Enrique Cervera

Pues sí, otro blog de Comunicación

Escuela de Portavoces (o el Efecto Laponia)

Quienes nos hemos dedicado al oficio de intentar atrapar en una frase o incluso en una sola palabra un concepto complejo, que además resulte sonoro y que la gente tienda a repetir y propagar (ahora lo llaman viralidad) sabemos de la dificultad de este empeño, que en no pocas ocasiones alumbra una pamplina (véase la retahíla, parece que interminable, de González Pons, por poner un ejemplo preclaro, aunque no único). Tan complicado es, que hay quien, con notoria sagacidad, ha tirado por el camino de en medio y en vez de buscar una frase o palabra emblemática, considera que una pequeña y sencilla historia puede cumplir mejor esa tarea (se llama storytelling y hay quien se hace rico con eso, abundando también la chorrada, la verdad).

Por eso no deja de llamar la atención la capacidad de algunos para saltar la barrera mediática y demostrar sus dotes comunicativas. Por ejemplo , el responsable de Economía y Política Financiera de la CEOE, José Luis Feito, y el Jefe Superior de Policía de Valencia, Antonio Moreno, dos personas que, justo es reconocerlo, han triunfado en lo suyo, pues de lo contrario el primero estaría de contable en una empresa con problemas y el segundo en la inspección de Guardia de la comisaría de Dancharinea. Ambos, además, han demostrado ser, permítaseme el símil futbolístico, dos espléndidos rematadores, con golazos es verdad que en propia puerta, detalle éste en que sólo repararán los envidiosos.

Por supuesto que las declaraciones de ambos merecen análisis de más enjundia. Por ejemplo, lo que podríamos llamar el “Efecto Laponia” resume en dos palabras la avanzada y sutil concepción de las relaciones laborales que alberga parte de nuestra patronal, escuela, por cierto, de la que salió en su día el muy sonriente ministro Montoro. De Antonio Moreno, en fin, hemos sabido con una sola palabra (“el enemigo”) cuál es su concepción del orden público democrático y su manera de entender y gestionar lo que en el peor de los casos es una simple colisión de derechos (el de circular y el de manifestarse), que no suele resolverse arrastrando de los pelos a jovencitas o empujándolas de dos en dos contra vehículos en marcha. Penoso.

Pero quisiera aprovechar la ocasión para poner de relieve el indudable peligro que tiene poner (o dejar que salte al ruedo, cual maletilla embravecido) de portavoz a quien no reúne las más elementales características para ello. Peligro y coste en términos de opinión pública, que es tanto como hablar de pérdida de prestigio, influencia y capacidad de persuasión. En este caso, a la patronal y al Gobierno.

A la CEOE porque con el Efecto Laponia se le ha visto el pelo de la dehesa, que es lo mismo que decir que tras su discurso por la eficiencia económica y por la creación de empleo, se esconde una brutal insensibilidad social: o tragas o a Laponia. Una imagen terrorífica también para el Gobierno del PP, al que no hace falta estar muy listo (ejem) para asociarlo a quienes tanto le aplauden.

Y en el caso del Jefe Superior de Policía de Valencia lo que ha aflorado es su tosquedad policial, propia de quien está acostumbrado a hablar a agentes uniformados y menos o nada a la opinión pública a través de los medios de comunicación. Poner a este señor, desprovisto de su uniforme, ante los periodistas ha sido un error de Manual, que ha multiplicado por cien el efecto político y mediático de la actuación policial. Se lo tiene merecido la Delegada del Gobierno en Valencia, que puso a dar la cara al Jefe de Policía para que no se la partieran (mediáticamente hablando, por favor) a ella, que es la responsable de una actuación policial que no fue ni proporcional, ni congruente ni necesaria.

Error sobre error del Gobierno, que se suman a las declaraciones de la Delegada del Gobierno en Madrid, advirtiendo que el ministro Rubalcaba  no cumplía la ley y ella sí lo hará impidiendo (a porrazos, se entiende) nuevas concentraciones en Sol. Errores de comunicación que han dejado ver, posiblemente mucho antes de lo que pretendía el Ejecutivo, la decisión del Gobierno de meter al país en cintura y que acepte sin rechistar la política de recortes. Se han lucido.

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El juego del carácter

Se le atribuye a Heráclito (aunque igual fue su cuñada, vayamos a saber) la frase de que el carácter es el destino. Creo firmemente en ella (en la frase, no en la hipotética cuñada acuñadora de frases célebres) y pienso que las más de las veces quienes nos dedicamos a la comunicación –y más específicamente a la comunicación política–, prescindimos de este pequeño detalle, el carácter de las personas, siendo, como es, tan decisivo y clave para entender lo que sucede.

El carácter, por ejemplo, es clave para entender lo que podríamos llamar el fulgor y caída de Zapatero. Es verdad que ZP ascendió desde diputado raso de León a secretario general del PSOE, aparentemente contra pronóstico. Y ganó las elecciones generales de 2004 cuando todos los altos cargos del PP habían abandonado sus despachos oficiales con un alegre y confiado “hasta el lunes”. Menudo lunes. En menos de cuatro años, ZP pasó de no ser nadie a ganar unas elecciones. Y en menos de cuatro años, los que van desde marzo de 2008, cuando rozó la mayoría absoluta con 169 escaños, a noviembre de 2011, pasó del éxito incontestable al desprestigio político más evidente, lo que llevó a su partido prácticamente a esconderlo en la última campaña electoral (resultándome difícil, la verdad, discernir si era peor el remedio que la enfermedad). La crisis, sí, la crisis ahora y en el 2000 Bono que no acababa de gustar a nadie (tal vez ni a sí mismo y de ahí algunos cambios en su fisonomía), y la gestión del 11-M en 2004, y un Rajoy abúlico en 2008… sí, las circunstancias, claro, pero también el carácter de ZP, que nos ayuda a comprender los dientes de sierra de su trayectoria.

El carácter es lo que hizo a ZP jugársela doble o nada en 2000, apostando por sí mismo como secretario general en vez de confiar sus posibilidades de victoria a promesas de difícil cumplimiento por estar basadas en un liderazgo más formal que real (aspecto este último clave en la reciente derrota de Chacón más allá de un discurso impostado, también hablaremos de esto). Su carácter le hizo ganar en 2004 porque la gestión alevosa del 11-M que hizo el Gobierno de Aznar (que es el que empotró a Rajoy en la oposición, no se le olvide mientras hace abdominales) no hubiera conducido a una victoria socialista de no haber mediado previamente la apuesta antibelicista y sin ambages de ZP con el ‘No a la guerra’, aquella pancarta que tanto ofendía a la derecha e inquietaba a la intelligentsia del PSOE, entonces aún anclada mental y afectivamente en la brillante, pero ya acabada, etapa felipista. Sí, el carácter de Zapatero le hizo apostar por derechos sociales rompedores (de viejos dogmas) y ganar brillantemente las elecciones de 2008.

Fue el carácter de Zapatero (y desde luego no sus dotes estratégicas en materia de medios de comunicación, ámbito en el que cambió, encabritándolo además, a un pura sangre por una bicicleta) lo que le hizo triunfar en política. Su carácter explica la vertiginosidad de su éxito… y la de su fracaso. Su carácter le hizo elegir mal, a veces rematadamente mal, a buena parte de su equipo, dentro y fuera del Gobierno. A abducir al Partido Socialista como había hecho (y bien caro que le costó) Felipe González en su momento, eliminando un contrapeso tal vez molesto pero sencillamente imprescindible para la sostenibilidad de un proyecto político socialdemócrata e impidiendo, o dejando que otros impidieran, que hubiera libertad en la propia comisión ejecutiva federal del PSOE (lo acaba de reconocer Elena Valenciano, con una sinceridad encomiable y que dice mucho, por cierto, de su carácter).

El carácter de Zapatero, intuitivo, valiente, seguro de sí mismo (tal vez demasiado seguro de sí mismo) le llevó también a actuar con determinación en su propio suicidio político, dirigiendo  la nave del PSOE hacia los acantilados del enfrentamiento con su base social y asumiendo de sopetón un discurso absolutamente irreconocible para quienes le habían votado.

Sí, sin duda que él carácter de ZP explica por sí mismo buena parte de lo que ha sucedido en la política española en la última década y nos ayuda a comprender lo mejor lo que ha pasado.

Y ahora les propongo un juego: miren a Mariano Rajoy, hoy mismo triunfador incontestable del congreso del PP celebrado en Sevilla. Deténganse un minuto en pensar en su carácter, en lo que les sugiere, y luego traten de imaginar cómo va a evolucionar su carrera política y cómo terminará, cuando lo haga. Y el que sonría, ya tiene una pista.

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Ocho de treinta

Hoy comienza en Sevilla el Congreso nacional del PP. Recuerdo que estuve como periodista en el de 1991 y me hice amiguete de uno, con nombre de portero de fútbol, que pagaba mis copas y lo entendí enseguida: al poco se hizo famoso con el caso Naseiro.

Ahora es distinto: todos son parabienes y es natural. 2011 ha sido un año de grandes triunfos electorales, en mayo y noviembre, y se encuentran a un paso de lograr lonuncavisto, el poder en Andalucía (un paso que aun no ha dado: un descuido le cuesta la vida al artista). El congreso se celebra, pues, en el comienzo de la segunda etapa de la derecha en el poder en España. El PP ahora está muy fuerte. Pero, ¿está tan fuerte como parece, rodeado de tanto oropel mediático, financiero y hasta purpurado? Veamos.

Algunos tienen la tentación de explicarse esta situación reprochando a los ciudadanos un supuesto giro a la derecha, lo cual es una manera de echarle la culpa al empedrado. Si tal giro se hubiera producido, en todo caso sería responsabilidad de una izquierda que no ha sabido presentar un discurso creíble y no de unos ciudadanos egoistones y acomodaticios que ya no quieren votar al PSOE. Pero todos sabemos la verdad: que estos señores (y señoras) del PP que hoy se reúnen en Sevilla han ganado las elecciones con casi medio millón de votos menos que los que obtuvo ZP no hace ni cuatro años. Así que digamos las cosas como son: aunque el PP saque pecho no está tan fuerte como débil está la izquierda transformadora (que, como su propio nombre indica, es la que transforma cosas y no la que se pasa la vida quejándose de que no se transformen bastante).

Como todo en la vida, esto tiene su parte buena y su parte mala. La mala es que la primera transformación que exige una situación de estas características es la transformación de uno mismo, que es la más difícil, la más pavorosa, la que nos enfrenta a nuestros errores, a nuestros miedos y a nuestras limitaciones. También a las responsabilidades políticas de cada cual, que en este caso son tan grandes como abultada la derrota y el saco de errores cometido. Responsabilidades políticas que cuesta trabajo asumir y que, a lo que se ve, hay pánico a exigir.

La parte buena es que por mucho que sonrían hoy los del PP en su congreso de Sevilla –y motivos tienen, sin ninguna duda–, está esencialmente en la mano del PSOE que dentro de cuatro años las cosas hayan cambiado tanto como han cambiado en los cuatro años que han pasado desde que Aznar le volviera la cara al Rajoy biderrotado en el Congreso de Valencia.

Para que ello suceda –y claro que puede suceder: ¿acaso no es Rajoy presidente del Gobierno y es el mismo que hace tres años tenía que entrar en Génova por el garaje acosado por los suyos? ¡cosas veredes!—no valen subterfugios, ni echarle la culpa al empedrado ni decir comunicación cuando den realidad queremos decir sexo (¡digo política, que me he liado!).

El problema del PSOE en España (a lo de Andalucía hay que echarle de comer aparte, ya hablaremos) no es, contrariamente a lo que se dice a menudo, que no se haya sabido explicar lo que se hacía (fundamentalmente en política económica) sino que a partir del dichoso  mayo de 2010 se gobernó frontalmente contra la base social del PSOE, que le ha pasado factura en las urnas. Entre hacer lo que la Europa de los mercaderes imponía a España y colocar contra las cuerdas a un partido con más de 130 años de historia debió hallarse un punto políticamente intermedio que muchos en el Gobierno ni siquiera se molestaron en buscar (¿he hablado ya de la ministra Salgado?) y en el partido ni se atrevieron a pedir.

Esta es una de las reflexiones que con sinceridad tiene que compartir el PSOE con su base social, el centro izquierda, que es ampliamente mayoritario en España. Tan mayoritario que alguno de los que hoy con razón sonríen en el congreso del PP en Sevilla tal vez se esté preguntando, en su fuero interno, que cuánto tardarán esta vez los españoles en echarlos del Gobierno en el que, por algo será, sólo han estado 8 de los últimos 30 años de democracia.

 

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Tres ideas con el enemigo a las puertas

Los socialistas tienen uno menos de 40 días para afrontar las elecciones andaluzas. Sin ninguna duda, el desavío ya está hecho, pero alguien debería tomar la determinación de aprovechar este tiempo, que puede dar más de lo que parece, si se afronta con determinación, generosidad, humildad  e inteligencia. Además, no les queda otra. Yo les dejo tres ideas para dejar al enemigo en las puertas.

  1. Pedir perdón. Sí, es lo que se suele hacer cuando uno hace algo mal, daña a alguien aunque sea sin querer o defrauda las expectativas generadas. Ante el espectáculo de las últimas semanas, lo del ruido de la democracia es una verdad que no puede esconder otra mayor: que los socialistas se han olvidado de los ciudadanos y la han emprendido a garrotazos entre ellos. Si la crisis de Sevilla podía resolverse cambiando a Carmen por Carmen y al 7 por el 9 (con todo el respeto y afecto a los cuatro, no creo que hayan conmocionado al electorado, la verdad), entonces nunca tenía que haberse producido. Si aún piensan que quien tiene que pedir perdón es el de enfrente, entonces es que no han aprendido nada. Un dirigente cabal como Antonio Hernando ha reconocido que este lío perjudica mucho a los socialistas. Si nadie del PSOE andaluz pide perdón y admite un error  tan manifiesto, se extenderá la sensación de que a las primeras de cambio volverán a repetirlo. Sólo faltan 39 días para la cita con las urnas: yo no perdería ni un minuto más.
  2. Aux armes, citoyens. Con el enemigo a las puertas (y es sólo una forma de hablar, en una democracia sólo hay rivales), en las almenas de la ciudadela socialista no puede haber tiradores inexpertos, ni gente muy respetable pero a la que le den miedo las balas (o la velocidad que llevan, tanto da), ni personas que carecen de las dotes de liderazgo, capacidad de persuasión y prestigio que se necesita en toda batalla política y mucho más en las decisivas. Lamentablemente, las listas se han hecho más pensando en el congreso pasado (y en los que han de venir) que en lograr la adhesión de los ciudadanos. Pese a ello, en la war room del PSOE, alguien debería tomar la decisión de reunir, de dentro y de fuera de las listas, a los siete u ocho dirigentes más capaces, más auténticamente respetados entre la militancia y más prestigiados ante la sociedad y hacer de ellos los portavoces de la campaña, gente capaz de convertirse en catalizadores de la respuesta socialista, hasta donde ésta pueda llegar.
  3. El programa oculto no puede ser el del PSOE. Claro que el PP con sus primeras medidas en el Gobierno, y sobre todo con ese desparpajo –los elegantes dicen cinismo– de hacer lo contrario a lo prometido, están dejando munición que pueden emplear los socialistas. Pero eso no basta, precisamente porque el PP justifica tales medidas con su supuesta inevitabilidad y con la herencia recibida, la losa de los cinco millones de parados. Por eso el PSOE, si quiere recuperar algo del terreno perdido, tiene que proponer algo distinto, generar ideas propias, vínculos que enlacen con el electorado progresista, que no olvidemos es ampliamente mayoritario en Andalucía, como reflejan todas las encuestas. Nada de un programa denso y esclerotizado, que a estas alturas de la batalla nadie leerá (si es que alguna vez eso se ha hecho). Al contrario, seis ideas, sólo seis ideas fuerza nacidas de la cabeza y del corazón para seis semanas de campaña, seis aldabonazos dirigidos a los núcleos esenciales de sus votantes, media docena de mensajes claros, mirando a los ojos de los ciudadanos y no al ombligo propio.

(Y sí, claro que se puede)

 

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Pistas para leer las encuestas

Tal vez para algunos resulte paradójico el resultado de las últimas encuestas y más concretamente de la que hoy mismo publica El País según la cual, pese a comenzar a percibirse un cierto deterioro del PP, sin embargo aumenta la brecha con respecto al PSOE, que continúa su descenso a un ritmo superior al de los conservadores. Hay algunas claves que nos permiten entender la situación.

Clave 1: El efecto derrota. Al conocerse el resultado del último sondeo del CIS, Alfredo Pérez Rubalcaba reaccionó subrayando que por primera vez un partido (el PP) retrocedía en la primera encuesta tras ganar unas elecciones. Eso es tan cierto como que el PSOE retrocede aún más, como consecuencia del previsible efecto derrota, algo perfectamente comprensible y esperable en un partido desalojado del poder tras ocho años de mandato. El PSOE, además, se encontraba en la fase final del ciclo político capitaneado por Rodríguez Zapatero y se ha visto abocado a un proceso congresual a cara de perro, lo cual, inicialmente, habrá contribuido a la desorientación y zozobra de su electorado. Claro que ya escampará, pero aún falta.

Clave 2. El pastor cuida su rebaño (y alimenta la moral de su electorado). Las encuestas reflejan una gran solidez del electorado del PP, algo natural tras la reciente y anhelada victoria (aunque haya tenido casi que caerse el mundo para que Rajoy lo logre), pero además éste lo mima con medidas que le hacen celebrar su victoria a la espera de que lleguen las vacas gordas económicas (si es que llegan). En efecto, la gran bandera electoral del PP fue la recuperación de la economía, pero eso no le está impidiendo que gran parte de sus ministros se apresten desde el minuto uno al desmontaje de avances sociales en materia de aborto (retrotrayendo la situación legal a la de hace 27 años), educación para la Ciudadanía o la píldora del día después (anunciando un informe técnico que, ya lo verán, se traducirá en que si te se rompe un preservativo, pues se siente). Se trata de una política perfectamente previsible por parte de un partido sólo formalmente aconfesional como el PP y que, a la vez, contrasta con la actitud timorata de los últimos años de ZP en el Gobierno, cuando creyó que podría sobrevivir políticamente sin mantener la complicidad de su electorado. Un error que el PP no está cometiendo (ni cabía esperar que cometiera).

Clave 3. La batalla de Despeñaperros. Las encuestas reflejan una evidencia, también perfectamente previsible: la maquinaria electoral del PP no se ha permitido un minuto de descanso porque el epílogo electoral que resta es de los que hacen época, la conquista de Andalucía. El candidato Rajoy, que hoy sería registrador de la propiedad si el candidato Arenas no le hubiera apoyado tras su segunda derrota en 2008, dijo en campaña electoral que haría todo lo que hiciera falta para que el PP gane en Andalucía, tras 30 años de frustración. Eso incluye retrasar todo lo posible el gran tajo a las políticas sociales, que por increíble que parezca aun no se ha producido.

Nada nuevo bajo el sol pero relevante de cara a las autonómicas de marzo pues algunos cálculos socialistas (más que eso, voluntaristas) se basaban en un fenómeno hasta ahora inédito: un deterioro súbito y vertiginoso del PP, un partido que acaba de formar gobierno, una no menos rápida cristalización de ese descontento y un desplazamiento del voto en sentido contrario (hacia el PSOE). La lógica de las cosas apunta a que un proceso parecido a ese se terminará produciéndose, pero queda la duda de la velocidad a la que lo haga, lo cual dependerá de tres factores: lo que haga el PP, lo que haga el PSOE y ese pequeño cúmulo de detalles que llamamos “los acontecimientos”. Ay, los acontecimientos.

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Cara, gano yo, cruz, pierdes tú

El pasado domingo, al concluir el congreso del PSOE, me crucé en el garaje del Hotel Renacimiento de Sevilla con la candidata perdedora, Carme Chacón. Le acompañaban unas pocas personas y ese halo de soledad y cierto recogimiento que acompañan a menudo los duelos y las derrotas. Casi sin detenerme, le dije “Carme” (creo que de nuevo podemos llamarla por su nombre, que es muy hermoso también en catalán), “mucho ánimo”. Y Carme, con la que apenas me habré cruzado un par de veces mi vida, supongo que alguna vez en Ferraz y seguro que no en los pasillos del Congreso de los diputados (que en general los ministros recorren acompañados de una cohorte de asesores que muchas veces le sientan tan bien como a un Cristo dos pistolas y no hablo de oídas) me devolvió una mirada franca y una sonrisa sincera: “Suerte también para vosotros en Andalucía”.

Particularmente, creo que a Carme Chacón le hubiera ido algo mejor en el congreso federal del PSOE de haber mantenido esa sonrisa natural y comprensiva en vez de un discurso y una pose artificiosos, que poco o nada le aportaron, al menos nada bueno. Ya he dejado escrita en este blog mi opinión un tanto escéptica sobre el carácter determinante o no de un discurso en un congreso, pues éste no es más que el colofón de un proceso político condicionado por múltiples factores, más allá del efectismo de una buena intervención.

En todo caso, retomo la cuestión a raíz de un artículo estupendo de Josep Ramoneda, Política y Sentido, en el que, tras preguntarse que quién engañó a Carmen Chacón, despotrica sobre los asesores de comunicación, señalando que hay que liberar a la política de ellos porque tratan a los ciudadanos como tontos y a los políticos como monigotes (él dice ‘personajes de comic’, pero yo digo monigote porque dibujo muy mal).

Desde luego,   me sorprende que Ramoneda, por lo general tan sutil y concienzudo, recurra a un estereotipo grotesco (el asesor liante que cosifica al político y se limita a encadenar una retahíla de mensajitos en twitter). Haberlos, haylos, como también hay articulistas del género tonto y no por eso voy a privarme del placer de leer, siempre que pueda, a personas tan brillantes como Josep Ramoneda (y no ironizo: describo).

Sí comparto que entre los asesores y gurús (vaya palabro) de la comunicación menudean los que muestran una actitud ventajista y también quienes, desde la política, hacen lecturas simplistas. Un ejemplo: cuando Barack Obama ganó las elecciones, después de dos brillantes campañas –en las primarias contra Hilary Clinton y en las presidenciales contra McCain- fueron muchos los que atribuyeron su éxito a cuestiones más bien de índole técnico y, concretamente, a sus llamativos discursos y a su innovadora y atractiva forma de relacionarse con los ciudadanos a través de las redes sociales. Desde luego, comparto esta última apreciación y como tantos otros me aprendí el nombre de Jon Favreau, jovencito jefe de los speechwriters del presidente negro, e indagué en esta fascinante fauna, que a veces se reúne en enmoquetados aquelarres de comunicación (si os fijáis en sus caras, todos parecen felices).

Lo que sucede es que, cuando hace apenas un año, Obama sufrió la tradicional derrota electoral de los presidentes USA a mediados de su mandato, a nadie, y desde luego a ningún asesor de comunicación, se le ocurrió atribuir el revés electoral a sus discursos poco persuasivos o a una tosca campaña en las redes sociales. Cara-gano-yo, cruz-pierdes- tú, ése es el ventajismo al que hacía referencia.

Dicho esto, y con todo el respeto de Ramoneda: a un político que le confunde y engaña su asesor, imagínate la que le pueden liar en una Cumbre Europea. Moraleja: si te engaña tu asesor, mejor que no trascienda: nadie te votaría.

 

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Los tres errores de Manual del ministro Wert

Entrevisté en Sevilla a José Ignacio Wert a finales de los años 80, recuerdo que fue en un todavía no remozado Hotel Colón. Se acababa de publicar una encuesta de la empresa que entonces presidía (él, claro) en la que el gobierno andaluz de José Rodríguez de la Borbolla quedaba como Dios. Mi periódico (me temo que a mayor abundamiento o en un do ut des por una filtración, hora no caigo) me mandó a entrevistar a Wert que hacía poco que había abandonado su escaño en Coalición Popular y se había incorporado a sus labores profesionales como sociólogo. Fue una entrevista amable: yo en categoría de periodista jovenzuelo y él en la de democristiano sinuoso (valga la redundancia) aparentemente de vuelta de la política y desde luego encantadísimo de haberse conocido. Me resultó un tipo interesante. Posteriormente, durante años, le he oído en la Cadena SER como contertulio. Le considero (catalogar suena más bien a coleóptero y cosas así) un buen polemista y lamento que, siendo un tipo de apariencia brillante, nos sirva ahora como ejemplo de que en política se suele ascender hasta el nivel máximo de incompetencia. Con respeto absoluto a su persona, su aun breve trayectoria como ministro de Educación nos va a permitir alumbrar tres errores de Manual de Comunicación Política.

Error 1. En el cálculo. Es el primer fallo del político: no calibrar adecuadamente el impacto que en términos de opinión pública va a tener una decisión, en este caso la reforma alevosa de los temarios de los opositores. Wert ha querido dar una patada a las comunidades autónomas que no se han avenido al estrangulamiento de la oferta de empleo público y lo ha hecho en el culo de miles de opositores, que ya llevaban meses preparando sus exámenes. El ministro ha preferido darse el gustazo (‘pues te vas a enterar’) en vez de calcular, en términos de coste-beneficio (coste político-beneficio económico), el resultado de su decisión. Si ligamos esta actitud irreflexiva con elreciente fallo clamoroso de justificar los cambios en la asignatura Educación por la Ciudadanía apelando al contenido de un manual que no era tal, podremos caer en la conclusión de que sigue encantado de conocerse. Error al cuadrado.

Error 2. Negación de la realidad. Es el siguiente escalón en la escalera del descrédito. Cualquier podría haber caído en la cuenta de que una decisión como la del cambio de temario provocaría una irritación en afectados y en sus familias. Wert, sin embargo, en vez de aceptar esa evidencia y admitir que resulta dolorosa para un determinado colectivo, ha negado la mayor: no son tantos, ni mucho menos 60.000. La actitud es casi pintoresca pues aunque fuera la mitad, ya serían muchas, y en realidad son muchas más si se atiende al círculo de personas del entorno de los afectados: los padres, madres, hermanos, parejas y amigos que les ven hincar los codos diez horas al día. Y también yerra al no contemplar el aspecto cualititativo del colectivo afectado: jóvenes con un cierto grado de formación, que no encuentran empleo ni tienen perspectiva de alcanzarlo. Como en el chiste, al ministro sólo le falta decir “si no aguantan una broma, que se vayan del pueblo”. Error al cubo.

Error 3: Insensibilidad. El ministro no sólo parece no conocer el alcance ni las consecuencias de su decisión, sino que además, se permite frivolizar sobre la actitud que deben adoptar los afectados. Los saltos de alegría que en su opinión deberían dar los opositores a los que lo estudiado ya no servirá para nada son equivalentes a los hillilos de plastilina de Rajoy o a la monotonía de tener un trabajo fijo del primer ministro italiano Monti. Un político insensible es un político alejado de la realidad y eso es lo último que los ciudadanos quieren. Error elevado a la cuarta potencia.

Eso sí: como ministro de Educación, Wert vale su peso en oro: hay que ver todo lo que nos ha enseñado en apenas unos días.

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Discursos, mayúsculas y gnomos

Tras la celebración del congreso socialista del pasado fin de semana e incluso con anterioridad, no han sido pocas las voces de quienes, en aras de la libertad de los delegados, reclamaban el derecho de éstos a pronunciarse en el cónclave sin ataduras a posicionamientos previos, apostando por un papel trascendente y decisivo para el discurso de los candidatos (discurso con minúscula, luego me explico) . Sucinta y no sé si subliminalmente, viene a sostenerse que una opinión formada a última hora y a partir de un discurso es espontánea y libre, mientras que la fundamentada en un debate previo sería ejemplo de apriorismo, del prejuicio, del interés inconfesable y fruto de la presión del aparato. Puede ser, pero puede que no y conviene que, en aras de eliminar apriorismos, no caigamos en otros.

Mi inestimable y brillante Antonio Gutiérrez Rubí recuerda, por ejemplo, aquel “no estamos tan mal” de ZP en el 35º Congreso, al que pone como ejemplo de discurso decisivo y determinante del resultado de aquella cita política. Sin duda fue una intervención memorable, que marcó un punto de inflexión entre él y el resto de candidatos. Sin embargo, y lamentablemente, hace años que no creo en los gnomos: en mi opinión, más que aquel discurso lo que determinó la victoria de ZP en el año 2000 fue su profundo conocimiento de las entretelas del Partido Socialista, el trabajo previo entre la militancia (sí, previo ) de su equipo, con José Blanco al frente y, desde luego, la maniobra esa sí final y determinante de Alfonso Guerra para desplazar buena parte del apoyo de su candidata, Matilde Fernández, hacia ZP, al que consideraba mal menor frente a José Bono.

A fuer de ser sinceros, no creo más limpio ni más saludable desde una perspectiva democrática el que se vote en función de un discurso final que entusiasme que el que se haga motivado por un debate previo y sosegado, alejado de los condicionantes (no siempre inocentes, por cierto) del cónclave. Parece perfectamente legítimo que una asamblea del partido elija a su delegado con el siguiente criterio: “Hemos decidido que la mejor persona para ese puesto es X y no, no queremos que en el último momento nuestro delegado cambie la opinión de la mayoría en función de que le resulte más persuasivo o más brillante el discurso del candidato, que a saber quién se lo habrá escrito” (dicho sea esto último para abrir el debate, en un futuro post, sobre si existen los gnomos o no y si escriben discursos por las noches).

Naturalmente que pueden existir presiones en la elección del delegado (y llegar a un congreso donde todo esté cocinado, dejando el agua de borrajas el proceso democrático que debe sustentarlo), pero también puede haberlas en el propio momento de votar y por eso existen las cabinas electorales. Una cosa y otra son auténticos fraudes democráticos pero conviene, además de prevenir tales males, ofrecer terapias adecuadas y no parecen serlo que los delegados a un congreso elijan desentendiéndose de lo que opinan y han expresado quienes les han elegido. Ni mandato imperativo, porque es verdad que el congreso ha de ser soberano, ni tampoco si te vi no me acuerdo (categoría política más extendida de lo que pudiera parecer).

Sinceramente opino que Carme Chacón entró derrotada al 38º Congreso del PSOE. Y no porque no pudiera ganar sino porque en el proceso previo, más allá de sus deficiencias democráticas (y acusaciones cruzadas hubo en las dos direcciones), los militantes se habían decantado, con acierto o sin él, ya se verá, por el indudable prestigio de Alfredo Pérez Rubalcaba antes que por el innegable cambio que representaba la figura de Carme Chacón. Y en ese proceso de toma de decisiones, influyeron muchos factores, la inmensa mayoría de ellos legítimos, entre los que destaca también el prestigio, también mayor entre la militancia, de los apoyos de Alfredo.

Con todo el respeto a esa perspectiva un tanto bucólica y no sé si cinematográfica, según la cual lo más democrático es que los delegados decanten su opinión en función de un discurso seductor, final y decisivo, no está tan claro que ello sea mejor que el que decidan a partir de las conclusiones de un proceso democrático, donde el Discurso Político, ahora sí con mayúsculas, sea más, mucho más, que una buena intervención y constituya el armazón de un proyecto coherente, nada oportunista y realmente persuasivo.

 

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