Enrique Cervera

Pues sí, otro blog de Comunicación

Ehhhhhhhhhhhhhhhhhh

La más reiterada, la más precisa, la más concreta y la que mejor resume el pensamiento, la capacidad política y la hoja de ruta ante la crisis, en fin, la mejor frase de Mariano Rajoy, presidente del Gobierno de España, la más conceptual, creativa, y rotunda, no es otra que aquella con la que empieza y termina prácticamente todas sus escasas manifestaciones públicas y no es otra que «ehhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh».

Ayer, a su llegada a Chicago, dio muestras de esa tendencia a no decir nada, a no comunicar nada, prácticamente a no saber nada de nada. Las noticias de agencia rezaban (y no ironizo): «El presidente del Gobierno ha dudado de que el presidente francés aconsejara a la banca española acudir a los fondos europeos». Bueno, sobra el complemento, en realidad, bastaba con decir «El presidente del Gobierno ha dudado». Sí, y le oímos decir nuevamente, como frontispicio de su pensamiento, cargado de coraje y determinación: «ehhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh». Y luego, «no creo que Hollande haya dicho eso».

Rajoy no cree, no sabe, duda, aunque lo haya escuchado media Europa. Y luego, cuando parece que ha criticado al presidente francés («el Sr. Hollande no sabe cómo están los bancos españoles»), en realidad no critica a nadie sino que describe una situación que además justifica con su lógica aplastante, porque de lo que añade después («El Gobierno cuenta en estos momentos sólo con la valoración del Banco de España y ha encargado dos evaluaciones externas para conocer cuál es «exactamente» la situación de los bancos») se desprende que Hollande «lógicamente» no puede saber cómo están los bancos españoles no porque sea el presidente de otro país sino por la evidencia escalofriante de que el primero que no lo sabe es el Gobierno español, ni su presidente. Y para rematar su mensaje de confianza, autoridad y credibilidad, subraya: «Si lo dijo [Hollande] es porque tiene datos que los demás no tenemos».

En la infinita bondad que caracteriza a determinados afilados críticos (de ZP), algunos sostenían ayer que con estas palabras y actitud, Rajoy ironizaba. ¿Un minutito para tratar de definir «ironía» en este contexto comunicacional? Sí, porfa, que no parezca que merced a la crisis sólo nos preocupa ya sobrevivir como lobos acosados… La ironía es un recurso que se basa en el contraste entre lo que se dice y lo que se quiere decir, una manera de desvelar un mensaje implícito contrario al explícito que se verbaliza. Un poner: “Arenas, ese gran candidato…”,Scarlett, tan feucha como acostumbra…”

Pero en el Caso de Rajoy (título de una gran película friki aún por rodar, tiempo al tiempo) ante lo que nos encontramos es que el mensaje implícito real no sólo no es contrario al explícito, sino que es aún más brutal. Si Rajoy ironizara, ese «sólo tenemos los datos del Banco de España» quería decir «François, mon cheri, deja de decir mamarrachadas que el que tiene los datos del Banco de España C’EST MOI«. Pero, ay, pas de tout.

No hay ironía (ojalá). Sucede más bien que estamos oyendo a un presidente del Gobierno de España diciendo que como su Gobierno «sólo» tiene los datos del Banco de España pues ha tenido que pedir dos valoraciones de compañías extranjeras privadas (seguro que lo ha hecho mediante concurso público y la Intervención del Estado está atentísima a ver el procedimiento y coste para las arcas públicas, como si lo viera) para conocer «exactamente» la situación de los bancos. (¿»Sólo»? este tío dice «sólo tengo los datos del Banco de España” y luego se fuma un puro?. Actúa como presidente o está charloteando sobre el Tour de France (con perdón)?)

No. No hay espacio para la ironía. Ahora vemos que cuando habló de los hilillos plastiformes para referirse a la marea de petróleo que ennegreció las costas de su Galicia natal, no ironizaba. Sólo demostraba lo que es y lo que pasaría si llegaba a presidente. Está pasando y lo estamos viendo.

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L’incertitude (‘Toquen La Marsellesa’)

Buena parte de la prensa, no sólo española, ha recibido la victoria de François Hollande como un aldabonazo que siembra la incertidumbre en Europa. Puede ser. Lo que pasa es que muchos no lo verán mal.

Verán, si uno está plácidamente en su hamaca –“esto es vida”, que diría mi hijito— y algún sobresalto le provoca inquietud, la incertidumbre sobre lo que puede estar sucediendo fuera de nuestro control (¿es el perro, son ladrones?) se convierte en una sombra, un punto oscuro que siembra el desasosiego en nuestro corazoncito. Mal rollito, vamos. Pero si uno está subiendo, engrilletado de pies y manos, por la escalera (robusta y segura, eso sí) que le conduce al patíbulo, entonces, que se abra una puerta, se oigan voces lejanas, y asome una luz al otro lado del corredor de la muerte, pues sí, siembra inquietud pero también esperanza de que el camino seguro hacia la soga de la recesión (y al retroceso civil que acarrea, traducido en forma de paro y liquidación de los avances sociales madurados durante décadas) se detenga. Esa es la incertidumbre que viene desde la Bastilla, y no es la primera como bien saben las cabezas coronadas que daban seguridad a toda Europa hasta el 14 juillet 1789. Vive l’incertitude, mais oui!

No quería hablarles Francia. La mayoría hemos desembuchado la amalgama de sentimientos colgando en las redes sociales la escena de Casablanca en la que Viktor Laszlo desafía a la seguridad nazi, y francesa, por cierto, encarnada en el cínico e inolvidable capitán Renault: “Toquen La Marsellesa”). Pero si quería compartir apenas una pinceladita sobre otro asunto: la incertidumbre y la política.

¿Cuánto aprenderemos que si la política es como la vida la incertidumbre forma parte de ella, inexorablemente, y que la certezas son casi siempre sinónimo de fracaso? De casi todas las cosas que estábamos seguros hace apenas unos meses –no digamos unos años, no digamos hace unas poquitas décadas— apenas queda nada.

Los mismos que hace apenas unos telediarios resumían su programa en un sutilísimo “primero el déficit, segundo el déficit y tercero el déficit” (“Sutilidad”: dícese de algo que desconoce Cristóbal Montoro), ahora aseguran que no ha sido Hollande quien ha puesto la cuestión del crecimiento en la agenda europea, sino Mariano Rajoy. Vaya, vaya.

Y aquí, más cerca, quienes daban por segurísima la victoria de Arenas, ahora le echan la culpa al empedrado y al propio Javier, contra el que se ha abierto la veda, así que me lo imagino repasando compulsivamente la munición y tratando de averiguar quién de los que le rodea se está preparando para un papel en el probable remake a la andaluza de Los Idus de Marzo.

En fin, hace apenas cinco meses nada parecía más seguro que un largo período de hegemonía del PP en España, tras la explosión político-nuclear que asoló al PSOE el 20-N, mientras que anoche una cámara oculta nos hubiera mostrado a un Rajoy, en la soledad de sus tupperwares, implorando a Panoramix, el Druida galo, que algún socialista lo rescate del calabozo en el que Frau Merkel  lo tiene aun estricto régimen presupuestario de pan y agua, sistema de adelgazamiento electoral que amenaza con pulverizar los récords de la Dieta ZP en 18 meses.

Oí recientemente a alguien sostener que únicamente verán el Paraíso de la Recuperación aquellos que no duden ni titubeen aplicando las política de austeridad. Y sin embargo, yo, que estuve en Berlín (y había muchas formas de estar, pero me refiero a estar físicamente en 1989, detrás de los vopos que cuidaban, también muy seguros ellos, que no cayera aquel Muro), creo que el que menos duda, antes se la pega. Al tiempo.

PD: Perdón por mi intermitencia y gracias por vuestra insistencia, pero París bien vale una misa…

 

 

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El nombre del César

Hay amistades que le pierden a uno. Apenas unos días antes de las elecciones del pasado 25 de marzo, un periodista, por lo demás cabal y riguroso, echó mano de un argumento que no lo parecía tanto para pronosticar la victoria del PP en las elecciones y me dijo: “Si Arriola ha convocado a la prensa para el martes, es que no hay duda”. En efecto, un prestigioso Foro había convocado para el martes, 27 de marzo y en Sevilla, una conferencia en la que Pedro Arriola, el gran gurú electoral del PP, y otro sociólogo, Juan José Toharia, presidente de Metroscopia, habrían de explicar, se supone, el grado de acierto de las encuestas.

Tal vez la victoria del PP estaba menos segura de lo que estaban Arriola y Toharia, porque de haberse barruntado el papelón sin duda que se hubieran aliviado del trámite, que por otra parte, me cuentan que estuvo algo desangelado. Cosa entendible esta última pues seguro que muchos de los que el viernes anterior confirmaron su asistencia a la cita con Arriola, el lunes 26 de marzo no se sentían con ganitas de nada, y viceversa, quienes con gusto hubieran ido de haber sabido el resultado de las urnas, no confirmaron con antelación por aquello de que no hay loco que coma candela.

El caso es que, como sucede a menudo tras unas elecciones, se debate sobre los errores de las encuestas. Haberlos haylos y hay múltiples razones que los explican, empezando por la pasta: una buena encuesta es cara, cada vez hay menos dinero para hacerla, manteniéndose, sin embargo, la necesidad de la impostura. Todo el mundo sabe, por ejemplo, que atribuir, como se ha hecho en Andalucía, escaños en ocho circunscripciones con una media de encuestas (telefónicas, además) no superior a 90 por provincia, más que un auténtico sondeo lo que hace es recordar un programa de radio nocturno: “hablar por hablar”.

Y luego sucede lo que pocos dicen de los demás para que no lo digan de uno mismo, aunque unos y otros lo piensen y en muchos casos con razón: que a menudo las encuestas se emplean no tanto para reflejar el estado de la opinión pública sino para intentar condicionarlo. Otra cosa es que el tiro les haya salido a algunos por la culata y tanta euforia demoscópica destinada a galvanizar a una parte del electorado (en nuestro caso, del PP) lo haya adormecido y haya surtido el efecto contrario. De grandes estrategas están los cementerios políticos llenos.

Entre tanto debate anodino, no deja de llamar la atención un fenómeno que augura más y más llamativos errores: la incapacidad de los responsables de los institutos de opinión por reconocer que a veces fallan. En el citado encuentro de Sevilla, tanto Toharia (que al menos admitió no haber “estado fino”, menos mal) como Arriola dieron mil explicaciones sobre el mismo tema, antes de descubrir el Mediterráneo y concluir que hubo muchos encuestados que iban a votar al PSOE y no lo dijeron. Ole ahí: en eso consiste su trabajo, ¿no creen? En atribuir con acierto a uno u otro lo que queda oculto, cruzando variables como recuerdo de voto, simpatía, preferencias por los candidatos, etc. Pues no: “no es posible comparar lo que ha pasado con lo que las encuestas decían que iba a pasar. Eso es un error”. Han leído bien, lo que salga de las urnas no se puede comparar con lo que las encuestas decían que iba a salir de las urnas. Pues vale.

Sospecho que esta incapacidad de reconocer lo obvio –“pues sí, interpretamos mal el silencio de buena parte del electorado socialista”, no parece tan difícil— está en la base de estos errores recurrentes, si bien en modo alguno puede servir para descalificar al conjunto, pues otras veces aciertan, resultando descortés que recordemos que hasta un reloj parado da bien la hora dos veces al día.

El problema de algunos sociólogos cuando interpretan los resultados de un sondeo político es que ellos mismos no son ajenos, como es natural, al clima político, social y mediático que les rodea. En la hipótesis más benevolente que podemos imaginar, ese clima es el que les llevó a interpretar el silencio del electorado que antes se declaraba socialista como un síntoma de que iban a decantarse en buena medida por el PP (desoyendo, sin embargo, el alto índice de rechazo que ese partido mantiene en la sociedad andaluza y que también reflejaban las mejores encuestas). Con toda modestia, advertimos aquí hace justo un mes que quienes pensaban que todo estaba hecho, confundían deseos con realidad. Dicho de otra manera, la interpretación de una encuesta tiene mucho que ver con la capacidad política de quien la lee. Y no todos los sociólogos se distinguen por tener ese olfato, más bien al contrario, porque su oficio es otro.

Lo que sí es muy político es escurrir el bulto. Ahora parece que en el PP andan cabreados con Pedro Arriola por haber recomendado una campaña de baja intensidad, que se ha demostrado tan errónea (ay, aquel debate que podría haber liquidado la campaña…) como erróneas eran las previsiones en las que se sustentaban. Habría mejor que decir que en el PP andan otra vez cabreados con Pedro Arriola. Pero si Arriola es el que diseña la estrategia del PP, entonces el error mayor es del PP. Al César lo que es del César. Y en nuestro caso, el César se llama Javier.

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Lo que la crisis te dio, la crisis te lo quitó

He recordado estos días mi corta pero nada agradable experiencia con los temblores de tierra. Yo las he vivido pocas veces, a Dios y a las capas tectónicas gracias. La vez que mejor recuerdo fue hace años en México DF junto a mi querida y admirada amiga Nino, jefa de protocolo de la Junta de Andalucía (y la mujer que con más estilo he visto pedir scotch con agua de seltz) y el desaparecido y añorado Juan Escámez. Sometidos a tal trance, así nos sucedió a nosotros, quienes lo padecen suelen quedarse quietos, agarrados a menudo a la mesa, al vaso del que iban a beber o a la silla en la que estaban sentados y generalmente atentos rumor que sigue al movimiento telúrico: una lámpara que aún se bambolea, un ficus que cimbrea, una tos tan falsa como nerviosa. Son sólo segundos, al poco todo pasa. Pero ya nada es igual y hay que salir fuera a ver qué tal ha quedado todo.

Los resultados de las elecciones andaluzas han debido llegar a los despachos de Madrid como un temblor inesperado y atemorizador. Un temblor suavito, muy del Sur, que hecho temblar los cimientos del Catálogo de Presunciones en el que se asienta (¿o mejor decir se asentaba?) la situación política española. Veamos algunas pocas, por si arrojara algo de luz.

Presunción Primera: España es azul. Nanay: Rajoy, con todo a favor, sacó el 20-N casi medio millón de votos menos que ZP (¿recuerdan?) en 2008. Eso quiere decir que su fortaleza política tenía más que ver con la debilidad del contrario que con otra cosa. Cuanto tu futuro depende de que el de enfrente siga equivocándose, estás en peligro.

Presunción Segunda: España se parece a sus medios de comunicación. Como dice mi hijo: ni de co. El mapa mediático español es el que es y hay que respetarlo, igual que la línea editorial de cada cual, pero quien se crea la ecuación opinión pública-opinión publicada= 0, yerra de medio a medio, pues la ausencia (con contadísimas excepciones) de medios que ven la política y la vida desde una perspectiva de centro izquierda distorsiona el panorama. Aunque es natural que nadie lo reconozca, este panorama tiene mucho que ver (no digo todo) con los “errores” en las encuestas, muchas veces más destinadas no a reflejar sino a condicionar a la opinión pública (no, no creo en los gnomos).

Presunción Tercera: el electorado del PSOE es mucho más crítico que el del PP. Sólo hasta cierto punto: es posible que el núcleo duro e inamovible del electorado conservador (el llamado suelo) sea más amplio que el del PSOE, pero esa fidelidad de voto se diluye entre los electores que no siempre votan PP y prefieren oscilar según vaya la cosa. El PP ganó muchos votos el 20-N culpando de todos los males a ZP y anunciando que con un Gobiernocomodiosmanda todo mejoraría. Tal vez funcionara ante un electorado espantado por los cinco millones de parados, pero es un argumento demasiado tosco como para que no se volviera en contra a las primeras de cambio. Es lo que ha sucedido: lo que la crisis te dio, la crisis te lo quitó.

Presunción Cuarta: el electorado apoya los recortes. Desconozco la regla de tres política que ha hecho olvidar al PP el hecho de que ZP sería malo malísimo para España, pero no comenzó a perder la confianza de los españoles hasta que se lanzó, con la fe de los conversos, a defender y a ejecutar la política de recortes impuesta por Merkel. Rajoy es presidente no porque sea un magnífico candidato (de ser así, se sabría, y en todo caso habría ganado en 2004 o 2008) sino porque ZP giró su Gobierno (y a su partido) contra su base social e hizo encallar la nave. ¿De dónde han sacado la idea de que el electorado iba a aplaudirle a Rajoy lo que le reprochó a Zapatero? Aun así, Arenas se dedicó a pasear a Fátima Báñez y a Cristóbal Montoro como grandes referentes. Entiendo que los hiciera salir al balcón de la calle San Fernando, qué menos en reconocimiento a su aportación al histórico triunfo (de unas décimas cuando se escrute el voto exterior, al tiempo).

Presunción Quinta: el electorado andaluz por fin se ha dado cuenta de que durante 30 años el PSOE les ha estado timando. Es el ‘adiós al Régimen’ (y dale). Naturalmente que en un partido que gobierna durante 30 años se desarrollan determinadas prácticas clientelares, salpicadas, como en el caso de los Ere, de repulsivos casos de corrupción. Pero en uno que gobierna 20 (como el PP en la Comunidad de Madrid o Valencia), también. Lo que sucede es que los electores suelen hacer un juicio más ponderado, valoran muchos más honestamente cómo les han ido las cosas (especialmente en su día a día: las relaciones con la Administración, la salud, la educación, las infraestructuras) y rechazan generalmente el maniqueísmo en el que caen los partidos. Y si malo es caer en este maniqueísmo discursivo, peor es interiorizarlo y creérselo.

Presunción Sexta: Andalucía es lo que Madrid cree que es. Anda ya. El insultómetro de estos dos días revela, por si hiciera falta, la verdadera concepción de Andalucía que anida en buena parte de la derecha española (y lamentablemente andaluza). No nos engañemos: si no pensaran así , no estaríamos asistiendo a este bochorno de descalificaciones y de mala educación (ahí tendría tajada el Ministro Wert, dónde andará, se le echa de menos). Tampoco sucedería así si imaginaran el daño que esa actitud históricamente ha hecho al PP de Andalucía, al que buena parte del electorado andaluz, con razón o sin ella pero sin que el PP haga nada por evitarlo, identifica con esa caverna mediática.

Ah, y luego vienen las réplicas.

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Comparaciones odiosas

Suele decirse que las comparaciones son odiosas. Permítanme añadir que además hay algunas especialmente odiosas. Si no odiosa –el odio es una forma de esclavitud de la que mejor mantenerse alejado—sí al menos desatinada es la reiterada comparación entre Andalucía y Calabria y Sicilia con que estos días ha regalado a sus lectores el periodista Enric Juliana en el periódico catalán La Vanguardia, donde dice, literalmente que gracias al canciller alemán Helmut Kohl Andalucía no cayó en el abismo de estas dos regiones italianas, conocidas por muchas cosas pero especial y lamentablemente por el subdesarrollo y la existencia de mafias.

Juliana, huelga decirlo, es un periodista de talla excepcional, fino y en general riguroso analista. Siempre lo he leído con la admiración que profeso a quienes saber escribir y su machacona tendencia a interpretarlo todo desde la óptica catalana me ha suscitado más ternura que otra cosa y en todo caso un rasgo inherente a su forma, también catalana, de entender la vida. Por eso no creo que sus referencias a la “calabria hispánica” sean casuales, ni un desliz. Les reproduzco: “Sólo la economía sumergida, el comunitarismo y el colchón familiar explican la inexistencia de un estallido social y la ausencia de formas duras de delincuencia”. Formas duras de delincuencia: la mafia y la camorra. Odio no, pero un poquito de asco sí me han dado esas referencias. El mejor escriba echa un borrón y este es de los gordos.

Su artículo tiene aspectos interesantes. Por ejemplo, el título “Andalucía ante la paradoja de la satisfacción”, que es un concepto, como bien reconoce, de mi admirado Pérez Yruela, de cuya sensatez, sensibilidad y respeto por los demás no cabe esperar comparaciones tan estomagantes. También son de gran interés los datos que proporciona, relativos a los fondos europeos que ha recibido Andalucía desde 1986. En realidad, ya lo eran desde que los proporcionó mi no menos admirado Ignacio Martínez, que es el periodista que más afanosa y rigurosamente ha trabajado este proceso de transferencias de fondos y tal vez el único que se ha molestado en publicitarlos.

Para analizar la realidad de Andalucía me quedo con estos últimos análisis, nada complacientes, por cierto, y no con los tópicos emboscados con los que lamentablemente obsequia a los andaluces mi tocayo Enric Juliana. No, hombre, no. No es verdad que la inexistencia de una mafia en Andalucía sólo se explique por la economía sumergida, el comunitarismo y el colchón familiar.

Vamos a dejar la brocha gorda para encalar, por el amor de Dios. Lo que explica que no haya una mafia en Andalucía es la honestidad de los andaluces, que nunca, ni siquiera en la época tan dura en la que el Régimen franquista no daba a muchos más oportunidad que irse a trabajar (por ejemplo, ay, a Cataluña) se deslizaron hacia formas organizadas de delincuencia.

Otro brochazo nos da Juliana con la referencia al PER: dice que no es el problema y que sirve para que las familias humildes se aseguran una economía de subsistencia, otros sestean y otros la combinan con el trabajo en negro, fenómenos éstos que, como todo el mundo sabe, sólo se produce con el PER pues nunca se ha visto a un obrero barcelonés en paro ni sestear ni mucho menos combinar el subsidio con un trabajo en negro. Valientemente.

Y ya puestos, pues otro topicazo con la Administración descomunal –menos mal que no tenemos embajadas fuera de España ni policía propia, no es por señalar— y cómo no con las redes clientelares, pues de todos es sabido que la referencia al tres por ciento de tarifa general de comisiones ilegales se ha dado de siempre en Andalucía, atribuyéndose sin embargo a los gobiernos de CiU sin duda por un error, equiparable tal vez a la despistada, pero cristalina, gestión en el Palau.

Me provoca náuseas la catalanofobia rampante de muchos en España y me resulta paradójico que quien debería ser sensible al estereotipo injusto, precisamente por padecerlo, caiga con tanta fruición en la descalificación simplona de un pueblo al que por lo visto son otros los que salvan de caer en el crimen organizado y el subdesarrollo.

Náuseas, sí.

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Los tres malos mensajes de un candidato

Fíjense si Javier Arenas debe estar poco seguro del acierto de su decisión de no comparecer en el debate de anoche en Canal Sur, que ha terminado por renunciar a la catarata de justificaciones más o menos improvisadas (el primer problema es que IU se quedaba fuera, recuerden) y ha optado por responsabilizar a los demás de una decisión que claramente es solo suya: “Me han echado”. No sé qué se le habrá pasado por la cabeza al candidato ganador para presentarse como víctima increíble.

En política, como en la vida, se mandan mensajes con lo que se dice pero también con lo que se trasluce, con lo que uno calla y con lo que hace o deja de hacer. Con esta decisión, Arenas manda tres malos mensajes que, modestamente, se podía haber ahorrado.

Primer Mensaje Malo. “Antepongo mis intereses a los de Andalucía”. En una sociedad avanzada, los debates entre los candidatos son un síntoma de calidad democrática y un bien en sí mismos considerados. Cualquier político responsable sabe que no debe dañar ese patrimonio común, y mucho menos supeditarlo a una coyuntura. Arenas no debería esperar a ser presidente de la Junta de Andalucía –si es que ello sucede— para comportarse con la altura de miras que se espera de tan alta responsabilidad. Ha sido un error mayúsculo contemplar una institución democrática –y los debates ya lo son, aunque en España aún estén en fase de consolidación— simplemente a la luz de su propio interés electoral. Resulta impropio de un político de la veteranía de Arenas ofrecer a los rivales una herramienta para poner en duda la solidez de sus convicciones democráticas y de su valor y determinación.

Segundo Mensaje Malo: “No quiero arriesgar” (luego hay algo que puede estar en riesgo). Sorpresa. Arenas va en volandas de las encuestas, de la crisis, de la división interna socialista y del coro que le proclama como campeón (esta vez sin segundas o sin cachondeíto, que es como se dice aquí Abajo, con A de Andalucía). Aunque Griñán diga que Arenas no acude porque se ve ganador (es dudoso, por cierto, que el candidato socialista deba decir tales cosas de su rival), es probable que precisamente suceda lo contrario: que no acaba de verse ganador y que no quiera hacer nada que pueda poner en riesgo su victoria. No acudir al debate tiene un coste, aunque sólo sea pasar dos días de la campaña dando explicaciones, y si Arenas lo ha asumido es porque ese coste es menor al riesgo de acudir y obtener un mal resultado. Y donde Arenas lee “riesgo” el PSOE debería leer “oportunidad”.

Tercer Mensaje Malo: “Hay campaña”. Además del daño emergente (Arenas ha quedado mal no yendo al debate, y obligando a los suyos a justificarlo, en general de mala gana y a la defensiva) hay que calibrar el lucro cesante, es decir, lo que Arenas podría haber ganado de haber tomado la decisión contraria: dejarse de historias y debatir. Con todo a favor, con la munición impagable de los eres (que sin duda es de mucho más calibre que la derivada de la brillante gestión pública en el Territorio Gürtel o en el Territorio Urdangarín, ahí sí que no hay problemas con la Intervención, hagan juego señores), Arenas no se ha mostrado capaz de liquidar la campaña derrotando a Griñán. Simplemente no se ha atrevido y la imagen de un boxeador aparentemente pletórico que no quiere enfrentarse con otro que compite magullado y con una mano atada a la espalda no es buena. Lo que sin duda querían los suyos era que Arenas noqueara a Griñán y con él dejara en la lona a los 30 años de gobiernos socialistas. En vez de eso, se ha quedado en su esquina sin romper a sudar y gritando improperios a los árbitros.

Es posible que parte de su electorado crea que Canal Sur no es neutral (la misma a la que le resultan objetivos, veraces y hasta encantadores los noticieros de Telemadrid, así es la vida), pero una parte mucho mayor querría haber visto a su líder acudiendo al debate y ganándolo, aunque fuera en campo contrario. Intentarlo era su obligación y escudarse en un eventual trato discriminatorio no sólo bastante increíble (buenos están en Canal Sur para ir maltratando a nadie, como está el patio y las encuestas) sino un síntoma, otro más, de debilidad, tanto más llamativa por inesperada. Hay pues, partido aún. Y, como dice esa pluma brillantísima de Antonio Avendaño, sólo queda por ver si hay jugadores. Tic, tac.

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El CIS, la espuma y las corrientes

Instalados, tradicionalmente instalados en la desconfianza hacia las encuestas, los encuestadores, la madre de los encuestadores y desconfiando hasta de los encuestados (basta ver que el recuerdo de voto a menudo no se parece al voto realmente depositado con anterioridad), muchos acogieron el sondeo hecho público el jueves por el CIS con una mezcla de escepticismo y prevención. Para algunos, insufla ánimos a los socialistas, a los que sin duda puede espolear la sola idea de ver el balcón de la calle San Fernando, sede del PP andaluz, atravesada por la Amargura de la Cuarta Derrota (disfrazada de victoria moral). Para otros, sin embargo, la encuesta azuzará el hartazgo hacia 30 años de gobiernos socialistas y estimulará el voto hacia el PP para echar al PSOE, y en todo caso evitar un gobierno de coalición con “los comunistas”.

Puede ser una cosa o la otra. O a lo mejor ambas y lo que resta por decidir es cuál de las dos magnitudes enfrentadas resultan más decisivas el día de las elecciones.

En Andalucía, a la general desconfianza a los sondeos se suma un aspecto puramente técnico: con ocho circunscripciones en juego y al menos tres partidos en liza –quizás hasta cinco en algún caso– con posibilidades de obtener diputados, los restos (que al final atribuyen un escaño y así hasta ocho) son en ocasiones muy reducidos. Ello hace que sea más difícil de detectar en las encuestas (y más cuando, como sucede ahora, no hay un duro para hacerlas especialmente fiables, salvo excepciones). Así, el sondeo electoral del CIS anterior a las elecciones de 2008 acertó de pleno en el porcentaje de votos de PSOE y PP y sin embargo, erró notablemente en la atribución de escaños, pues pronosticó tres más a los socialistas (les atribuía 59) y cinco menos al PP (les predijo 43). Putos restos, sí (o putos mayas, vaya ud. a saber)

Pero más allá de la morbosa atribución de escaños, en la encuesta dada a conocer hace un par de días hay elementos de fondo que conviene tener en cuenta. Y estos elementos conforman dos corrientes de dirección contraria, que emergerán en las urnas el día 25. Veámoslas grosso modo.

Corriente contra el PSOE: Más allá de las causas (la crisis, el cambio de liderazgo, la división interna, los Ere, los 30 años de gobierno), parece evidente que el principal obstáculo del PSOE es el deseo de cambio. Hace cuatro años, en el mismo sondeo del CIS, había prácticamente empate entre los que querían cambio de gobierno (39,2%) y los que querían que siguiera el mismo partido (39,6%), dato perfectamente coherente con el hecho de que el PSOE obtuviera luego prácticamente la mitad del voto en urna. Ahora, sin embargo, a la misma pregunta, prácticamente el doble de los encuestados (52,3% frente el 26,3%) apuesta por el cambio.

En efecto, es la ola, que viene de lejos, pero esa ola tiene que tocar tierra, pasar la prueba de fuego del día 25 de marzo. Y aunque en la superficie sólo se aprecie la espuma blanca que se suele hacer en torno a los vencedores (en todos los ámbitos imaginables), existe otra corriente más profunda en dirección contraria, con múltiples vectores.

Corriente contra el PP: El partido al que todas las encuestas dan como ganador no sólo no arranca entusiasmos, sino que ni siquiera es el preferido en casi ningún ámbito. Para empezar, los ciudadanos ubican al PP en una nítida posición de derecha (en un 7.67 donde el 10 es la extrema derecha) mientras que al PSOE lo sitúan en el entorno del 4.27, mucho más cerca de las zonas templadas y de centro izquierda donde se autoubica la gran mayoría. Tal vez esto explique que el PSOE resulte, pese a las múltiples adversidades que está sufriendo (incluidos los errores no forzados), mejor valorado que el PP en prácticamente todas las comparativas (mejor defiende los intereses de Andalucía; mejor representa sus ideas; genera más confianza, tiene mejores líderes y está más capacitado). En realidad, el PP sólo aventaja al PSOE en la pregunta “quién está más unido”, circunstancia que debería hacer reflexionar a los socialistas sobre la brillante idea de celebrar un congreso federal (en el que inevitablemente habrían de saldarse las cuentas de la derrota en las generales) en vísperas de las elecciones andaluzas.

El PP ni siquiera es el partido que despierta más simpatías (20,9 frente al 37,2 del PSOE) y su líder, Javier Arenas, tampoco es capaz de superar en valoración a la ya escasa que alcanza Griñán, vapuleado por el efecto de la crisis y que, sin embargo, aventaja al popular (4.54 frente a 4.23 en valoración).

Aunque puedan parecer datos paradójicos con la estimación general de voto (ya hemos hecho consideración sobre la dificultad de acertar al 100% en la atribución de escaños provinciales) no tienen por qué ser contradictorios. Quienes piensen (otra vez, ahí está la terca hemeroteca) que todo está hecho, confunden los deseos con la realidad, que siempre es mucho más compleja. La propia campaña que acaba de empezar influirá tal vez poco, pero un poco puede ser mucho (y ya se sabe que un descuido le cuesta la vida al artista, y no señalo a nadie).

Y no olviden mi viejo adagio, que dista de ser científico: la gente, cuando vota, tiene muy mala leche.

 

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Hipótesis un poco envenenadas

Comienza esta noche la campaña electoral en Andalucía. Por fin una campaña electoral centrada en la Comunidad (“veremos”, dijo el ciego). Las campañas electorales son siempre una fiesta, la de la democracia. Lo que pasa es que tras la fiesta, algunos conservan buenos recuerdos, a otros les dura la resaca unos pocos de años y alguno más hasta tienen que quedarse a recoger los restos. Les propongo dar una patada a seguir (rugby) o simplemente un “voleón” (fútbol de barrio) e imaginarnos cómo podemos amanecer el lunes 26 de marzo. Les dejo un catálogo de hipótesis un poco envenenadas para ese día:

Hipótesis envenenada 1: El PSOE gana por mayoría absoluta. Resultado: al PP le da un soponcio. Y al PSOE otro. La salud es lo primero así que vayamos a otra cosa. Además, ya les dije un día que no creo en los gnomos. En todo caso, en esta hipótesis –revalidar la mayoría absoluta obtenida en 2008, para sí la hubiera querido ZP–, el PSOE-A podría pensar que el camino trazado últimamente es el correcto.

Hipótesis envenenada 2: El PSOE gana sin mayoría absoluta pero frena al PP en seco. Resultado: El PSOE podría gobernar en solitario, apoyándose puntualmente en IU, que sería menos necesaria. Griñán vería reforzada su posición al demostrarse que separar las elecciones andaluzas de las generales fue una buena idea, gentes de poca fe. Arenas podría estar otros cuatro años diciendo que vale, pero que él siempre mejora los resultados (ministro de Rajoy para Navidad).

Hipótesis envenenada 3: El PSOE pierde pero puede gobernar con IU. Resultado: la derecha clama contra un gobierno socialcomunista, denuncian fraude político y anuncian que Sánchez Gordillo, alcalde de Marinaleda, será consejero de Innovación, lo del gusano en la manzanita se quedará en nada (ya explicaremos esto último a los más jovencitos). Se buscan Tamayo y Sáez, razón aquí. Expectación planetaria ante la estabilidad del Gobierno Griñán: si con mayoría absoluta ha cambiado el Gobierno cada seis meses, con IU haciendo asambleas en el patio de las Cinco Llagas antes de cada votación parlamentaria, esto puede ser ‘le nombre de la chèvre’. Alguien en el PSOE debería pensar si de verdad van por el buen camino. Y atreverse a plantearlo.

Hipótesis envenenada 4: PSOE e IU suman mayoría absoluta, pero IU se pone extremeña y nanay. Resultado: los peligrosos bolcheviques que en la ‘hipótesis envenenada 3’ convertirían a Andalucía en Cuba (o Corea del Norte, que es más fea) ahora son ejemplos de la izquierda grande y libre que soñara Julio Anguita. Sánchez Gordillo es entronizado como líder insobornable que dio la puntilla a la socialdemocracia corrupta. Alguien en el PSOE debería advertir contra la tentación de no dejar que los árboles (la actitud de IU, que realmente no da para mucho más) impidan ver el bosque: que los socialistas habrían dejado de ser el gran partido de los andaluces, por méritos propios.

Hipótesis envenenada 5: El PP podría gobernar con el apoyo de algún diputado de UPyD y/o del PA. Naturalmente que lo harían, no merece mayor comentario, su supervivencia política depende de eso. Alguien en el PSOE debería pensar que si el PP no ha sacado mayoría absoluta en medio de la catástrofe, un buen Partido Socialista podría volver a ganar dentro de cuatro años, como el PP logró en Galicia con Núñez Feijoo. He dicho un buen Partido Socialista.

Hipótesis envenenada 6: El PP continúa la escalada ascendente, empujada por la necesidad de cambio que reflejan las encuestas y amplía la ventaja hasta alcanzar la mayoría absoluta. Resultado: enhorabuena a los premiados. Alguien en el PSOE debería ponerse a pensar. Lo que fuera. Y rapidito.

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Perros

En 1980 (sí ha leído bien: 1980) representamos en el instituto público en el que estudiaba una pequeña obra de un autor argentino ya fallecido, Osvaldo Dragún, el impulsor del llamado Teatro Abierto. Lamento muy sinceramente no recordar el nombre del profesor que nos propuso la obra pero sí recuerdo el texto casi casi de memoria. Era la “Historia del hombre que se convirtió en perro”, un breve y crudo episodio que marca la vida de un desempleado que, harto de no encontrar trabajo, acepta el único que le ofrecen. Sí, lo han adivinado: un trabajo de perro, literalmente de perro, de perro guardián de la fábrica, pues no había otro trabajo que pudieran ofrecerle (ni él tomar). Comida de perro, caseta de perro, diez pesos y, eso sí, la promesa de que cuando hubiera una baja en la empresa, nuestro desdichado trabajador recuperaría un trabajo a dos patas.

No era su fuerza de trabajo lo que compraban en la empresa sino su dignidad a cambio de una miseria… y una promesa: que todo volvería a su lugar cuando dejaran de estar “de economía”, (aquí y ahora lo llamaríamos crisis). Pero la crisis no acababa…

Ha venido a mi memoria aquella obrita que representamos en el convulso tiempo de la adolescencia, y los profesores que en la escuela pública nos brindaron la oportunidad de conocerla, y con ella el compromiso y la preocupación social de tantos intelectuales y gente de la cultura por la dignidad de los que menos tienen. Y también la he recordado porque los criterios que hoy oímos en boca de sesudos analistas que pontifican sobre cómo arreglar la economía que ellos mismos llevaron a la ruina no son muy distintos a los que obligaron a nuestro desdichado protagonista a aceptar el trabajo de perro, con condiciones naturalmente caninas, porque no había otro y era imprescindible para y hasta superar la crisis.

Hace sólo unos días, un dirigente patronal dijo en público lo que muchos de apellidolargoycamisascaras (esto último prometo contárselo algún día porque es real como la vida misma) musitan en las zonas de confort a las que no llega el eco amargo de la crisis, el desempleo y las privaciones que acarrea no sólo el paro, sino los recortes brutales que apenas empiezan a asomar y que afectarán a la salud de los enfermos o la educación de los españoles del mañana, que volverá a depender de los recursos de cada uno, exactamente igual que cuando Europa terminaba en los Pirineos.

No, no se les volverá a escapar aquello de irse a Laponia, se le fue la boca al chico, pero apenas han tardado una semana en anunciar que quitarán el subsidio a quien rechace tres ofertas de trabajo que realice unas de esas ETT a las que el PP va a convertir en seguro que eficacísimas colaboradoras de los servicios públicos de empleo. Tres ofertas de trabajo, sí, y ya sabemos que eso incluirá la que obligue a quien no tenga más remedio a trabajar como un perro, aunque no sea de perro.

Ya sé que algunos, veo que demasiados (y según las encuestas aún más) pensarán que esto es lo que hay. Es posible que sea lo que hay. Por eso me voy a quedar con una frase casi póstuma del autor de nuestra obrita, rescatada de la memoria anoche, cuando mi hijo refunfuñaba por el papel de Aladino que le ha tocado en el cole. Quince días antes de morir, Osvaldo Dragún decía: “Hay que creer en lo que no existe. Hay que luchar por eso”.

No, no quieran saber cómo terminó nuestro protagonista. O mejor sí.

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Malos tiempos para la estocástica

En muchas disciplinas científicas se utiliza el término de “variables estocásticas” para aludir a variables de difícil previsión por depender de otras. Por ejemplo, los índices de la bolsa. De alguna manera, un comportamiento estocástico es un comportamiento inesperado. A mí me gusta la palabreja, la verdad, y si hundimos la mano en las herrumbres de su pasado (todos tenemos un pasado, también las palabras) nos encontramos con que este término servía para designar en la antigua Grecia a los videntes.

En política, como en la vida, también existen comportamientos inesperados, evidencia que yo suelo atribuir a una vieja convicción que resumo en un aserto quizás algo grosero pero creo que acertado. Es éste: “La gente cuando vota tiene muy mala leche” lo que explica que en ocasiones sucedan cosas que parecían poco menos que imposibles y que para muchos resultan también inexplicables. Comportamientos inesperados que hacen que en muchas ocasiones las encuestas, o por decirlo más concretamente, quienes las hacen y las interpretan, queden como Cagancho en Almagro.

Aplicado a la realidad más próxima, resultaría estocástico (y yo diría que hasta supercalifrástico) que el PSOE ganara las próximas elecciones andaluzas. Estadísticamente, sin embargo, lo hizo siempre entre mayo de 1982 y mayo de 2011. Lo hizo, incluso, cuando todas las encuestas les pronosticaban (sí, igualito que ahora) una derrota. Lo más estocástico fue en marzo de 1996, cuando el PP pasó de estar a cuatro escaños del PSOE (resultado de 1994) a estar a 12, rotundo éxito de Javier Arenas que ha logrado ocultar a base de repetir tenazmente siempre-que-me-presento-mejoro-los-resultados y sobre todo a base de que en el PSOE haya poca memoria histórica (o afán de borrarla, claro).

Yo viví aquella campaña como periodista, en la caravana del candidato Chaves, por el que nadie daba un duro. De haber conocido la palabrita, hubiera pensado que el que volviera a ganar resultaría superestocástico y hasta espialidoso. Hemos dicho que lo estocástico es algo inexplicable, cuando en realidad se trata de fenómenos inexplicados, que no es lo mismo. Aquel comportamiento inexplicado del electorado andaluz, que devolvió a Chaves lo que le había quitado dos años antes, tenía en realidad, una explicación compleja, que atendía a múltiples variables: desde la fenomenal campaña de obstrucción institucional que pasó a la historia como “la pinza” (y que dibujó a sus protagonistas como políticos irresponsables), hasta la movilización del electorado progresista, galvanizado por un tal Felipe González.

Aquella movilización, sin embargo, distó mucho de ser espontánea y tuvo mucho de inducida por el PSOE, que puso toda la carne en el asador (incluido un acto público con Escuredo y Borbolla en San Fernando), combatiendo electoralmente casa por casa, con mítines en cada pueblo y cada barrio (no, no había twitter…). Un PSOE en el que aún estaba vigente el Estado de Guerra (con mayúscula y con minúscula) motivado por el brutal enfrentamiento entre partidarios de Alfonso y de Felipe, pero que se sacudió ese marasmo y combatió hasta el último minuto, seguramente porque no sabía que su victoria era imposible.

Sinceramente, desconozco las variables (aunque alguna me la puedo imaginar, han estado entretenidillos en otros menesteres) que explican que el PSOE-A apenas haya comenzado su campaña electoral cuando apenas faltan 23 días para que ésta termine. Tal vez sea para coger al enemigo por sorpresa, pero no doy crédito que uno pinche en la web del PSOE y se lea “29 de febrero, no hay eventos”. A ese ritmo lo que no hay es lugar para lo estocástico, desde luego.

 

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