Enrique Cervera

Pues sí, otro blog de Comunicación

L’incertitude (‘Toquen La Marsellesa’)

Buena parte de la prensa, no sólo española, ha recibido la victoria de François Hollande como un aldabonazo que siembra la incertidumbre en Europa. Puede ser. Lo que pasa es que muchos no lo verán mal.

Verán, si uno está plácidamente en su hamaca –“esto es vida”, que diría mi hijito— y algún sobresalto le provoca inquietud, la incertidumbre sobre lo que puede estar sucediendo fuera de nuestro control (¿es el perro, son ladrones?) se convierte en una sombra, un punto oscuro que siembra el desasosiego en nuestro corazoncito. Mal rollito, vamos. Pero si uno está subiendo, engrilletado de pies y manos, por la escalera (robusta y segura, eso sí) que le conduce al patíbulo, entonces, que se abra una puerta, se oigan voces lejanas, y asome una luz al otro lado del corredor de la muerte, pues sí, siembra inquietud pero también esperanza de que el camino seguro hacia la soga de la recesión (y al retroceso civil que acarrea, traducido en forma de paro y liquidación de los avances sociales madurados durante décadas) se detenga. Esa es la incertidumbre que viene desde la Bastilla, y no es la primera como bien saben las cabezas coronadas que daban seguridad a toda Europa hasta el 14 juillet 1789. Vive l’incertitude, mais oui!

No quería hablarles Francia. La mayoría hemos desembuchado la amalgama de sentimientos colgando en las redes sociales la escena de Casablanca en la que Viktor Laszlo desafía a la seguridad nazi, y francesa, por cierto, encarnada en el cínico e inolvidable capitán Renault: “Toquen La Marsellesa”). Pero si quería compartir apenas una pinceladita sobre otro asunto: la incertidumbre y la política.

¿Cuánto aprenderemos que si la política es como la vida la incertidumbre forma parte de ella, inexorablemente, y que la certezas son casi siempre sinónimo de fracaso? De casi todas las cosas que estábamos seguros hace apenas unos meses –no digamos unos años, no digamos hace unas poquitas décadas— apenas queda nada.

Los mismos que hace apenas unos telediarios resumían su programa en un sutilísimo “primero el déficit, segundo el déficit y tercero el déficit” (“Sutilidad”: dícese de algo que desconoce Cristóbal Montoro), ahora aseguran que no ha sido Hollande quien ha puesto la cuestión del crecimiento en la agenda europea, sino Mariano Rajoy. Vaya, vaya.

Y aquí, más cerca, quienes daban por segurísima la victoria de Arenas, ahora le echan la culpa al empedrado y al propio Javier, contra el que se ha abierto la veda, así que me lo imagino repasando compulsivamente la munición y tratando de averiguar quién de los que le rodea se está preparando para un papel en el probable remake a la andaluza de Los Idus de Marzo.

En fin, hace apenas cinco meses nada parecía más seguro que un largo período de hegemonía del PP en España, tras la explosión político-nuclear que asoló al PSOE el 20-N, mientras que anoche una cámara oculta nos hubiera mostrado a un Rajoy, en la soledad de sus tupperwares, implorando a Panoramix, el Druida galo, que algún socialista lo rescate del calabozo en el que Frau Merkel  lo tiene aun estricto régimen presupuestario de pan y agua, sistema de adelgazamiento electoral que amenaza con pulverizar los récords de la Dieta ZP en 18 meses.

Oí recientemente a alguien sostener que únicamente verán el Paraíso de la Recuperación aquellos que no duden ni titubeen aplicando las política de austeridad. Y sin embargo, yo, que estuve en Berlín (y había muchas formas de estar, pero me refiero a estar físicamente en 1989, detrás de los vopos que cuidaban, también muy seguros ellos, que no cayera aquel Muro), creo que el que menos duda, antes se la pega. Al tiempo.

PD: Perdón por mi intermitencia y gracias por vuestra insistencia, pero París bien vale una misa…

 

 

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El nombre del César

Hay amistades que le pierden a uno. Apenas unos días antes de las elecciones del pasado 25 de marzo, un periodista, por lo demás cabal y riguroso, echó mano de un argumento que no lo parecía tanto para pronosticar la victoria del PP en las elecciones y me dijo: “Si Arriola ha convocado a la prensa para el martes, es que no hay duda”. En efecto, un prestigioso Foro había convocado para el martes, 27 de marzo y en Sevilla, una conferencia en la que Pedro Arriola, el gran gurú electoral del PP, y otro sociólogo, Juan José Toharia, presidente de Metroscopia, habrían de explicar, se supone, el grado de acierto de las encuestas.

Tal vez la victoria del PP estaba menos segura de lo que estaban Arriola y Toharia, porque de haberse barruntado el papelón sin duda que se hubieran aliviado del trámite, que por otra parte, me cuentan que estuvo algo desangelado. Cosa entendible esta última pues seguro que muchos de los que el viernes anterior confirmaron su asistencia a la cita con Arriola, el lunes 26 de marzo no se sentían con ganitas de nada, y viceversa, quienes con gusto hubieran ido de haber sabido el resultado de las urnas, no confirmaron con antelación por aquello de que no hay loco que coma candela.

El caso es que, como sucede a menudo tras unas elecciones, se debate sobre los errores de las encuestas. Haberlos haylos y hay múltiples razones que los explican, empezando por la pasta: una buena encuesta es cara, cada vez hay menos dinero para hacerla, manteniéndose, sin embargo, la necesidad de la impostura. Todo el mundo sabe, por ejemplo, que atribuir, como se ha hecho en Andalucía, escaños en ocho circunscripciones con una media de encuestas (telefónicas, además) no superior a 90 por provincia, más que un auténtico sondeo lo que hace es recordar un programa de radio nocturno: “hablar por hablar”.

Y luego sucede lo que pocos dicen de los demás para que no lo digan de uno mismo, aunque unos y otros lo piensen y en muchos casos con razón: que a menudo las encuestas se emplean no tanto para reflejar el estado de la opinión pública sino para intentar condicionarlo. Otra cosa es que el tiro les haya salido a algunos por la culata y tanta euforia demoscópica destinada a galvanizar a una parte del electorado (en nuestro caso, del PP) lo haya adormecido y haya surtido el efecto contrario. De grandes estrategas están los cementerios políticos llenos.

Entre tanto debate anodino, no deja de llamar la atención un fenómeno que augura más y más llamativos errores: la incapacidad de los responsables de los institutos de opinión por reconocer que a veces fallan. En el citado encuentro de Sevilla, tanto Toharia (que al menos admitió no haber “estado fino”, menos mal) como Arriola dieron mil explicaciones sobre el mismo tema, antes de descubrir el Mediterráneo y concluir que hubo muchos encuestados que iban a votar al PSOE y no lo dijeron. Ole ahí: en eso consiste su trabajo, ¿no creen? En atribuir con acierto a uno u otro lo que queda oculto, cruzando variables como recuerdo de voto, simpatía, preferencias por los candidatos, etc. Pues no: “no es posible comparar lo que ha pasado con lo que las encuestas decían que iba a pasar. Eso es un error”. Han leído bien, lo que salga de las urnas no se puede comparar con lo que las encuestas decían que iba a salir de las urnas. Pues vale.

Sospecho que esta incapacidad de reconocer lo obvio –“pues sí, interpretamos mal el silencio de buena parte del electorado socialista”, no parece tan difícil— está en la base de estos errores recurrentes, si bien en modo alguno puede servir para descalificar al conjunto, pues otras veces aciertan, resultando descortés que recordemos que hasta un reloj parado da bien la hora dos veces al día.

El problema de algunos sociólogos cuando interpretan los resultados de un sondeo político es que ellos mismos no son ajenos, como es natural, al clima político, social y mediático que les rodea. En la hipótesis más benevolente que podemos imaginar, ese clima es el que les llevó a interpretar el silencio del electorado que antes se declaraba socialista como un síntoma de que iban a decantarse en buena medida por el PP (desoyendo, sin embargo, el alto índice de rechazo que ese partido mantiene en la sociedad andaluza y que también reflejaban las mejores encuestas). Con toda modestia, advertimos aquí hace justo un mes que quienes pensaban que todo estaba hecho, confundían deseos con realidad. Dicho de otra manera, la interpretación de una encuesta tiene mucho que ver con la capacidad política de quien la lee. Y no todos los sociólogos se distinguen por tener ese olfato, más bien al contrario, porque su oficio es otro.

Lo que sí es muy político es escurrir el bulto. Ahora parece que en el PP andan cabreados con Pedro Arriola por haber recomendado una campaña de baja intensidad, que se ha demostrado tan errónea (ay, aquel debate que podría haber liquidado la campaña…) como erróneas eran las previsiones en las que se sustentaban. Habría mejor que decir que en el PP andan otra vez cabreados con Pedro Arriola. Pero si Arriola es el que diseña la estrategia del PP, entonces el error mayor es del PP. Al César lo que es del César. Y en nuestro caso, el César se llama Javier.

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El CIS, la espuma y las corrientes

Instalados, tradicionalmente instalados en la desconfianza hacia las encuestas, los encuestadores, la madre de los encuestadores y desconfiando hasta de los encuestados (basta ver que el recuerdo de voto a menudo no se parece al voto realmente depositado con anterioridad), muchos acogieron el sondeo hecho público el jueves por el CIS con una mezcla de escepticismo y prevención. Para algunos, insufla ánimos a los socialistas, a los que sin duda puede espolear la sola idea de ver el balcón de la calle San Fernando, sede del PP andaluz, atravesada por la Amargura de la Cuarta Derrota (disfrazada de victoria moral). Para otros, sin embargo, la encuesta azuzará el hartazgo hacia 30 años de gobiernos socialistas y estimulará el voto hacia el PP para echar al PSOE, y en todo caso evitar un gobierno de coalición con “los comunistas”.

Puede ser una cosa o la otra. O a lo mejor ambas y lo que resta por decidir es cuál de las dos magnitudes enfrentadas resultan más decisivas el día de las elecciones.

En Andalucía, a la general desconfianza a los sondeos se suma un aspecto puramente técnico: con ocho circunscripciones en juego y al menos tres partidos en liza –quizás hasta cinco en algún caso– con posibilidades de obtener diputados, los restos (que al final atribuyen un escaño y así hasta ocho) son en ocasiones muy reducidos. Ello hace que sea más difícil de detectar en las encuestas (y más cuando, como sucede ahora, no hay un duro para hacerlas especialmente fiables, salvo excepciones). Así, el sondeo electoral del CIS anterior a las elecciones de 2008 acertó de pleno en el porcentaje de votos de PSOE y PP y sin embargo, erró notablemente en la atribución de escaños, pues pronosticó tres más a los socialistas (les atribuía 59) y cinco menos al PP (les predijo 43). Putos restos, sí (o putos mayas, vaya ud. a saber)

Pero más allá de la morbosa atribución de escaños, en la encuesta dada a conocer hace un par de días hay elementos de fondo que conviene tener en cuenta. Y estos elementos conforman dos corrientes de dirección contraria, que emergerán en las urnas el día 25. Veámoslas grosso modo.

Corriente contra el PSOE: Más allá de las causas (la crisis, el cambio de liderazgo, la división interna, los Ere, los 30 años de gobierno), parece evidente que el principal obstáculo del PSOE es el deseo de cambio. Hace cuatro años, en el mismo sondeo del CIS, había prácticamente empate entre los que querían cambio de gobierno (39,2%) y los que querían que siguiera el mismo partido (39,6%), dato perfectamente coherente con el hecho de que el PSOE obtuviera luego prácticamente la mitad del voto en urna. Ahora, sin embargo, a la misma pregunta, prácticamente el doble de los encuestados (52,3% frente el 26,3%) apuesta por el cambio.

En efecto, es la ola, que viene de lejos, pero esa ola tiene que tocar tierra, pasar la prueba de fuego del día 25 de marzo. Y aunque en la superficie sólo se aprecie la espuma blanca que se suele hacer en torno a los vencedores (en todos los ámbitos imaginables), existe otra corriente más profunda en dirección contraria, con múltiples vectores.

Corriente contra el PP: El partido al que todas las encuestas dan como ganador no sólo no arranca entusiasmos, sino que ni siquiera es el preferido en casi ningún ámbito. Para empezar, los ciudadanos ubican al PP en una nítida posición de derecha (en un 7.67 donde el 10 es la extrema derecha) mientras que al PSOE lo sitúan en el entorno del 4.27, mucho más cerca de las zonas templadas y de centro izquierda donde se autoubica la gran mayoría. Tal vez esto explique que el PSOE resulte, pese a las múltiples adversidades que está sufriendo (incluidos los errores no forzados), mejor valorado que el PP en prácticamente todas las comparativas (mejor defiende los intereses de Andalucía; mejor representa sus ideas; genera más confianza, tiene mejores líderes y está más capacitado). En realidad, el PP sólo aventaja al PSOE en la pregunta “quién está más unido”, circunstancia que debería hacer reflexionar a los socialistas sobre la brillante idea de celebrar un congreso federal (en el que inevitablemente habrían de saldarse las cuentas de la derrota en las generales) en vísperas de las elecciones andaluzas.

El PP ni siquiera es el partido que despierta más simpatías (20,9 frente al 37,2 del PSOE) y su líder, Javier Arenas, tampoco es capaz de superar en valoración a la ya escasa que alcanza Griñán, vapuleado por el efecto de la crisis y que, sin embargo, aventaja al popular (4.54 frente a 4.23 en valoración).

Aunque puedan parecer datos paradójicos con la estimación general de voto (ya hemos hecho consideración sobre la dificultad de acertar al 100% en la atribución de escaños provinciales) no tienen por qué ser contradictorios. Quienes piensen (otra vez, ahí está la terca hemeroteca) que todo está hecho, confunden los deseos con la realidad, que siempre es mucho más compleja. La propia campaña que acaba de empezar influirá tal vez poco, pero un poco puede ser mucho (y ya se sabe que un descuido le cuesta la vida al artista, y no señalo a nadie).

Y no olviden mi viejo adagio, que dista de ser científico: la gente, cuando vota, tiene muy mala leche.

 

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Hipótesis un poco envenenadas

Comienza esta noche la campaña electoral en Andalucía. Por fin una campaña electoral centrada en la Comunidad (“veremos”, dijo el ciego). Las campañas electorales son siempre una fiesta, la de la democracia. Lo que pasa es que tras la fiesta, algunos conservan buenos recuerdos, a otros les dura la resaca unos pocos de años y alguno más hasta tienen que quedarse a recoger los restos. Les propongo dar una patada a seguir (rugby) o simplemente un “voleón” (fútbol de barrio) e imaginarnos cómo podemos amanecer el lunes 26 de marzo. Les dejo un catálogo de hipótesis un poco envenenadas para ese día:

Hipótesis envenenada 1: El PSOE gana por mayoría absoluta. Resultado: al PP le da un soponcio. Y al PSOE otro. La salud es lo primero así que vayamos a otra cosa. Además, ya les dije un día que no creo en los gnomos. En todo caso, en esta hipótesis –revalidar la mayoría absoluta obtenida en 2008, para sí la hubiera querido ZP–, el PSOE-A podría pensar que el camino trazado últimamente es el correcto.

Hipótesis envenenada 2: El PSOE gana sin mayoría absoluta pero frena al PP en seco. Resultado: El PSOE podría gobernar en solitario, apoyándose puntualmente en IU, que sería menos necesaria. Griñán vería reforzada su posición al demostrarse que separar las elecciones andaluzas de las generales fue una buena idea, gentes de poca fe. Arenas podría estar otros cuatro años diciendo que vale, pero que él siempre mejora los resultados (ministro de Rajoy para Navidad).

Hipótesis envenenada 3: El PSOE pierde pero puede gobernar con IU. Resultado: la derecha clama contra un gobierno socialcomunista, denuncian fraude político y anuncian que Sánchez Gordillo, alcalde de Marinaleda, será consejero de Innovación, lo del gusano en la manzanita se quedará en nada (ya explicaremos esto último a los más jovencitos). Se buscan Tamayo y Sáez, razón aquí. Expectación planetaria ante la estabilidad del Gobierno Griñán: si con mayoría absoluta ha cambiado el Gobierno cada seis meses, con IU haciendo asambleas en el patio de las Cinco Llagas antes de cada votación parlamentaria, esto puede ser ‘le nombre de la chèvre’. Alguien en el PSOE debería pensar si de verdad van por el buen camino. Y atreverse a plantearlo.

Hipótesis envenenada 4: PSOE e IU suman mayoría absoluta, pero IU se pone extremeña y nanay. Resultado: los peligrosos bolcheviques que en la ‘hipótesis envenenada 3’ convertirían a Andalucía en Cuba (o Corea del Norte, que es más fea) ahora son ejemplos de la izquierda grande y libre que soñara Julio Anguita. Sánchez Gordillo es entronizado como líder insobornable que dio la puntilla a la socialdemocracia corrupta. Alguien en el PSOE debería advertir contra la tentación de no dejar que los árboles (la actitud de IU, que realmente no da para mucho más) impidan ver el bosque: que los socialistas habrían dejado de ser el gran partido de los andaluces, por méritos propios.

Hipótesis envenenada 5: El PP podría gobernar con el apoyo de algún diputado de UPyD y/o del PA. Naturalmente que lo harían, no merece mayor comentario, su supervivencia política depende de eso. Alguien en el PSOE debería pensar que si el PP no ha sacado mayoría absoluta en medio de la catástrofe, un buen Partido Socialista podría volver a ganar dentro de cuatro años, como el PP logró en Galicia con Núñez Feijoo. He dicho un buen Partido Socialista.

Hipótesis envenenada 6: El PP continúa la escalada ascendente, empujada por la necesidad de cambio que reflejan las encuestas y amplía la ventaja hasta alcanzar la mayoría absoluta. Resultado: enhorabuena a los premiados. Alguien en el PSOE debería ponerse a pensar. Lo que fuera. Y rapidito.

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Escuela de Portavoces (o el Efecto Laponia)

Quienes nos hemos dedicado al oficio de intentar atrapar en una frase o incluso en una sola palabra un concepto complejo, que además resulte sonoro y que la gente tienda a repetir y propagar (ahora lo llaman viralidad) sabemos de la dificultad de este empeño, que en no pocas ocasiones alumbra una pamplina (véase la retahíla, parece que interminable, de González Pons, por poner un ejemplo preclaro, aunque no único). Tan complicado es, que hay quien, con notoria sagacidad, ha tirado por el camino de en medio y en vez de buscar una frase o palabra emblemática, considera que una pequeña y sencilla historia puede cumplir mejor esa tarea (se llama storytelling y hay quien se hace rico con eso, abundando también la chorrada, la verdad).

Por eso no deja de llamar la atención la capacidad de algunos para saltar la barrera mediática y demostrar sus dotes comunicativas. Por ejemplo , el responsable de Economía y Política Financiera de la CEOE, José Luis Feito, y el Jefe Superior de Policía de Valencia, Antonio Moreno, dos personas que, justo es reconocerlo, han triunfado en lo suyo, pues de lo contrario el primero estaría de contable en una empresa con problemas y el segundo en la inspección de Guardia de la comisaría de Dancharinea. Ambos, además, han demostrado ser, permítaseme el símil futbolístico, dos espléndidos rematadores, con golazos es verdad que en propia puerta, detalle éste en que sólo repararán los envidiosos.

Por supuesto que las declaraciones de ambos merecen análisis de más enjundia. Por ejemplo, lo que podríamos llamar el “Efecto Laponia” resume en dos palabras la avanzada y sutil concepción de las relaciones laborales que alberga parte de nuestra patronal, escuela, por cierto, de la que salió en su día el muy sonriente ministro Montoro. De Antonio Moreno, en fin, hemos sabido con una sola palabra (“el enemigo”) cuál es su concepción del orden público democrático y su manera de entender y gestionar lo que en el peor de los casos es una simple colisión de derechos (el de circular y el de manifestarse), que no suele resolverse arrastrando de los pelos a jovencitas o empujándolas de dos en dos contra vehículos en marcha. Penoso.

Pero quisiera aprovechar la ocasión para poner de relieve el indudable peligro que tiene poner (o dejar que salte al ruedo, cual maletilla embravecido) de portavoz a quien no reúne las más elementales características para ello. Peligro y coste en términos de opinión pública, que es tanto como hablar de pérdida de prestigio, influencia y capacidad de persuasión. En este caso, a la patronal y al Gobierno.

A la CEOE porque con el Efecto Laponia se le ha visto el pelo de la dehesa, que es lo mismo que decir que tras su discurso por la eficiencia económica y por la creación de empleo, se esconde una brutal insensibilidad social: o tragas o a Laponia. Una imagen terrorífica también para el Gobierno del PP, al que no hace falta estar muy listo (ejem) para asociarlo a quienes tanto le aplauden.

Y en el caso del Jefe Superior de Policía de Valencia lo que ha aflorado es su tosquedad policial, propia de quien está acostumbrado a hablar a agentes uniformados y menos o nada a la opinión pública a través de los medios de comunicación. Poner a este señor, desprovisto de su uniforme, ante los periodistas ha sido un error de Manual, que ha multiplicado por cien el efecto político y mediático de la actuación policial. Se lo tiene merecido la Delegada del Gobierno en Valencia, que puso a dar la cara al Jefe de Policía para que no se la partieran (mediáticamente hablando, por favor) a ella, que es la responsable de una actuación policial que no fue ni proporcional, ni congruente ni necesaria.

Error sobre error del Gobierno, que se suman a las declaraciones de la Delegada del Gobierno en Madrid, advirtiendo que el ministro Rubalcaba  no cumplía la ley y ella sí lo hará impidiendo (a porrazos, se entiende) nuevas concentraciones en Sol. Errores de comunicación que han dejado ver, posiblemente mucho antes de lo que pretendía el Ejecutivo, la decisión del Gobierno de meter al país en cintura y que acepte sin rechistar la política de recortes. Se han lucido.

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Ocho de treinta

Hoy comienza en Sevilla el Congreso nacional del PP. Recuerdo que estuve como periodista en el de 1991 y me hice amiguete de uno, con nombre de portero de fútbol, que pagaba mis copas y lo entendí enseguida: al poco se hizo famoso con el caso Naseiro.

Ahora es distinto: todos son parabienes y es natural. 2011 ha sido un año de grandes triunfos electorales, en mayo y noviembre, y se encuentran a un paso de lograr lonuncavisto, el poder en Andalucía (un paso que aun no ha dado: un descuido le cuesta la vida al artista). El congreso se celebra, pues, en el comienzo de la segunda etapa de la derecha en el poder en España. El PP ahora está muy fuerte. Pero, ¿está tan fuerte como parece, rodeado de tanto oropel mediático, financiero y hasta purpurado? Veamos.

Algunos tienen la tentación de explicarse esta situación reprochando a los ciudadanos un supuesto giro a la derecha, lo cual es una manera de echarle la culpa al empedrado. Si tal giro se hubiera producido, en todo caso sería responsabilidad de una izquierda que no ha sabido presentar un discurso creíble y no de unos ciudadanos egoistones y acomodaticios que ya no quieren votar al PSOE. Pero todos sabemos la verdad: que estos señores (y señoras) del PP que hoy se reúnen en Sevilla han ganado las elecciones con casi medio millón de votos menos que los que obtuvo ZP no hace ni cuatro años. Así que digamos las cosas como son: aunque el PP saque pecho no está tan fuerte como débil está la izquierda transformadora (que, como su propio nombre indica, es la que transforma cosas y no la que se pasa la vida quejándose de que no se transformen bastante).

Como todo en la vida, esto tiene su parte buena y su parte mala. La mala es que la primera transformación que exige una situación de estas características es la transformación de uno mismo, que es la más difícil, la más pavorosa, la que nos enfrenta a nuestros errores, a nuestros miedos y a nuestras limitaciones. También a las responsabilidades políticas de cada cual, que en este caso son tan grandes como abultada la derrota y el saco de errores cometido. Responsabilidades políticas que cuesta trabajo asumir y que, a lo que se ve, hay pánico a exigir.

La parte buena es que por mucho que sonrían hoy los del PP en su congreso de Sevilla –y motivos tienen, sin ninguna duda–, está esencialmente en la mano del PSOE que dentro de cuatro años las cosas hayan cambiado tanto como han cambiado en los cuatro años que han pasado desde que Aznar le volviera la cara al Rajoy biderrotado en el Congreso de Valencia.

Para que ello suceda –y claro que puede suceder: ¿acaso no es Rajoy presidente del Gobierno y es el mismo que hace tres años tenía que entrar en Génova por el garaje acosado por los suyos? ¡cosas veredes!—no valen subterfugios, ni echarle la culpa al empedrado ni decir comunicación cuando den realidad queremos decir sexo (¡digo política, que me he liado!).

El problema del PSOE en España (a lo de Andalucía hay que echarle de comer aparte, ya hablaremos) no es, contrariamente a lo que se dice a menudo, que no se haya sabido explicar lo que se hacía (fundamentalmente en política económica) sino que a partir del dichoso  mayo de 2010 se gobernó frontalmente contra la base social del PSOE, que le ha pasado factura en las urnas. Entre hacer lo que la Europa de los mercaderes imponía a España y colocar contra las cuerdas a un partido con más de 130 años de historia debió hallarse un punto políticamente intermedio que muchos en el Gobierno ni siquiera se molestaron en buscar (¿he hablado ya de la ministra Salgado?) y en el partido ni se atrevieron a pedir.

Esta es una de las reflexiones que con sinceridad tiene que compartir el PSOE con su base social, el centro izquierda, que es ampliamente mayoritario en España. Tan mayoritario que alguno de los que hoy con razón sonríen en el congreso del PP en Sevilla tal vez se esté preguntando, en su fuero interno, que cuánto tardarán esta vez los españoles en echarlos del Gobierno en el que, por algo será, sólo han estado 8 de los últimos 30 años de democracia.

 

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