/articulo/29159_La-Cosa

 

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Códices, gánsteres y fotografías

Artículo publicado en el diario digital uruguayo 180.com.uy

Unas noches atrás acudí al cine a ver ‘J. Edgar’, la cinta de Clint Eastwood sobre el mítico (y luego desmitificado, ocurre en las mejores familias) director del FBI. Lo hice en uno de esos cines ya en fase de extinción, una sala veraniega como las que menudeaban en España en la segunda mitad del siglo XX (cuesta llamarlo el siglo pasado, la verdad). Sentado al incipiente aire fresco de la noche, degustando lo que en su tiempo se ofertaba como ‘ambigú y selecta nevería’ –un refresco y algo de picar–, de entre el ramillete de detalles políticos de categoría que salpican la película, me quedé largo rato con la pasión de Hoover (dejemos lo de ‘Edgar’ para su mamá) por la fotografía. No, no por el arte sino por salir en ellas.

Comprensible su debilidad por apuntarse el tanto de la captura y muerte, todo en el mismo acto, de John Dillinger, lo contrario debe ser comparable a una cena romántica con Scarlett Johansson y no poder contarlo a los amigos. Pero más allá del afán de protagonismo –que en el caso de Hoover era en todo caso infinitamente menor que su sed de poder–, lo que se escondía bajo la pátina del bromuro de plata de aquellas fotografías teñidas del color sepia de la sangre de los años 30 era la necesidad del director del FBI de legitimarse ante la opinión pública –y la publicada— después de que en una comisión en el Congreso le hubieran afeado que él, personalmente, no hubiera efectuado detención alguna. Lo solucionó recreando su propio pasado para adornarlo de heroísmo y posando junto a los nuevos éxitos de la policía federal. Los fracasos, como la muerte de John y Bob Kennedy, los dejó para los demás.

Esa búsqueda de legitimación de los políticos mediante la autoatribución de éxitos ajenos me trajo a la cabeza, ya de vuelta a casa de mi plácida y por fin fresca velada cinematográfica, el penoso espectáculo del presidente español Mariano Rajoy, que sólo unas semanas atrás había acudido a su Galicia natal para recibir de manos de la Policía y con todo el boato posible, el ejemplar recuperado del valiosísimo Códice Calixtino –un manuscrito ilustrado sobre el Camino de Santiago, datado en el siglo XII y sustraído un año atrás no por un peligroso gánster, ni por una banda de exquisitos delincuentes internacionales, sino por un atribulado electricista, que lo había escondido –es un decir— en el garaje de su propia casa.

La escena de la devolución fue más bien una escenita: deseoso de aparecer al fin vinculado a una buena noticia, el presidente español se entremezcló aquella mañana con policías de dudoso éxito (un año tardaron en revisar la casa del principal sospechoso, elemental querido Watson…) y jerarquías eclesiásticas de mejorable celo en la protección del patrimonio histórico (el Códice se guardaba sin llave). El asunto trajo cola en la opinión pública: en efecto, durante esas semanas durísimas para un país atenazado, como ahora, por las sucesivas intervenciones de su economía, el presidente se empeñaba en distinguirse por su huida permanente de la prensa y de otros puntos calientes, mientras que elegía para hacerse ver (y fotografiar) actos tan impostados e innecesarios como el de la entrega del tan heroicamente rescatado Códice u otros en los que la presencia presidencial digamos que era no tan imprescindible como la de Iniesta o Casillas, pues ellos y no Rajoy fueron los protagonistas en la final de la Eurocopa en la que España aplastó a Italia y Rajoy intentó aprovechar para sacar pecho ante sus colegas europeos, a falta de otros méritos de los que presumir.

Desde luego, esta impudicia en la búsqueda de legitimación y protagonismo ventajista de muchos actores políticos no es exclusiva de esta pareja que hoy les he traído –Hoover y Rajoy, es verdad que la política hace extraños compañeros de cama (y de blog)— pero la he recordado hoy al conocer que la Policía española –o sus forenses encargados del caso— no supieron ver en los restos de una hoguera más de doscientos restos óseos pertenecientes a dos niños presuntamente asesinados y luego calcinados por su propio padre en una finca en Córdoba. Si el lector de estas líneas está ajeno a este truculento suceso español, mejor que mejor: es una historia tan terrible como puede imaginarse de esta pincelada cruel que resume un acto extremo de violencia doméstica, el asesinato de unos niños a manos de su padre en lo que parece una disparata venganza de un ex marido despechado. El estremecimiento de toda España ha sido aun mayor al conocerse, once meses después, que un colosal error de la policía científica española había interpretado como restos animales lo que en realidad eran huesos calcinados de los desdichados Ruth y José, que así se llamaban los niños. Tuvo que ser la propia familia, desesperada ante el bloqueo de la investigación, quien solicitara un contrainforme a un prestigiosísimo forense y antropólogo, el vasco Francisco Etxeberría, el mismo que participó en la exhumación de Salvador Allende y estableció el suicidio como causa de la muerte.

Huelga decir que en esta ocasión el Presidente del Gobierno de España no ha encontrado hueco en su agenda para este asunto, cuando sí lo tuvo para arrogarse un mérito que no era suyo en el caso del Códice recuperado (ni remató ningún córner en la Eurocopa, por suerte para España). El éxito tiene muchos padres, y el fracaso, ya lo sabemos, no.

No seré yo quien use la estremecedora historia de Ruth y José, que nos ha empujado de bruces al pozo insondable de la maldad humana, ni para un análisis comunicacional ni menos para una crítica política. Pero en Política, como en la vida, los mensajes se envían con las cosas que uno hace y también con las que deja de hacer. Si el Presidente Español pidiera perdón por el clamoroso fallo policial y se hubiera fotografiado poniendo rostro al error forense con la misma rapidez con la que apenas unas semanas antes había acudido a colgarse unas medallas que no le correspondían, tal vez la gente sencilla creería más en él y en la dignidad de la política y de los políticos.

http://www.180.com.uy/articulo/28685_Codices-gansteres-y-fotografias

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Efectos colaterales del storytelling

Entre los que nos dedicamos a la comunicación, hace ya algunos años que ha tenido gran éxito una fórmula de trasladar mensajes conocida como storytelling, expresión anglosajona que suele traducirse por el arte de contar historias. La verdad, es una buena herramienta, hay gente que la explica y aplica muy bien, véase al andaluz Antonio Núñez, maestro divulgador de la materia.

Puestos a ponerle alguna pega a esta técnica tal vez cabría decir que su novedad a lo mejor no es tal, pues ya había un tal Jesús que tuvo (es verdad que especialmente con carácter póstumo) gran éxito con una suerte de storytelling adelantado a su tiempo y que llamamos parábola. Sin ninguna duda que la actitud del buen samaritano se difundió más y mejor con aquella parábola que con cualquier tratado sobre la compasión o sobre el concepto de prójimo de los muchos que deben dormir el sueño de los justos en las estanterías vaticanas. Buena fórmula en efecto no tan nueva (o más bien ancestral, vale, cerremos el capítulo de ironías) pero a menudo útil y en ocasiones brillante, recuérdese la vibrante apelación de Barack Obama al espíritu de los padres fundadores, cuya vicisitud en pleno invierno relató el 44º presidente estadounidense (y primero negro) en los 90 segundos finales de su discurso de toma de posesión.

Pero, como siempre que manejamos un arma de precisión, conviene tener buen pulso, atinada vista y puntería y las ideas claras en relación al momento de abrir fuego, so pena de liarla parda o, por expresarlo en términos técnicos, cargarse la jangá. En efecto la parábola, perdón, el storytelling, ha de estar bien concebido y suficientemente contrastado ante una audiencia no entusiasta o se corre el riesgo de zambullirse en un ridículo planetario. Por ejemplo, entre los que nos dedicamos a la comunicación e incluso entre los que se dedican a vender pipas, resultó abrasador el ridículo logrado por Mariano Rajoy con su mundialmente famosa “niña”. Sí, la “niña de Rajoy”, que tiene padre—y no es el actual presidente, sino un consultor que ahora se hace el loco y no quiere saber nada de su criaturita, cuando fue él quien la metió de rondón en el debate que marcó la segunda derrota electoral de Rajoy. Segunda y última (por ahora).

Anoche, en TVE 1, nuestro simpar presidente no defraudó. Desde el minuto 1 hizo gala de su legendaria incapacidad para transmitir confianza (ehhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh) y para comunicar con la mismísima (incapacidad, digo). A una primera pregunta tan previsible como sus titubeos (sttttoooo, que tenía que decir yo aquí? No entiendo mi letra ni cuando la he memorizado… ehhhhhhhh), Rajoy tiró de storytelling y contó a la sin duda atónita audiencia la apasionante parábola de quien va a pedir un crédito y se lo tiene que pensar antes: “Pues el Gobierno, igual”.  Virgensanta, ¿no hay nadie más?

Creo que también esta brillante y atractiva historia –jalonada de pasajes heroicos e inolvidables como la de un cliente del banco embelesado ante los carteles anunciadores de los tipos de interés– pasará a los anales de la comunicación política y a los anaqueles dorados de la pedagogía pública. Modesto como él sólo, sin embargo, Rajoy llegó a decir que muchas veces no están comunicando bien (tú también te has dado cuenta, no?). Pero este señor no necesita un equipo de comunicación política, como le reclaman muchos (no sabemos si reprochando u ofreciéndose…) sino un milagro como el de los panes y los peces, una parábola que nos permita creer que con la tan escasa inteligencia, determinación y liderazgo que muestra este tipo pueda resolverse una crisis pavorosa que iba a evaporarse en cuanto llegara a la Moncloa un Presidente como Dios manda. Pues vaya con Dios…

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Lazhar y el espejo

Artículo publicado en www.cineandcine.es. 

Aunque este modesto blog lleve por título CineAnd…Política, aquí las promesas se cumplen, de manera que como les prometí, alternaremos comentarios sobre películas consagradas en las que Cine y Política se funden, con otros sobre cintas (¿dije cintas? ¿aún queda alguien que diga cintas?, ay, que me estoy haciendo mayor…) más actuales. Hoy les traigo, aunque de política apenas tenga el trasfondo, una película canadiense,‘Profesor Lazhar’. Por aquí la ficha técnica, por aquí un tráiler en v.oy en español. C’est facile, n’est-ce pas?

En ‘Profesor Lazhar’, guionista y director, (son el mismo: Philippe Falardeau), pisan el campo minado de los sentimientos, un drama que nace entre las cuatro paredes de un aula de primaria, el abono perfecto para los efectos lacrimógenos, para un remake deRebelión en las Aulas’, o para una reedición infantil de La clase. Pero no, todo lo contrario: se trata de una historia diferente, sutil, bien narrada (vale, algo lenta: cuánta prisa siempre, dónde iremos siempre corriendo…), en el que dos tragedias atraviesan el tiempo y la vida de nuestro protagonista, encarnado por un polifacético actorazo,Mohamed Felag, que todo lo hace fácil. Dos tragedias, sí: una de origen político, en la Argelia natal del profesor Lazhar (y del propio Felag) y otra tragedia simplemente humana que impacta en la vida de los niños. Qué difícil debe ser dirigir a niños y qué bien lo hace este Falardeau, estudiante por cierto de Ciencias Políticas antes de dedicarse al cine (los caminos del Señor son inescrutables, pero en este caso le alabo el gusto).

Llovía afuera de la Alhondiga bilbaína donde vi la película (a veces huele a palomitas durante los congresos que se celebran una planta más arriba) y aunque las primeras escenas son de nieve y la trama se desarrolla durante un frío invierno, hay una calidez contenida en cada metro, una voluntad de autenticidad, un acierto en reflejar los miedos del ser humano (a la muerte, al rechazo, al dolor, a la culpa, a la ausencia) que atrapan al espectador desde el primer momento. No hay bombas emocionales, ni demagogia en el manejo de los sentimientos, que discurren por cauces auténticos que dicen mucho, y bien, de la sinceridad de la película y sus autores.

¿Y Política? Ah, sí, la política… Pues sí, como señalaba antes hay Política en el trasfondo del film. El protagonista es un inmigrante, más bien habría que decir exiliado (pero dejemos que esto lo aclare la policía quebecquesa…), que, como tantas veces sucede en la vida, buscando una salida encuentra sin embargo otra: inesperada, dolorosa y a la vez emotiva y esperanzadora como un sentido abrazo de despedida. Todo el dolor se concentra en una fotografía de seres queridos –y seres perdidos— observada desde una tristeza que no se muestra pero se intuye infinita. Todo el miedo se adensa en una mirada durante una visita a comisaría. Miedo, tristeza, dolor son sentimientos humanos pero también muchas veces, aquí desde luego, la expresión de la Política como violencia, de la Política como enfrentamiento, de la Política como discriminación, de la Política como motor del exilio o el destierro.

Sí, en ‘Profesor Lazhar’ la política se dibuja como un escenario del pasado no tan remoto, un pasado cruel que golpea a nuestro Profesor en lo más hondo, una herida, que, sin embargo, él no sólo ha de sobrellevar durante el resto de sus días sino que debe mostrar ante la mirada escéptica de quien sólo ve en él a un argelino cincuentón sospechoso de querer quedarse a vivir en Quebec. Así es a veces la Política (migratoria) y así es el espejo que ya podemos imaginar qué imagen nos devuelve de nosotros mismos y de cómo tratamos a los que absurdamente consideramos los otros.

http://blogs.cineandcine.es/politica/2012/06/28/lazhar-y-el-espejo/

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Rumbo a Grecia o rumbo a Francia

Es posible, sólo posible, que en algún paseo perdido durante este fin de semana, el coordinador general de IU en Andalucía y vicepresidente del Gobierno andaluz, Diego Valderas, haya barajado la posibilidad de que las circunstancias –ese pequeño contratiempo que sabotea las estrategias políticas— no le permitan hacer lo que persigue: sacar a Izquierda Unida del rincón de la protesta y convertirla en una fuerza de gobierno que garantice que los retrocesos del PSOE no se traduzcan, como hasta ahora, en un avance de la derecha sino en un giro hacia políticas más nítidamente progresistas. Tal vez se pregunte si le dejarán hacer: cambiar la inercia que conduce a la irrelevancia y el testimonialismo.

Hay una parte de la izquierda, que anida en IU pero cada vez más fuera de ella, que considera infinitamente más coherente instalarse en la denuncia de las contradiccionesinherentesalsistema (tengo una edad), que fajarse en amortiguar los efectos del puñetero sistema. Es un clásico más latino que marxista, Fiat iustitia et pereat mundus: mientras más se agudice y visible seas la perversidad del sistema, antes se acabará (y se verá que los puros de corazón teníamos razón). Y si por el camino mucha gente se queda sin un transplante o un colegio, se siente. Una izquierda que en parte se hace acompañar de música soviética y que despide con salvas de honor al camarada Kim Jom Il (me gustaría estar fabulando, pero no).

Hay otra izquierda, que está en el PSOE pero también fuera, que ha perdido toda referencia a los objetivos transformadores que la alumbraron, y se limita a capear el temporal, asumiendo acríticamente los dogmas del sistema tanto da que, como hace unos años, nos animen al apalancamiento financiero y al boom inmobiliario, como que ahora nos crucifiquen con el tridente de déficit-déficit-déficit, ag. Lamentablemente, es la Izquierda del 10 de mayo, fecha en la que ZP giró la nave socialista contra su base social, y me temo que la izquierda que explica que lo que pierde el PP en estos meses –y pierde fuelle a pasos agigantados— no lo gane el PSOE, posiblemente por no presentar una alternativa como la sí articuló Hollande. (Oui, on peut). Quizá para eso falte tiempo, o quizás falten ganas y determinación, ya veremos.

Como en el chiste en el que Dios ofrece su mano para salvar al náufrago, dan ganas de gritar: “¿No hay nadie más?”. Sí que hay, claro que hay: es más, estoy seguro que la mayoría de electores de izquierda –también de esa izquierda cuya fuerza se va por el sumidero del sistema electoral, como Equo y demás– están más en un terreno de nadie que en estos extremos que conducen, por activa o por pasiva, a la esterilización de la izquierda española, también andaluza. En caso de guerras –y esta crisis se parece bastante a una guerra, con sus daños inmensos, la desaparición del futuro y una enorme carga de rencor y desesperanzan–, la gente moderada, que suelen ser las de convicciones más solidas, corre el riesgo de caer atrapada entre dos lógicas tan enfrentadas como inútiles y que no hacen más que desactivar el potencial transformador que da sentido a las fuerzas de progreso.

La experiencia del Gobierno de coalición de izquierdas en Andalucía no es poca cosa y su futuro en buena medida determinará el futuro de la izquierda en España. La advertencia a los socialistas no ha podido ser más evidente (desde mayo del 2010, sus tres primeras derrotas en Andalucía, una detrás de otra). De otra parte, algunos en IU, posiblemente los mismos que han decidido que Valderas se merece un pulgar hacia abajo y empiezan a moverle la silla desde las redes sociales, deberían pensar que la famosa “acumulación de fuerzas” –que es como el viaje al centro del PP, no acaba nunca– hasta ahora ha consistido, esencialmente, en que IU recoge el voto de los cabreados del PSOE, que se vuelven al PSOE cada vez que se les pasa el cabreo. Es de temer que en un futuro, hasta ese escenario sea ya una quimera. Si fracasa el Gobierno PSOE-IU, la pulsión de las opciones populistas será aún más fuerte en toda España, seremos más Grecia que Francia. La izquierda española se merece más que eso. Y Diego Valderas y su arriesgada apuesta transformadora (pues nada resulta más difícil que transformarse a uno mismo) también. Así que mejor que lo dejen.

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El liderazgo del zig zag

Esta mañanita nos hemos levantado con un nuevo volantazo del presidente del Gobierno. Veamos la secuencia última del zigzag en el que este señor, el que iba a presidir un Gobierno-como-dios-manda: hace apenas tres semanas sostenía que los bancos españoles no necesitaban rescate alguno, que si lo sabría él y no Hollande (que se había permitido decir al llegar Chicago que el rey estaba desnudo). Zig.

Una semana después firmaba el rescate (o mandaba a Guindos a hacerlo, aunque tiene pinta de que fue viceversa) y lo presentaba no ya como un éxito incontestable (línea de crédito en condiciones extraordinariamentepositivas, como se hartó de repetir el ministro de Economía) sino también como fruto de su legendaria capacidad de presión (si lo sabrá Aguirre, mira cómo tiemblo). Zag.

Esta mañana otra vez Zig y el rescate no sólo ya no es un éxito del Gobierno sino que empuja a España a un desastre económico de imprevisibles consecuencias. Impresionante: es un conductor que cuando lleva  a base de volantazos a todo el pasaje volando de un sitio a otro del autobús, agarrándose como puede a cortinas, respaldos y apoyabrazos, gritando y suplicando, entonces va, enciende un puro, y dice, como ha hecho hoy: Señores, me parece que no vamos bien. ¿Y este es el presidente que iba a traer la confianza a España? Madredelamorhermoso.

Claro que nos dirán que el comportamiento de los mercados es imprevisible y que la situación es complejísima e inabordable. Lo es. Pero como todas las verdades a medias, ésta es una de las peores mentiras. A este Gobierno, como a todos los gobiernos del mundo, se le juzgará políticamente, es decir, por su capacidad política de hacer frente a las dificultades, por grandes que sean. Políticamente, en mayores dificultades estaba Adolfo Suárez cuando un tipo con tricornio que le odiaba personalmente le puso el nueve corto en las costillas, a cañóntocante. No arregló la situación, no podía, pero no la empeoró y además hizo algo muy importante para el futuro: dar la talla como político, demostrando sin atisbo de duda su valentía y determinación como dirigente (la misma que le permitió legalizar al PCE desafiando a la cúpula militar, a la que tenía más motivo para temer que Rajoy a Frau Merkel, créanme). El propio Suárez dijo de un rival: “Yo legalicé al PCE y éste no se hubiera atrevido a legalizar ni a las hermanitas de los pobres”.

Ciertamente, la tragedia que vive nuestro país y que ha partido el espinazo del Estado de Bienestar y, lo que es peor, la autoestima de los españoles es fruto de muchas responsabilidades. Desde luego, del anterior Gobierno (no hay un solo día que no me acuerde de la carita y los remilgos de Elena Salgado, me lo tengo que hacer mirar) y del anterior al anterior, con su brillantísima política de liberalización del suelo y el posterior boom inmobiliario que nos ha hecho boom en los morros a todos los ciudadanos. Pero a los gobiernos anteriores ya los juzgaron los españoles y a ZP, al que habían votado con todas sus fuerzas, lo echaron por la ventana.

Ahora les toca el turno a ellos y en especial al lumbrera de la Moncloa. Tendremos que juzgarle por muchas cosas que nada tienen que ver con la complejidad de la situación sino con su propia capacidad para el liderazgo, que representa un conjunto de cualidades que pueden ser evaluadas al margen de las dificultades objetivas a las que se enfrente. Es más, los grandes liderazgos históricos han surgido siempre en época de fuertes retos y dificultades (ahí está la gracia, claro). Demos sólo unas pinceladas de algunos aspectos por los que habrá que juzgar al actual presidente del Gobierno:

Por su visión estratégica (genial negarse a recibir al candidat Hollande por orden la de la Frau, ahora Sarko purga su derrota en un calabozo de la bastilla política francesa y Rajoy tiene que rogarle al francés que no ceda en su apuesta por el crecimiento. Dios mío, cómo se la está tragando).

Por su clarividencia, crucificando al Banco de España para salvar el culo a Rato, a Aguirre –que tenía las competencias en la supervisión de Cajamadrid– y a sí mismo, sin lograrlo, y además dando, ahora sí, la impresión de que las cuentas españolas tenían una supervisión tan rigurosa como la griega.

Por su arrojo y valentía, al intentar no dar nunca la cara y al final presentarse como triunfador de un duelo –el del rescate bancario—del que había salido con el rabo entre las piernas, como hoy mismo ha reconocido en México, ándele.

Por su visión y compromiso de Estado, cuando afirmaba que la prima de riesgo de España se llamaba Zapatero. Y ahora resulta que la prima es Rajoy.

Y los primos, todos nosotros.

 

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Bloguero de atrezzo en Cineandcine

Entretanto vuelvo a estos menesteres (gracias por vuestra paciencia e interés, que no merezco), os dejo el enlace al post que he publicado hoy en www.cineandcine.es, una revista digital de cine que merece un óscar a la ilusión y el emprendimiento. Me han pedido que escriba de Cine and… Política y ahí estamos, aunque sea de atrezzo. ¿Quién dijo miedo? (no contesten: silencio, se rueda)

«Escribir de algo a lo que casi todo el mundo con sensibilidad ama (el cine) en combinación con algo de lo que todo el mundo con sentido común recela (la política) tiene su aquel, no se crean. Y, sin embargo, aquí me tienen, en parte por mi mala cabeza y en parte por la generosidad de quienes impulsan este proyecto de película y a los que en estas primeras líneas tengo que dar las gracias por contar conmigo, Laura Ruiz Bernal, la fuerza hecha mujer y Francisco Pérez Gandul, Pacopérez, el padre de Malamadre, y no es un trabalenguas.

Aunque corran malos tiempos para la Política (ojo a la mayúscula, de la que se hace en minúsculas no encontrará aquí nada el navegante) y eso es responsabilidad de quienes la ejercen (me meteré en tal saco, aunque ya lo dejé atrás, afortunadamente), Política habrá siempre, con nosotros o sin nosotros y en este último caso ya sabemos que además será contra nosotros.

Sin embargo, hay otra Política con la que sí nos hemos sentido reconocidos, reconfortados, dignificados. Una Política que además ha dado metros gloriosos en la historia del cine. Si les apetece, a la vez que sigamos la actualidad cinematográfica relacionada con la política (confieso que me perdí ‘Los Idus de marzo’, habrá que arreglarlo), podremos ir recordando algunas de las películas o simplemente escenas en las que Cine y Política se tocaron, se fundieron y nos demostraron que cuando menos lo esperamos, el diablo se pone de nuestra parte (sí, es de una canción de Sabina).

Era un crío cuando me llevaron a ver Todos los Hombres del Presidente. Naturalmente, no salí de la sala queriendo ser político (garganta profunda, agg, ejem, ejem) sino queriendo ser periodista. Hasta ese mismo año (1976), no se estrenó en España una película rodada casi cuarenta años antes, ‘El Gran Dictador’. Apenas podía entenderla (si era de Charlot!!!!) hasta que pude verla y emocionarme con el discurso final, probablemente el más bello alegato por la cooperación y la paz que jamás haya encontrado cabida en el celuloide. Sí, pensándolo bien, y oyendo de nuevo aquellas palabras (¿hacemos una paradita ahora?), oyendo de nuevo que “la codicia ha envenenado el alma del hombre” (les suena, verdad, ¡cuánta actualidad!), tal vez nos encontremos con la Política hermosa, que hunde sus raíces en los mejores ideales del ser humano.

Con la Política en el Cine nos hemos reído con Ninozka, desternillado con el gran gran Josef Tura, estremecido con Schlinder, y hasta colado donde a los más poderosos ejércitos les llevó años hacerlo, permitiéndonos convertirnos en testigos de la historia.

El Cine nos ha traído, sí, muchas veces a la Política mezclada con el humor, con el horror, con el pasado reciente o con el remoto, con la vida de los otros o con la muerte del César. Para mí, sin embargo, ninguna combinación más explosiva que el cóctel de cine, política y ese gran motor de la historia que es el Amor. Para gustos están los colores, pero para mí no hay escena más arrebatadoramente política que una en la que solo se pronuncian cuatro palabras. Una escena en la que dos hombres miran con gesto preocupado a un grupo de uniformados que cantan desenfadadamente. Una escena en la que uno de ellos, llamado Viktor, cargado de certezas morales aunque arrastrando una vieja duda en el corazón, baja las escaleras con calma, cruza la sala ante la mirada atenta de su enamorada y resuelve la escena con esas cuatro palabras que dieron un giro a la guerra y a su historia de amor: “Toquen La Marsellesa. Tóquenla”.

A mí me toca poner el final de este primer post, cuya lectura les agradezco. Hay tanta de esa Política en el Cine, tantos ejemplos que nos emocionan, nos enseñan, nos zambullen en nuestra historia, que les confieso en este momento mi alegría por inaugurar con el resto de blogueros y con todos los navegantes que se asoman al otro lado del cristal este reto apasionante –sí, de película— que supone CineAndCine. ¡Acción!

En su sitio original, que os recomiendo: http://blogs.cineandcine.es/politica/

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